Isla Surrealista

ISLA SURREALISTA

La conmemoración del centenario de la publicación del Primer manifiesto surrealista de André Breton (15 de octubre de 1924) que da lugar a la presente Exposición constituye una oportunidad excelente para reflexionar en torno a la transcendencia de este movimiento desde una perspectiva universal y, en concreto, en nuestro contexto insular.

Frente a los ruidosos ismos que se suceden en los años 20 del pasado siglo, cuyos Manifiestos poseen distinto calado y alcance, el redactado por André Breton es, ante todo, una toma de postura ante el arte y la moral que engloba a todas las facetas de la existencia humana.

Aunque, en principio, se erige como una defensa radical de una actividad creativa multidisciplinar basada en el azar y el inconsciente, la lectura del Primer Manifiesto revela unas inquietudes más profundas que van desde el amor hasta la candente cuestión política del período de entreguerras. Las reflexiones en torno a la infancia y la locura o la defensa a ultranza de la imaginación que encontramos en las encendidas palabras de André Breton dan buena cuenta, además, de la dimensión humanística que, desde el radical inconformismo, caracteriza al movimiento.

La complejidad y amplitud de los planteamientos del Manifiesto aleja claramente al surrealismo del simple desafío iconoclasta propio de otros ismos y se observa claramente en un singular «árbol genealógico» en el que Breton enumera diferentes figuras que, en todos los lenguajes, han manifestado actitudes que pueden considerarse precursoras del movimiento. Reivindicando a ilustres antecesores como el Marqués de Sade, Víctor Hugo o Edgar Allan Poe, entre otros, el movimiento se sitúa en esa «tradición de la ruptura» de la que hablaba Octavio Paz, en su afán de demostrar que la luz negra que lo ilumina trasciende el tiempo y el espacio, porque depende de la mirada y la actitud de quienes encaran la revolución desde la poesía.

Más allá de las diferencias entre los distintos integrantes del movimiento, que han abandonado o engrosado sus filas, lo relevante del Primer Manifiesto es que, como muy bien entendieron los autores canarios, el surrealismo es, ante todo, una forma de estar en el mundo.

Diferentes tomas de postura por parte de André Breton como el Segundo manifiesto, de 1930, o los Prólegomenos a un tercer manifiesto del surrealismo o no, de 1942, prolongan la coherencia y la lucidez de un pensamiento iluminado por la mirada de un poeta.

Precisamente por eso, ni el Primer manifiesto ni los textos similares que lo sucedieron pueden entenderse como panfletos espontáneos e irreflexivos: muy al contrario, la palabra precisa y lúcida de Breton se abre paso con la belleza de un rayo y la rotundidad de una bomba, para que, como él mismo expresó, sean las generaciones futuras quienes decidan la profundidad de su mensaje.