La Egiptología en una especialidad histórica de reciente desarrollo en los medios académicos españoles. Pero eso no quiere decir que no haya existido un cierto interés por la civilización egipcia antigua en el pasado, igual que lo hubo por la griega o la romana.
En el siglo XVIII, varias piezas de origen egipcio procedentes de Italia y reunidas en las colecciones reales y en privadas sirvieron de base a los primeros estudios sobre su valor artístico, como el de Isidoro Bosarte (1791).
En la primera mitad del siglo XIX apenas hubo publicaciones en las que la civilización egipcia estuviera presente. La mayoría eran traducciones de Historias Universales francesas. Los eruditos tenían un difícil acceso a las aportaciones de la investigación internacional, como demuestra que en la década de 1860 algunos desconocían que el desciframiento de la escritura se había producido cuatro décadas antes.
La apertura del canal de Suez, los cambios políticos desde 1868 y una ambición de mayor presencia internacional –evidente en el circuito mediterráneo de la fragata Arapiles– despertaron un cierto interés hacia Oriente. La inauguración del Museo Arqueológico Nacional en Madrid permitió una pequeña exhibición de piezas a la que se fueron incorporando donaciones desde colecciones privadas. Estas eran pequeñas en volumen y número, adquiridas en anticuarios europeos o en el propio Egipto, en viajes de placer o en el desempeño de un cargo oficial en tránsito hacia Filipinas. Los responsables de la colección estatal, Juan de Dios de la Rada y José Ramón Mélida, escribieron los primeros estudios de cultura material egipcia publicados por autores españoles.
En la Universidad española decimonónica, un único docente impartía desde la Prehistoria a la Edad Contemporánea. No era un contexto propicio para el nivel de especialización que exigía ya la Orientalística internacional. El historiador Miguel Morayta se interesó por el Egipto antiguo, incentivado probablemente por su pertenencia a la Masonería. Él fue quien propició un proyecto de ley para crear las primeras cátedras especializadas en lenguas orientales, que habrían de servir como base para el estudio de los textos escritos como fuente histórica. Sin embargo, el proyecto fracasó, seguramente por el contexto nacional, 1898, poco propicio a nuevos gastos. La crisis posterior y el cambio de perspectiva respecto a España y la Historia, enfriaron ese primer intento de que surgiera una escuela egiptológica.
Sin intereses colonialistas en Oriente –que han sido uno de los motores fundamentales de la actividad arqueológica– España no hizo intentos de desarrollar una actividad egiptológica in situ. Las únicas intervenciones de autoría española son obra de individuos a título personal. Residentes en Egipto, de profesiones diversas –un arquitecto, un profesor universitario, sacerdotes– se interesaron por las antigüedades y realizaron unas primeras actuaciones que no tienen continuidad con la Egiptología actual. El más destacado fue Eduard Toda i Güell, un cónsul que participó en el viaje de inspección anual al Alto Egipto en 1886, en calidad de amigo del director del Service, y que asistió a la apertura de la primera tumba hallada intacta en una excavación autorizada.