A mediados del siglo XV llegaba a Italia, en paralelo al Corpus Hermético, la obra de otro probable autor alejandrino, Horapolo, que fue publicada como Hieroglyphica. Escrita cuando el conocimiento de la escritura antigua se estaba perdiendo, en ella se recogen informaciones veraces sobre la escritura egipcia –la lectura fonética de algunos signos– junto a numerosas inexactitudes. La más significativa era que los jeroglifos podían entenderse simbólicamente, cada uno representando una idea completa y compleja, lo que hoy sabemos que no es cierto. Los intelectuales que desde el siglo XVI intentaron desentrañar el «misterio» de los jeroglifos, Pietro Valeriano, Michele Mercati, Athanasius Kircher, vieron impedido el éxito de su esfuerzo por esa premisa errónea.
Aun así, los esfuerzos fueron estableciendo algunas bases para el futuro desciframiento. Se publicaron obras que compilaban las inscripciones jeroglíficas. Primero las de Roma, en especial las de los obeliscos, que empezaron a ser despejados, trasladados y erigidos desde finales del siglo XVI. Se copiaron también textos de objetos aparecidos o conservados en Europa Occidental. Solo desde mediados del siglo XVIII los epigrafistas comenzaron a trabajar en el propio Egipto.
Se profundizó en el estudio de la lengua copta, y si bien no todos admitían aún que era la lengua antigua en una fase diferente, su conocimiento terminó por ser fundamental. Se reconoció el carácter exclusivamente monumental de los jeroglifos en paralelo a una escritura cursiva que fue denominada hierática; también el carácter real o divino de los signos rodeados por una cuerda, que hoy llamamos cartouches. William Warburton avanzó la posibilidad de que los signos fueran fonéticos y no ideográficos.
A comienzos del siglo XIX, con la llegada a Europa de las copias de la Piedra de Rosetta –y de esta misma– los avances se hicieron significativos. La estela recoge un edicto de Ptolomeo V en las dos lenguas habladas entonces en el país, griego y egipcio. Y esta última en las dos escrituras vigentes: jeroglífica y demótica. La comparación de los tres textos permitió identificar los primeros valores fonéticos a varios lingüistas: Jørgen Zoega, John David Åkerblad, Thomas Young, Jean François Champollion. Young identificó incluso la existencia de dos tipos de signos diferentes en la versión demótica, acercándose a la clave del sistema de escritura. Champollion dio el paso definitivo al comparar sus resultados con otras inscripciones tanto ptolemaicas como más antiguas. Su premisa era válida: la escritura estaba compuesta de distintos tipos de signos. Unos eran solo fonéticos que se leían como una, dos o tres consonantes o como palabras enteras, y había signos sin lectura, pero que añadían un valor semántico a la palabra a la que acompañaban. El sistema estaba descifrado y una parte del léxico podía deducirse a partir del copto. Desde entonces, el trabajo ha consistido en profundizar en el conocimiento de la lengua: deducir el significado de las palabras, identificar estructuras sintácticas, reconocer la evolución lingüística durante los cinco milenios en que se ha utilizado esta lengua, aún viva entre los cristianos egipcios.