Isla Surrealista

MANIFIESTOS DE VANGUARDIA

Los manifiestos de los movimientos de vanguardia se convertían, con frecuencia, en reivindicaciones no solo estéticas, sino también vitales. Al mismo tiempo que se resumían los principios que regían la creación artística de cada grupo, se expresaban posturas filosóficas que, con frecuencia, transgredían los límites creativos y se fundían con la existencia de sus miembros. Por eso, en el Manifiesto futurista (1909), del escritor italiano Filippo Tommaso Marinetti, se exalta la agresividad y la violencia, incluso la guerra, como motivo de glorificación y como un modo de luchar contra la cobardía. En estas declaraciones se aprecia, desde luego, el objetivo de provocar reacciones intensas en el público. Sin embargo, también existe en el manifiesto el deseo de reivindicar las novedades tecnológicas, sobre todo vinculadas a las máquinas, como fuentes de inspiración artística.

Esta misma combinación de explicaciones sobre la poética propia y de posturas vitales se aprecia en la Proclama ultraísta que Jorge Luis Borges, Guillermo Juan, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre publicaron en Buenos Aires en 1921 y en Madrid en 1922. El texto comienza con una metáfora en la que la vida se compara con un mazo de naipes barajados, pero en él también se reivindica el ultraísmo como un movimiento con el que «desanquilosar el arte» y «descubrir facetas insospechadas al mundo».

Otros manifiestos, en lugar de centrarse en explicar poéticas, desarrollan críticas furibundas, incluso insultantes, hacia generaciones pasadas que representan un arte que, a ojos de la vanguardia, ha perdido su razón de ser. Así se observa en el Manifiesto ultraísta (1919), del autor sevillano Isaac del Vando Villar, donde se califica a la generación novecentista de «plagiadores conscientes e inconscientes de nuestros clásicos». De esta manera, el ultraísmo se erige en una vía creativa para llevar nuevos modelos expresivos al lenguaje artístico.

Los títulos de algunos manifiestos ya suponen, en sí mismos, una proclama reivindicativa de un arte nuevo, como el de Cosas vivas (1930), de Sebastiá Gasch. El crítico barcelonés se refirió con esas palabras a un arte que exterioriza resplandores espirituales. Por eso, exalta obras prehistóricas, como el bisonte de Altamira y las esculturas de piedra de la isla de Pascua, que remiten a tradiciones milenarias, al mismo tiempo que destaca la pintura de Pablo Picasso y de Joan Miró. Aunque Gasch no explicita su adhesión a ninguna vanguardia concreta, sugiere en el texto su pasión por el cubismo. Este manifiesto, en realidad, corresponde a una defensa personal del arte vanguardista más que a una exposición de principios poéticos.

Con estos textos, se comprueba que los manifiestos no siguieron un único modelo ni se propusieron un único objetivo. La exposición de ideas fundadoras de un movimiento vanguardista es una meta más de estos escritos, pero no la única. La crítica a generaciones anteriores, la reivindicación de posturas existenciales rebeldes, la actitud provocadora y las reflexiones individuales sobre el arte conformaron un corpus considerable de textos que, a pesar de su brevedad, contienen la esencia de las vanguardias.

Fotografía superior de Eduardo Westerdahl.