La actual crisis sanitaria ha obligado al sistema universitario global a suspender la docencia presencial y sustituirla por docencia en línea. Un cambio que, con toda probabilidad se prolongará a lo largo de todo el próximo curso, con mayor o menor intensidad, en función de la evolución de la pandemia. Lo que nos lleva a la cuestión de hasta qué punto las adaptaciones a las que nos obliga esta forma de enseñar serán transitorios o vendrán a sustituir lo que hasta ahora hemos venido haciendo.
Aunque mucho antes del pasado día 14 de marzo nuestra universidad había iniciado su transformación digital, distábamos mucho de estar realmente preparados. No obstante y tal como lo ha hecho el resto del sistema universitario español, hemos sido capaces de reaccionar y el sistema no ha colapsado, en gran medida gracias al compromiso sobresaliente de una buena parte de la comunidad universitaria, que ha pasado a la acción y se ha implicado en la docencia no presencial.
Como en toda crisis, ésta también trae consigo la semilla de oportunidades para la mejora: estamos en un momento propicio para incorporar cambios estructurales en la concepción y la realización de la docencia. Uno de ellos tiene que ver con la importancia renovada que cobra la planificación docente y la reflexión sobre los objetivos del aprendizaje (lo que queremos conseguir), sobre la metodología (cómo lo haremos), los recursos (con qué) y la evaluación (que debe ser coherente con lo que pretendemos y con los recursos que hemos ofrecido a los estudiantes).