En julio de 1936 el rector Jesús Maynar Duplá fue destituido por las autoridades militares y encarcelado. Con la destitución y arresto de la máxima autoridad académica daba comienzo el proceso de construcción de una universidad de abierta inspiración fascista al servicio del régimen de Franco. Las autoridades militares confiaron a José de Escobedo, el catedrático más antiguo y primer Rector entre 1927 y 1931, la tarea de pilotar la nueva singladura.
[con respecto a las suspensiones realizadas por la autoridad militar] “entiendo prudente observar a V.E., y así lo hago, que al imponerlas no se ha realizado investigación suficiente a esta medida provisional”. [Gran parte del profesorado es joven y de reciente incorporación], “por lo que aparte de rumores y cábalas, acerca de su ideología polí- tica, no cabe en conciencia al Rectorado adoptar una resolución fundada”.
Rector Escobedo a Presidente de la Comisión Depuradora para Universidades de Zaragoza, 12 de febrero de 1937. (Archivo ULL).
En septiembre de 1936 nueve profesores fueron suspendidos. La depuración del profesorado fue una de las primeras responsabilidades de las nuevas autoridades académicas, que se mostraron esquivas ante los requerimientos de informes alegando desconocimiento del comportamiento de sus profesores. No obstante, a los ejecutores de la represión no les faltaban en esos oscuros tiempos colaboradores espontáneos. Así, en enero de 1937 el Comandante General estaba en condiciones de ofrecer informes negativos sobre otros ocho profesores. Poco después, una nueva denuncia añadía dos más. De esta manera, el número de profesores bajo sospecha se elevaba a 19, un 40% de la plantilla. Finalmente, ocho profesores, más del 15% del claustro, fueron expulsados de la universidad y tres más condenados a inhabilitación para cargos de confianza.
Pero la sed represiva de los vencedores no se sació con estas expulsiones. En septiembre de 1939, cuando todo se preparaba para la normalización académica, estaban detenidos por orden gubernativa dos profesores readmitidos y el antiguo vicerrector Elías Serra Ràfols que acababa de regresar a la isla y cuyo proceso de depuración se prolongó durante dos años y medio. En diciembre le tocó el turno a José Peraza de Ayala, quien también había superado la depuración.
El control del estudiantado corrió a cargo del Sindicato Español Universitario, de afiliación obligatoria y dependiente de Falange. Además de movilizar y adoctrinar en los principios falangistas con publicaciones como Arriba España, el SEU era el encargado de gestionar buena parte de las actividades extracurriculares del alumnado. De esta sección del partido único dependían las becas, los colegios mayores, los comedores, los deportes y también la vida cultural autorizada. De esta manera, más allá de la identificación ideológica con el régimen, el SEU se convirtió en el único marco autorizado en el que podía desenvolverse cualquier iniciativa estudiantil.
En noviembre de 1940 se creó la Facultad de Filosofía y Letras para cumplir con el requisito mínimo de tres facultades que establecía la ley. En sus orígenes impartía las enseñanzas correspondientes a la Sección de Lenguas Clásicas, que fue sustituida desde 1947 por la de Lenguas Románicas, única titulación hasta bien avanzados los años sesenta.
A pesar de la represión y la penuria económica, a lo largo de los años cuarenta la matrícula creció de manera constante hasta situarse por encima de los 500 alumnos en 1946 y cerca del millar a principios de los cincuenta, cifra en torno a la que se estancaría a lo largo de la década. En los años cuarenta y primeros cincuenta la precariedad de las instalaciones siguió siendo la tónica, mientras las obras del edificio central se desarrollaban a un ritmo mortecino. Con la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, al viejo caserón del colegio de los jesuitas, que ya albergaba las facultades de Derecho y Ciencias, se añadieron los pisos superiores de la Casa Lercaro. Dos esquinas en diagonal del cruce entre las calles de San Agustín y Tabares de Cala constituyeron el campus universitario hasta 1953, fecha en que entró en servicio el nuevo edificio.
Sigue sin haber… o de la perenne precariedad en los años cuarenta
El joven Antonio González González volvió a La Laguna tras doctorarse en Madrid y ganar la cátedra de Química Orgánica y Bioquímica en 1946. Llegaba dispuesto a poner las energías de sus 29 años y su enorme talento al servicio de su universidad, pero las cosas no habían de resultar tan sencillas.
“[…] De mi época de estudiante universitario, conocía el estado de pobreza de nuestra universidad, pero después de visitar algunas de las península, con siglos de existencia, la universidad lagunera me pareció mucho más pobre y ruinosa, sin ningún aspecto de universidad. Cuando le pregunté al grupo de profesores que me acompañaba sobre la posibilidad de transformar mi futuro despacho en un pequeño laboratorio de investigación, el decano replicó rápidamente:
– No se ilusione, porque actualmente la universidad tiene un presupuesto de cien mil pesetas […] No crea, en los últimos años hemos comprado un aparato bastante costoso – y me llevó a la entrada del laboratorio, donde me enseñó un cubículo de planchas de madera, situado en un rincón del amplio pasillo de entrada. Sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta del cubículo y me mostró una batttlanza eléctrica.
– Tengo prohibido, tanto a los profesores como a los alumnos, que la utilicen porque se puede estropear, por eso guardo la llave.”
González González, A. Memorias de un profesor. Santa Cruz de Tenerife, 2011.