FECHA: 23/12/20
Javier Hernández Borges.
Universidad de La Laguna
Muchos de nosotros diríamos que los microplásticos no son otra cosa que pequeños trozos de plástico de distintos colores que vemos en el mar que provienen de la fragmentación de otros de mayor tamaño que llevan mucho tiempo a la deriva. Si bien no vamos del todo desencaminados, los microplásticos son algo más que eso y, en realidad, están presentes en todos los ecosistemas.
Actualmente se consideran microplásticos a fragmentos de dimensiones comprendidas entre 5 mm y 1 µm (2000 veces más pequeños que la cabeza de un alfiler en el caso de los de mayor tamaño), y por tanto no visibles al ojo humano aunque… ¡están ahí! Por debajo de 1 µm se suele hablar ya de nanoplásticos, mientras que entre 5 y 25 mm se habla de mesoplásticos. Por encima de estas dimensiones, utilizamos el término macroplástico para referirnos a ellos.
La acción de la luz, las altas temperaturas y el oxígeno atmosférico, unido a los golpes, torsiones o abrasiones que puedan experimentar hacen que los plásticos se fragmenten un proceso que se conoce como degradación abiótica. El resultado son los microplásticos secundarios. Sin embargo, los seres humanos también generamos microplásticos de manera intencionada. Es el caso de las denominadas pellets o granzas que se utilizan en la industria como materia prima para la fabricación de plásticos de mayor tamaño, o las microperlas o microbeads que se añaden a productos cosméticos o de higiene personal. En estos casos hablamos de microplásticos primarios, que en muchos casos tienen forma esférica y que, por un medio u otro, acaban también en el medioambiente. Afortunadamente muchos países están prohibiendo ya el uso de estos microplásticos, conscientes de que actuando en origen y evitando su uso se minimiza su impacto.
Además de la degradación abiótica ya comentada, los microplásticos y los nanoplásticos pueden atravesar las paredes celulares de ciertos microorganismos, lo que los hace particularmente peligrosos. Una vez en el interior de la célula pueden degradarse, algo que todavía está sin embargo pendiente de confirmar. Pero lo importante aquí es que, en general, los microorganismos no han evolucionado hasta ser capaces de alimentarse de plástico y, por tanto, de actuar como fuente de eliminación de los mismos, aunque algunos estudios sugieren que puede haber excepciones. En este sentido, se siguen buscando microorganismos que sean capaces de degradarlos.
De todos los microplásticos secundarios existentes destacan las microfibras provenientes de tejidos sintéticos, que son las más abundantes. No debemos olvidar que una parte importante de nuestra ropa se fabrica a partir de tejidos plásticos y que, al lavarla, desprenden fibras. Nuestras lavadoras son las causantes de la liberación de ingentes cantidades de microfibras a las aguas residuales y de ahí, si no son eliminadas en las depuradoras, algo que lamentablemente ocurre, acaban diseminándose en el entorno. Además, los lodos de depuradora, que se obtienen a partir de procesos de decantación durante el tratamiento de las aguas residuales, se utilizan en la fabricación de abonos, lo que suponen una vía adicional de liberación de microplásticos al medio.
El problema de la presencia de los microplásticos en el medio ambiente va más allá de lo que probablemente nos podríamos imaginar porque en realidad encontramos microplásticos en el aire y en el suelo, además de en las aguas. Se ha podido comprobar que en zonas urbanas, sobre todo en aquellas con industrias plásticas, el aire contiene microplásticos. En un estudio recientemente publicado se ha constatado su presencia en los grandes parques nacionales de Estados Unidos, situados en zonas remotas y muy alejadas de los núcleos de población. Por otro lado, cada vez es más evidente que los suelos de todo tipo también los contienen y que estos afectan a sus propiedades, así como a los organismos que los habitan. Pero es en el medio acuático donde son más visibles. En este sentido es importante destacar que la presencia de los microplásticos no se circunscribe sólo al medio marino, sino que también es importante en lagos, ríos e incluso en las aguas subterráneas.
Los microplásticos, especialmente los de menor tamaño, han entrado en la cadena alimentaria. Los ingiere el zooplancton que se encuentra en la base de la cadena trófica marina. También lo hacen los organismos filtradores, mientras que los peces ingieren los de mayor tamaño. El ser humano tampoco se libra. Se han encontrado microplásticos en bebidas y alimentos y en heces humanas. Se estima que ingerimos semanalmente el plástico equivalente al de una tarjeta de crédito. La buena noticia es que no hay evidencias de que el plástico en sí plantee peligros para la salud si es ingerido puesto que es extremadamente difícil de degradar en el proceso digestivo. Sus aditivos, en muchos casos tóxicos, sin embargo, sí pueden liberarse y suponer un riesgo. Precisamente los microplásticos pueden retener contaminantes en su superficie, como si de esponjas se tratara, por lo que son capaces de eliminarlos de las aguas. Es lo que ocurre con los plaguicidas organoclorados -hoy en día prohibidos- o con los hidrocarburos aromáticos presentes en los combustibles fósiles o que se forman en los procesos de combustión. Estas propiedades no son desconocidas para los químicos, que los vienen utilizando para extraer contaminantes. Sin embargo, lo que es una propiedad útil podría ser un mecanismo negativo para los seres vivos, al facilitar estos contaminantes se concentren en los mismos.
El efecto y el impacto de los plásticos en el medio ambiente es de tal magnitud que algunos científicos hablan ya de un “ciclo del plástico” y de la necesidad de conocerlo y estudiarlo en profundidad.