El desciframiento de la escritura jeroglífica abrió la posibilidad de leer las palabras mismas de los antiguos. En un contexto historiográfico en el que la Arqueología no se había desarrollado como método, la interpretación de textos e imágenes esculpidos en los monumentos, estelas y papiros se convirtió en el principal recurso para acceder a la historia del Egipto antiguo.
A partir de la década de 1840 se escriben los primeros ensayos sobre aspectos concretos de esta civilización: formas de vida (John Gardner Wilkinson, Manners and Customs…, 1837-1841), creación artística (Émile Prisse d’Avennes, Monuments égyptiens, bas-reliefs…, 1842), religión (Émile de Rougé, 1869) y mitología (Paul Pierret, 1879). Para organizar el volumen impresionante de información que reunió la expedición prusiana dirigida por Karl Richard Lepsius (1842-45), se estableció una periodización del pasado egipcio. Esta fue retomada unas décadas más tarde por el francés Gaston Maspero que produjo el intento más relevante de dar una explicación diacrónica a la documentación sobre Egipto y sus vecinos del Oriente Próximo recogida en el medio siglo precedente.
El desciframiento de los jeroglifos abrió el camino para la identificación de las escrituras cursivas usadas por los escribas antiguos, así como a una profundización en la lengua, su estructura sintáctica, sus distintas fases, su parentesco con las lenguas semíticas y, después, con otras africanas. Las universidades alemanas tomaron un especial protagonismo en los estudios filológicos, a partir de la labor de R. Lepsius desde Berlín. Heinrich Brugsch terminaba la primera gramática de demótico y el primer diccionario de esta etapa lingüística, mientras la Academia Prusiana recopilaba las fichas léxicas que permitieron publicar, a comienzos del siglo XX, el diccionario egipcio-alemán que es todavía un instrumento eficaz.
Mientras las universidades se centraron en estudios lingüísticos e históricos, los museos con piezas egipcias abrieron la vía para los análisis tipológicos de la cultura material en el proceso de catalogación de sus colecciones. El de Bulaq, trasladado después a Guiza, embrión del Museo Egipcio de El Cairo produjo el Catalogue Général (CGC), una colección que sigue activa y es referencia obligatoria.
La documentación recogida en estos años fue enorme, pero desde el punto de vista teórico, los presupuestos interpretativos no difieren demasiado de planteamientos de las fuentes clásicas. El Nilo se concibe como el factor natural determinante en la aparición de la civilización, en detrimento del trabajo humano. La sociedad egipcia es vista como un reflejo del carácter de sus integrantes, calificados unas veces de orientales y otras de africanos, lo que explicaba que alcanzara un determinado nivel pero quedara estancada y cayera en una decadencia de la que no supo sobreponerse; el estado habría encontrado su estructuración con la realeza como principal agente del devenir histórico y los grupos sociales se beneficiaban de la productividad de un orden preestablecido. El avance en los conocimientos históricos se debió más a la cantidad de información que al modo en que ésta fue leída. Al menos, el Egipto antiguo dejó de ser visto como un simple marco de acontecimientos bíblicos y pasó a ocupar un lugar destacado entre las grandes civilizaciones de la Antigüedad.