El mito vanguardista se transforma en sueño. Óscar Domínguez es el responsable, desde París, de una fascinación que viaja en dos direcciones: André Breton sueña con las playas de arena negra y los artistas canarios inician progresivamente su inmersión en el surrealismo.
Fragmentos de Crimen, de Espinosa, y Romanticismo y cuenta nueva y Enigma del invitado, de Emeterio Gutiérrez Albelo, se van publicando de forma periódica en la prensa local. Domingo López Torres, Pedro García Cabrera y José Antonio Rojas se suman con entusiasmo a esta aventura.
Poesía, amor y libertad forman el triángulo de una rebelión absoluta, del razonado desorden que defendía Rimbaud. El yo se diluye, los cuerpos se fragmentan y la moral se deshace en las alcantarillas de la subversión. Reina el amor fou y mueren las convenciones. Familia, patria y religión son palabras huecas, fantasmas que se evaporan en el paisaje de las decalcomanías. Las banderas son pedazos de tela deshilachada y los obispos esqueletos que ostentan anillos podridos, en un laberinto de hormigas y cucarachas.
La poesía y el arte rehúyen el buen gusto, considerado por André Breton “una formidable lacra”. “Rosas menopáusicas” exhiben sus “senos de tinta”, en el imperio de la belleza convulsiva. Poesía de enigmas. “¡Imago, imago, imago!”, clama Emeterio Gutiérrez Albelo, mientras Espinosa saborea el aroma de su Crimen, Pedro García Cabrera se despereza en las Dársenas de la poesía automática y López Torres se ahoga en la náusea de Lo imprevisto.
La revista Gaceta de Arte, aunque no exclusivamente dedicada al surrealismo, es determinante en esta efervescencia: no solo publica obras vinculadas al movimiento sino que organiza y auspicia la visita de André Breton, Jacqueline Lamba y Benjamin Péret en mayo de 1935.
La llegada de los visitantes franceses se convierte en una fiesta de la poesía y la amistad. Maravillados, contemplan el mar de nubes, el milenario drago, el malpaís y la flora seductora del Jardín Botánico. Los surrealistas leen el paisaje insular inducidos por el signo ascendente.
El Teide se transforma en un “castillo estrellado” y esta onírica experiencia da lugar a uno de los más exaltados textos de André Breton, incluido en su libro El amor loco.
Se organiza una exposición, con obras que representan lo más vívido de la aventura surrealista. Lienzos de Yves Tanguy, Remedios Varo, Giorgio de Chirico, René Magritte y Max Ernst, entre otros, cuelgan de las paredes del Ateneo santacrucero. Las muñecas deformes de Hans Bellmer provocan y fascinan al público con sus ojos de plástico.
Se planea una exhibición de La Edad de Oro, de Luis Buñuel, una película para la que no estaba preparada la pacata sociedad tinerfeña. Nuestros poetas defienden la libertad, mientras responden a los ataques de los portavoces de la moral oficial. La película, finalmente, se proyecta solo para un pequeño círculo.
Se redacta y se firma un Manifiesto, algo que no ha ocurrido en ninguna otra parte de España. Entre quienes lo suscriben están Agustín Espinosa, Pedro García Cabrera y Domingo López Torres.
El surrealismo para nuestros poetas no es solo una influencia “que está en el aire”, como declaraba Rafael Alberti. Para ellos se trata de una revuelta interior, de una manera especial de percibir la existencia y el arte. “Cambiar la vida” y “transformar el mundo” son las dos consignas a las que se entregan intensamente, en un clima de creación colectiva que no ha vuelto a repetirse en nuestro entorno.
Agustín Espinosa, además de Crimen, nos regala por esos años joyas como la conferencia “Media hora jugando a los dados”, la farsa surrealista La casa de Tócame Roque y atinados textos que oscilan entre lo lírico y lo ensayístico. López Torrres, uno de los más contagiados por “el mal sagrado” del surrealismo, responde a una encuesta sobre el amor y la revolución que le envían desde París. En distintas publicaciones exhibe un ardor libertario que no tardará en salirle muy caro.
Tenerife se incorpora rotundamente a una nueva cartografía: es ya una isla surrealista. La luz que la ilumina es negra y ardiente.
Poco tiempo después, se apagará esa luz y se silenciarán esas voces.
La isla surrealista será sustituida por “la isla de las maldiciones”.