Con motivo de la celebración del Día del Libro 2023, el personal de la Biblioteca de la Universidad de La Laguna contactó con el personal del Herbario TFC, perteneciente al Servicio General de Apoyo a la Investigación, para trabajar de forma coordinada en la organización de una exposición bibliográfica en la Biblioteca General y de Humanidades.
La temática a tratar estuvo clara desde el principio. No podía ser otra que la botánica, la rama de la biología que estudia las plantas (más adelante volveré a este punto) bajo todos sus aspectos, y esto incluye su descripción, clasificación, corología, ciclo vital, bioquímica, fisiología, evolución, biogeografía, morfología macro y microscópica, ecología, fitopatología, usos que el ser humano ha hecho y hace de ellas, y un largo etcétera. Por supuesto, no hay equipo investigador capaz de realizar un estudio pormenorizado de una planta o una comunidad de plantas al nivel de detalle con el que se trabaja actualmente en ciencia.
En la exposición que inauguramos hoy se hace un recorrido por los organismos que estudia la botánica y sus disciplinas afines a través del patrimonio bibliográfico de la ULL, con los primeros libros pertenecientes al fondo antiguo de la Biblioteca escritos por los naturalistas hasta bibliografía reciente producto de las investigaciones académicas de nuestra Universidad. La muestra recoge también objetos de origen vegetal, materiales didácticos y una selección de plantas canarias y exóticas.
Antes de continuar, tengo que hacer una puntualización sobre lo que debe entenderse bajo la palabra “planta” a lo largo de esta muestra bibliográfica, y es que la botánica estudia organismos macroscópicos y microscópicos, seres vivos que están clasificados en el reino planta, y otros que están repartidos en otros reinos, e incluso, estudia organismos que no son eucariotas sino procariotas, es decir, organismos que, como bacterias que son, no presentan en sus células una envuelta o membrana alrededor de su material genético, sino que éste se encuentra libre en su citoplasma. Así, la botánica estudia organismos tan diversos como las cianobacterias, a las que le debemos la atmósfera oxidante que permite la vida en nuestro planeta tal y como la conocemos, o los hongos, organismos que al igual que nosotros no pueden generar su propia materia orgánica a través de la fotosíntesis, sino que se nutren a partir de materia orgánica, en muchos casos descomponiéndola y facilitando la mineralización, cerrando así el ciclo biogeoquímico de elementos como el carbono y el azufre, al mismo tiempo que ayudan a las plantas a incorporar el nitrógeno, el fósforo y el azufre que necesitan para la producción de la materia orgánica. A las cianobacterias y hongos se les suman otros organismos quizás más desconocidos, microalgas como las diatomeas, presentes en pulimentos, pastas de dientes o pinturas reflectantes empleadas en las carreteras, y comparten reino con las algas pardas que tan frecuentemente salpican el litoral de nuestras islas. Y, ¿por qué incido en las algas pardas? Pues porque no todas las algas que podemos ver en la costa o haciendo submarinismo o viendo un documental sobre el medio marino (más cómodo y menos arriesgado que el submarinismo) tienen un origen común. Las algas rojas y verdes comparten una historia evolutiva más próxima a la de un pino o una lechuga, que la que comparten con las algas pardas. En definitiva, la botánica estudia un grupo de organismos muy diversos, desde el punto de vista evolutivo, ecológico, fisiológico, morfológico…
El desarrollo científico y tecnológico que se ha dado en las últimas décadas hace de la botánica denominada pura, el origen y punto de unión de muchos de los avances que se han dado y se dan en ámbitos tan variados y próximos a todos nosotros como la medicina, veterinaria, farmacología, o las industrias textiles, madereras, químicas…
La botánica y disciplinas afines han generado en las últimas décadas descubrimientos de gran relevancia para el ser humano. Desde los compuestos químicos extraídos de plantas y hongos capaces de salvar miles de vidas, como es el caso de la penicilina o la ciclosporina, hasta el uso de sus compuestos como fuentes de energía, caso del biodiesel.
De todas estas disciplinas científicas, la botánica se nutre de conocimientos que ayudan a comprender aún más si cabe a las plantas y sus relaciones con otros organismos y con el ambiente en el que habitan. El flujo de información es bidireccional, y las relaciones entre la botánica pura y todas las disciplinas científicas relacionadas con ella la encontramos en el herbario, una colección de plantas secas, identificadas y organizadas bajo el criterio del conservador. Me refiero a plantas en el sentido más amplio de la palabra, al incluir bajo este término a todos los organismos que estudia la botánica y que ya hemos mencionado antes.
Los herbarios constituyen una herramienta científica básica para los estudios botánicos y el conocimiento de la biodiversidad vegetal, pasada y presente, de una región. Cada espécimen o pliego de herbario es un ejemplar único e insustituible que nos ofrece tanta información como seamos capaces de extraerle, desde su identidad hasta el momento y lugar donde habitó, su composición química y genética, la relación con otros organismos, los posibles usos por parte del ser humano si estos datos fueron incorporados a la etiqueta que presenta cada espécimen.
No pensemos que el herbario es una herramienta científica de uso exclusivo para los botánicos taxónomos, aquellos que estudian las plantas con la finalidad de identificarlas y conocer la biodiversidad de una región. El herbario es también fundamental para todas y cada una de las disciplinas que trabajan con plantas como materia prima de sus investigaciones, y es que es una de las herramientas científicas que permite cumplir con el método científico, al conservar adecuadamente un pliego testigo de la planta objeto de estudio en una colección de historia natural accesible a la comunidad científica, y por tanto permitir la confirmación o reidentificación si fuera el caso, del material empleado en investigaciones de farmacognosia, fitoquímica, genética y fitopatología, entre otras.
La historia de los herbarios se remonta hasta mediados del s. XVI, siendo por tanto su origen posterior al de la imprenta. Hasta entonces, la información botánica de interés se transmitía bien oralmente, bien por escrito. En este último caso, y solo en algunos incunables, se asociaba a las toscas descripciones de las plantas útiles algún dibujo, más o menos esquemático, que ayudara a identificar la planta en cuestión.
Fueron las plantas de interés alimenticio, medicinal y tóxicas las que acapararon, como no podía ser de otra forma, el interés de los primeros testimonios escritos. En este sentido, destaca la obra expuesta De Materia Medica de Dioscórides, donde describió unas 600 plantas de interés medicinal, convirtiéndose en la precursora de la moderna farmacopea.
Asimismo, el interés del ser humano por nombrar y clasificar el mundo afecta también a las plantas. En este sentido, en la muestra podrán ver obras de Aristóteles, Tournefort y Linneo, entre otros, que intentan poner orden en el caos, nombrando y clasificando a los organismos conocidos en la época en la que vivieron cada uno de ellos. De Tournefort nos queda el concepto “género”, en el que se basará posteriormente Linneo para su propuesta de nominación de las especies, el sistema binomial, donde el nombre del género corresponde a la primera palabra que forma el nombre de cada especie. Se demuestra una vez más que en toda disciplina científica los logros se consiguen gracias al conocimiento previo acumulado y al trabajo colaborativo.
Y aunque el nombre de Linneo acompaña como autoría al nombre científico de muchas especies, él solo no podría haber realizado el ingente trabajo que se propuso sin la colaboración de otros botánicos y naturalistas de la época que, trabajando en lugares remotos o viajando por el mundo, le enviaban muestras de plantas, muchas de ellas desconocidas para la ciencia. Entre los ilustrados que colaboraron con él cabe mencionar a Celestino Mutis, responsable de la Real Expedición al Nuevo Reino de Granada, auspiciada por la Corona Española, y al que Linneo le dedicó el género Mutisia (publicado tras su muerte por su hijo, Linneo el Joven) cuya obra podrán ver expuesta.
Algunas de las plantas canarias a las que Linneo dio nombre son plantas que habían sido recolectadas en el archipiélago por botánicos y naturalistas europeos y cultivadas en jardines botánicos, donde científicos de la época podían analizar plantas de lugares que, en muchas ocasiones, jamás visitarían. Este es el caso de la planta que lleva el nombre de Canarias tanto en su género como en su epíteto específico, Canarina canariensis, comúnmente conocido como bicácaro o bicacarera, y cuya descripción botánica original, bajo el nombre Campanula canariensis, se debe a Linneo.
Canarias generaba interés al menos desde la época del Rey Juba II de Mauritania, quien a inicios de nuestra era, mandó a explorar el archipiélago. Le siguieron, varios siglos después exploradores, naturalistas e ilustradores europeos. Material canario recolectado desde el s. XVII se encuentra repartido por los herbarios europeos más relevantes, destacando el de Florencia donde se encuentra el herbario de Webb, botánico, autor junto a Berthelot de la obra cumbre de la botánica canaria (la Historia Natural de las Islas Canarias), publicada entre 1830 y 1850 y no superada aún.
Durante la segunda mitad del s. XVIII, se suman naturalistas e ilustrados locales que, en contacto con sus homólogos europeos, complementan y amplían la información botánica del archipiélago. Destacan entre ellos, José de Viera y Clavijo, que mantenía contacto epistolar con el botánico español más reconocido de su época, José Cavanilles, director del Real Jardín Botánico de Madrid; y posteriormente, personajes también ilustres como José Agustín Álvarez Rixo, en contacto con botánicos y naturalistas y con un gran interés por la flora nativa y exótica, que ilustraba con mucho detalle y colorido, tal y como se demuestra con la ilustración del drago que presenta a esta exposición, Domingo Bello y Espinosa, que si bien su obra magna corresponde a la Flora de Puerto Rico, nos dejó, entre otras, una obra singular titulada Un jardín canario, o Víctor Pérez, que a través de sus estudios sobre el tagasaste dio a conocer esta planta, excelente forrajera endémica de Canarias, por gran parte del planeta.
La historia la construyen las personas, y la historia de la ciencia la construyen científicos que, trabajando en equipo, nos permiten entender el mundo en el que vivimos y las reglas que lo rigen. Los equipos, sin embargo, los construyen personas carismáticas. En ese sentido, y en lo que se refiere a los estudios botánicos, la Universidad de La Laguna ha contado a dos botánicos (con perdón de los químicos), que han logrado poner en el mapa la Universidad, el archipiélago y la flora de éste, creando equipo y ampliando el conocimiento de la flora canaria desde dos perspectivas complementarias, la química, a cargo de Antonio González y González, y la botánica pura, de la mano de Wolfredo Wildpret de la Torre.
En nuestras manos está tomar el testigo de los botánicos que han puesto en el mapa a Canarias y su biodiversidad, ampliar los conocimientos de la flora de nuestro archipiélago cumpliendo con el método científico, haciendo uso de todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición y las que están por llegar. La botánica es un árbol que tiene las raíces bien ancladas en el pasado, pero cuyas ramas se levantan vigorosas hacia el futuro.