Los conventos fueron en la Europa medieval el espacio por excelencia, y tal vez el único, de libertad y acceso al conocimiento para las mujeres en la Edad Media. La vida conventual permitía a las mujeres gozar de ciertas libertades y huir de las imposiciones sociales, tales como el matrimonio, la mayor parte de las veces forzado, y la maternidad, que con frecuencia iba asociada a la muerte. Una de las mayores ventajas de la vida conventual era la de poder desarrollar en su interior una actividad intelectual.
Destacadas mujeres, también abadesas, como Hildegarda de Bingen (1098-1179) escribieron obra propia. Ella lo hizo sobre historia natural y botánica, cosmología y teoría médica y ha sido considerada la naturalista y filósofa más original del S. XII. Su reconocimiento fue muy amplio y achacaba su iluminación, como en otros casos de mujeres de iglesia como Santa Teresa, a visiones procedentes de Dios. Ello las dota de una autoridad inusitada ante la jerarquía eclesiástica. Lo cierto es que logran convertirse en mujeres sabias y con voz y obra propias. Los textos de Hildegarda son muy relevantes y se usan en las escuelas de medicina durante toda la época medieval.
Trótula y las Damas de Salerno (Italia S. XI), escribieron tratados sobre ginecología y sobre diferentes enfermedades. Textos que están llenos de remedios prácticos como el de Isabelle Cortese, siglos más tarde. Ya en el siglo XII, algunos copistas empezaron a atribuir los textos de Trótula a su marido, hasta que su nombre fue definitivamente sustituido por su forma masculina: Trottus. En el siglo XV ya se negaba su existencia y en el XVI el historiador alemán Karl Sudhoff, las borra definitivamente de la historia arguyendo que como eran comadronas y no médicas no podían haber escrito sobre materias tan complejas como la obstetricia o la cirugía. Pero no solo fueron parteras o comadronas, son las primeras médicas y anatomistas de la historia occidental, llegando a practicar la cirugía en la Italia renacentista. Y las mujeres fueron las primeras farmacólogas con sus cultivos de hierbas medicinales.
Excluidas de los libros y la ciencia oficial, aprendían unas de otras y se transmitían sus conocimientos, pero para las autoridades eran brujas o charlatanas. Y como brujas fueron torturadas y llevadas a la hoguera. Un proceso de desalojo de la profesión médica, en la interpretación de algunas historiadoras, que se produce de los siglos XIV al XVI. La inquisición usaba el Malleus Maleficarun “martillo de brujas” para someterlas a las más horribles torturas.
Los escritos de defensa de las mujeres y reclamando su acceso a la educación se suceden en el final de la etapa medieval y hasta el pasado siglo. Escriben en defensa de las mujeres también el cartesiano Poulain de la Barre y el ilustrado Padre Feijoo.
Christine de Pizan (1364-1430), escritora nacida en Italia pero radicada en Francia, en la corte del rey Carlos V de Francia, fue una firme defensora de la educación de las mujeres, dando por hecho que están igualmente capacitadas para las letras, las artes y las ciencias que los hombres. A lo largo de su prolífica obra, insiste en el hecho de las pocas oportunidades que la sociedad les ofrece y reivindica el espacio público, vetado para las mujeres. Su réplica a la misoginia contenida en la parte del famoso Roman de la Rose, escrita por Jean de Meun alrededor de 1277, y su constante reivindicación del acceso al conocimiento para las mujeres dio origen a la famosa “Querelle du Roman de la Rose”, una contienda literaria y académica que dividió a los intelectuales de la época en dos bandos, y que se prolongará durante el Renacimiento con el nombre de la “Querelle des femmes”. Este debate se mantendrá vivo en toda Europa hasta finales del siglo XVIII.
“Sin duda muchas mujeres, siglo tras siglo, han escrito libros de Medicina desde el tiempo de Hipócrates. Los llamados ‘libros hipocráticos’ no fueron todos escritos por el padre de la Medicina, probablemente ni tan siquiera el famoso juramento. Ni escribió Hipócrates los libros de Ginecología para sus discípulos; estos libros llevan la impronta de los escritos de mujeres y fueron copiados durante siglos con el nombre de él.”
(Kate Campbell Hurd-Mead, A History of Women in Medicine, 1938)
“Te vuelvo a decir, y nadie podrá sostener lo contrario, que si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos”.
(Christine de Pizán, La Ciudad de las Damas, 1405).