El proyecto de la colonización fue extractivo, pero también debía cumplir una función de control social para llevar esa tarea a cabo. Comparando la labor como el adentrarse en un bosque tenebroso, los africanistas quisieron penetrar el alma de los indígenas. Para ello mandaron, además de misioneros, antropólogos que se encargaron de aclarar el estado de las razas que dominaban y a demógrafos que intentarían dar con las estadísticas más fiables. Todo ello pese a las dificultades metodológicas y políticas (nomadismo y anticolonialismo). En estos intentos de comprender a las sociedades coloniales se puso de manifiesto la supremacía racial y el carácter patriarcal de la mirada africanista.
Es por ello que al margen de toda función administrativa precisa, España no ha faltado en su aportación al estudio del indígena, porque en definitiva el hombre, suprema creación de Dios, prevalece siempre sobre cuanto lo rodea, máxime para nosotros, los españoles, que jamás entendimos la colonización como una mera empresa explotadora (Díaz de Villegas en Crespo Gil, 1949, p. IX).
La estadística es la base formal y segura de toda información y conocimiento. Por ello no debía faltar y no ha faltado ciertamente desde el primer momento la organización de este servicio, no sólo en Marruecos, sino también en los Territorios Españoles del Golfo de Guinea (…) y en el África Occidental Española (José Díaz de Villegas, 1957, p. V).
Conocimiento del indígena, conocimiento de la integridad de su alma, difícil y tenebrosa como el bosque. He aquí, y de lo que va dicho se deduce, el primer postulado de una colonización que quiera ser eficiente y merecer el nombre de tal (Agustín Miranda, 1940, p. 127).
[…] escondida entre maravillosos bosques ecuatoriales, vive una raza de hombres de color, tan curiosa, primitiva y desconcertante que creo sin exageración que es una de las más dignas de estudio entre todas las que pueblan este planeta (Juan M. Bonelli, 1944, p. 11).
Todo el detalle de la obra de España en Guinea Ecuatorial queda en la realidad y en la estadística con cifras muy elocuentes (Luís Sáez de Govantes (1969, p. 147).
¿Será la sangre lo que nos separa a los españoles y marroquíes, será el espíritu de raza, eso que imprime un sello tan profundo a la nacionalidad y abre entre pueblos abismos más imposibles de franquear que las cordilleras y los mares? Tampoco; tampoco es la raza, menos aún la Geografía. Al contrario, existe entre españoles y marroquíes cierta secreta poderosa atracción, que sólo es dable a explicar por algún parentesco étnico que los una, fortalecido y confirmado por influjos seculares del medio natural (Joaquín Costa, 1906, p. 7).
Nuestro Sahara se ha transformado. La estadística sólo puede reflejar unas cifras, ya de por sí elocuentes, pero nada más. Hay en el fondo de la obra española un significado que no figura en los números. La verdad del Sahara está en la misma vida del saharaui (Dirección General de Promoción de Sahara, 1970, p. 1).
[…] la gente que lo habita [el Sahara Occidental] tienen tal fuerza y encanto que, […] queda prendido por ellos. Esta impresión se convierte luego en voluntad de comprensión. Para satisfacerla, los mecanismos de investigación rutinaria se han de romper. La receta y el método no valen (Julio Caro Baroja, 1990, s.p.).
El moro por innata tendencia es poco activo, más aún por efecto del clima y sus escasas necesidades, es perezoso, siendo muy pocos los que se dedican al trabajo, y los que se pasan el día tendidos al sol o a la sombra limpiándose unos a otros la cabeza de parásitos. El moro es trapisondista por excelencia y jamás obra de buena fe en sus tratos, cosa de la que he podido convencerme en la Factoría Comercial… El robo constituye un hábito para estas gentes que viven del saqueo constante a las cabilas fronterizas, a los comerciantes que se dirigen a Senegal, y trayendo a la venta a esta factoría los productos de sus robos (documento encontrado en el fuerte de Villa Cisneros en Caro Baroja y Temprano, 1985, p. 406).
Los resultados de cómputos realizados por los mismos indígenas sólo pueden producir desaliento, ya que en reiterados casos se comprueban grandes divergencias de cifras globales dadas por ellos, incluso por personas autorizadas entre los mismos. Varían en grado tal que anulan el crédito de cualquiera de las informaciones. Esto, lógicamente, se explica por el hecho mismo de su deficiente formación cultural y más aún por la dispersión a que les obliga su régimen de vida (Molina, 1954, p. 10. Cursivas añadidas).
La colonia está, por desgracia, muy despoblada. Según los últimos cálculos, no sé si optimistas o pesimistas, porque el censo no merece una excesiva confianza, se pueden cifrar sus habitantes en unas 150.000 almas. ¿Cree alguien que de esta cifra se pueden sacar los cuarenta o cincuenta mil braceros que pudiera necesitar la isla para ponerla en producción, más otros tantos por lo menos en el continente? (Bonelli, 1944, p. 40, s.p.).
Los naturales de la Guinea Continental española son de organización robusta, aventajada estatura, gallardo continente y altiva presencia, ojos grandes, pómulos salientes, labios gruesos, fuerte musculatura y color achocolatado. Los bubis de Fernando Póo, en quienes concurren varias de dichas características de raza, son, por el contrario, raquíticos, endebles, de menguada estatura y desprovistos de toda energía física, constituyendo una población degenerada, á consecuencia (…) al consumo de los líquidos espirituosos (Gallo y Maturana, 1909, p. 23).
El mundo civilizado, superficialmente dividido, tenía un foco común en sus costumbres, sus creencias y sus leyes; hoy con el acceso de los pueblos orientales y africanos, se presenta un nuevo factor capaz de cambiar las características étnicas si se deja abierta la inmigración y buen número de indígenas viene a establecerse a la metrópoli. Pero este problema no se ha presentado en España, país de natalidad expansiva. Con todo no está demás decir que el tratamiento a este respecto de los súbditos y protegidos ha de ser análogo al de los extranjeros (Lozano, 1955, p. 111).
El matrimonio de español con mujer indígena conferirá a ésta cualidad de ciudadanía (art. 22 del Código civil y Ley de 7 de marzo de 1952, artículo 4. d). Si el matrimonio fuese de extranjero ciudadano con indígena, ocurriría lo mismo: la mujer seguirá la condición del marido, al menos ante nuestro Derecho (…). Más dudas surgen cuando el matrimonio se celebra entre indígena (súbdito) y mujer española (ciudadana). Ningún texto resuelve la cuestión. Por supuesto, la mujer no puede bajar en condición y convertirse en súbdito. Así, pues, o bien el marido se convierte en ciudadano o bien en el hogar subsiste la desigualdad jurídica entre marido y mujer. Entendemos que la primera solución se impone, porque nuestro Derecho es favorable a la unidad jurídica de la familia; además, la mujer ciudadana sometida a la autoridad del marido y éste a la tutela del Patrimonio formaría una monstruosa figura, atentatoria a los derechos de una ciudadana española. Por ello, el marido habrá de convertirse en ciudadano o emancipado, sin perjuicio de cualesquiera otros efectos jurídicos (Lozano, 1955, p. 72).
[Los bubis] Son los puros, los sin mezcla, los que aún siguen conservando los rasgos faciales de sus antepasados (…) Dos siglos atrás componían una tribu poderosa y temida; pero las guerras (…) las frecuentes “razzias” de los braceros negreros, su progresiva degeneración y la esterilidad de la mayoría de sus mujeres los condenan a una pronta desaparición. Son afables, simpáticos y dóciles, aunque poco dados para el trabajo, hecho que no resulta un mal peor, puesto que el negro, ya de por sí, es inconstante, voluble, amigo de la diversión y del no hacer nada (Ríos, 1959, p. 41).
Conocer al negro, no por puro afán de conocerlo, aunque tal finalidad sería suficiente, sino para dar eficacia y éxito a nuestra obra. Y esto, ¿por qué?, se preguntará. A lo que habría que responder: Porque el negro es el único colonizador posible de nuestras posesiones (Miranda, 1940, p. 128).
La curva de capacidad mental, más baja en el negro que en el blanco, alcanza el máximo a la edad de dieciséis años, tendiendo luego a decrecer; al contrario de lo que ocurre en la raza blanca (Beato y Villarino, 1953, p. 109).