Desde fines del siglo XVIII, Francia había trazado planes de conquista de Egipto con una finalidad geoestratégica: contrarrestar la expansión británica en la India.
En 1798, el Directorio confió la misión a Napoleón Bonaparte; doce días después del desembarco en Alejandría, conseguía la victoria que permitió el acceso de las tropas a la capital en la famosa batalla de las Pirámides. Sin embargo, no dispuso de recursos humanos ni materiales para imponerse en el resto del país. El general regresó a Francia y sus sucesores consiguieron mantenerse con dificultades en algunas posiciones del Delta hasta la capitulación ante los británicos en 1801.
Sin embargo, el legado científico de la campaña consiguió revertir ese clamoroso fracaso en un absoluto éxito cultural.
El ejército llegó acompañado por la denominada Comisión de las Ciencias y las Artes del Ejército de Oriente, compuesta por unos 165 científicos, ingenieros y artistas. Crearon el Instituto de Egipto cuyo objetivo era investigar la naturaleza, la economía y la historia del país y, con ellas, extender la Ilustración en Egipto. Acompañaban a las tropas en su desplazamiento, lo que les permitió alcanzar lugares adonde no habían llegado los viajeros anteriores.
Tras la derrota ante los británicos, estos exigieron la entrega de todo el material reunido por la Comisión. Las antigüedades fueron traspasadas –esa es la razón por la que la Estela de Rosetta, la Piedra, está en el British Museum– pero finalmente se permitió a los franceses guardar su información manuscrita.
Unos meses después, Bonaparte ordenó que todos los resultados de las investigaciones se publicaran en una gran obra impresa. Esta labor se convirtió en un proyecto de Estado, de dimensiones sin precedentes.
La Description de l’Egypte está formada por nueve volúmenes de texto, once de láminas –algunos en varios tomos– y tres del atlas geográfico. Su publicación abarcó desde 1810 hasta 1824. El contenido se divide en tres secciones: Antigüedades, Historia Natural y Estado Moderno. En realidad, más de la mitad de las páginas están dedicadas a las primeras, lo que muestra cómo el pasado faraónico había impactado en la imaginación de los «sabios». Con esta obra se inicia la Egiptología académica.
El prefacio de Joseph Fourier es un ejemplo de la perspectiva sobre Oriente que estaban creando las ideas de la Ilustración combinadas con los intereses europeos. Egipto aparecía como la cuna de la civilización –este era entonces un concepto nuevo, creado a finales del siglo XVIII– donde habían aprendido los grandes pensadores griegos y que había dado prestigio a Alejandro Magno, a los conquistadores romanos… y a Bonaparte. Pero también se decía: «Este país […] está en la actualidad sumido en la barbarie»; de ahí la necesidad de la conquista francesa que pretendía devolver a Egipto los beneficios de una civilización que él mismo había creado. Las bases intelectuales del colonialismo del siglo XIX quedaban establecidas.