Con el comienzo del siglo XX, gracias a avances tanto tecnológicos como científicos y a nuevas inquietudes filosóficas y sociales, las vanguardias –como el surrealismo, el futurismo, el cubismo y el dadaísmo– se erigieron en Europa en movimientos con los que se planteaba la ruptura con la tradición e incluso posiciones vitales novedosas. Los símbolos de la modernidad del primer tercio de ese siglo, entre los que se hallaban el jazz, el cine, el deporte, la aviación y el automovilismo, se convirtieron en motivos pictóricos y literarios. Sin embargo, no solo los símbolos tangibles acapararon la atención artística. También el psicoanálisis, que se difundió desde finales de la década de 1890 gracias a Sigmund Freud, suscitó cambios de índole existencial que influyeron en el surrealismo y en su exploración del subconsciente para buscar motivos poéticos. Con su teoría de la interpretación de los sueños, Freud contribuyó a que el mundo onírico ocupara una posición primordial para los grupos surrealistas, quienes pretendían profundizar en realidades ocultas a los sentidos.
LA ERA DE LOS MANIFIESTOS
En las islas Canarias, la evolución hacia estéticas de vanguardia se reflejó, en sus inicios, en la introducción ocasional de motivos propios de estos nuevos movimientos en revistas del archipiélago en las que predominaban contenidos localistas o folclóricos. Así se advierte en Hespérides (Santa Cruz de Tenerife, 1926-1929), en la que la exaltación regionalista de paisajes y costumbres insulares aparece, a veces, junto con textos de ficción en los que se imita una proyección cinematográfica. Se trata de destellos vanguardistas que indican la dirección que tomarían varias publicaciones canarias y que alcanzaría su máxima expresión en revistas como La Rosa de los Vientos (Santa Cruz de Tenerife, 1927-1928) y Gaceta de Arte (Santa Cruz de Tenerife, 1932-1936). A estas publicaciones periódicas se suman obras literarias, tanto en verso como en prosa, que conforman la poética vanguardista de las islas. Por su ambición estética y sus logros estilísticos, además de una rompedora visión del archipiélago, destacan Lancelot, 28º-7º (1929) y Crimen (1934), de Agustín Espinosa.
En esta nueva etapa artística, tanto en Europa como en Canarias, las vanguardias encontraron un soporte adecuado para difundir sus principios y sus objetivos en los manifiestos. Este género servía para que los grupos que defendían distintos movimientos sintetizaran en textos breves, pero no exentos de lirismo, las ideas rectoras de cada corriente artística. Asimismo, dada la convivencia de múltiples vanguardias en el mismo periodo, los manifiestos eran útiles para señalar las diferencias con otras propuestas creativas con las que compartían el deseo de romper con la tradición y de apropiarse de los símbolos de la modernidad del primer tercio del siglo XX para hallar nuevos recursos expresivos. Por ello, el recorrido por los manifiestos de esta época se convierte en un paso ineludible para conocer la importancia creativa de las vanguardias y las redes culturales que surgieron en torno a ellas.
Fotografía superior de Eduardo Westerdahl.