FECHA: 23/12/20
Miguel Ángel Molinero
Universidad de La Laguna
La Universidad de La Laguna recibió la concesión de una Misión Arqueológica en Luxor, Egipto, en 2012. El objetivo de la investigación es una tumba, la 209, y el wadi, o barranco seco, en que fue construida. El complejo funerario perteneció a un individuo de origen nubio, Nisemro, que ocupó un alto cargo en la administración egipcia como Supervisor del Sello. No tenemos seguridad de qué funciones cumplía en su época o quien detentaba ese cargo, pero sabemos que tuvieron que ser de importancia, pues el título designaba, unos siglos antes, al responsable de los asuntos económicos del país, el tercero en importancia del estado.
En el año 2018, en el marco de la sexta campaña (financiada por la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias y la Fundación Palarq) la Misión canaria se había centrado, entre otras áreas internas, en una cámara de enterramiento. A ella se accede desde una estancia superior que estuvo sellada y desde la que se desciende por un pozo al espacio mortuorio. Diversos argumentos inducen a pensar que este conjunto podría haber sido concebido para el propietario de la tumba: se encuentra en el eje principal de las cámaras subterráneas, con relieves que lo representan y textos que repiten sus títulos en cada uno de los vanos que conducen hacia el interior; el acceso estaba clausurado y, aunque esto impediría cualquier visita, tanto las dos cámaras como el pozo fueron tallados con esmero. En la campaña de 2018, la limpieza final permitió identificar dos trincheras en el suelo, con una oquedad en cada extremo.
A pesar de su irregularidad y nula vistosidad, sospechamos desde su descubrimiento que podrían ser de importancia para la historia de la construcción.
La tumba fue reocupada en siglos posteriores –en épocas persa y ptolemaica– según muestra la cerámica depositada ritualmente en algunas de sus cámaras, razón que explica que haya desaparecido el revestimiento del suelo. Pero lo interesante es que las zanjas que hay en este, que no recibieron ningún tratamiento estético, tuvieron que abrirse con una función definida. Se trata de trincheras rectangulares, con mayor profundidad en sus extremos. Mediante técnicas fotogramétricas pudimos determinar la profundidad y el perfil de las trincheras que pusieron de manifiesto un trabajo rápido y descuidado.
Un conjunto así no tiene un paralelo en otras tumbas egipcias. Sin embargo, sí hay documentadas instalaciones comparables en Nubia, que debía de ser el lugar originario de Nisemro.
La región al sur de la tercera catarata del Nilo, en el actual Sudán, fue el marco donde se desarrolló Kerma, el segundo estado africano después del egipcio, en el II milenio antes de nuestra era (a.e.). Sus guerreros y reyes eran enterrados en fosas sobre camas de madera recubiertas de pieles de bóvidos. Tras un periodo de dominación egipcia, Nubia recuperó su autonomía y, a mediados del siglo VIII a.e., vencía a su antiguo colonizador. En las pirámides donde se enterraron los monarcas y las esposas y madres reales de ese momento, se han encontrado unos pedestales con cuatro huecos. Se ha interpretado que debían de servir para encajar una cama con sus cuatro patas, recuperando la tradición de la época en que surgió el primer estado en la región. La razón por la que las patas no se dejaban exentas es que la cama debía de soportar un peso considerable, probablemente un ataúd decorado en el que se introducía el cuerpo del difunto. Encontramos que había precedentes de este dispositivo en los enterramientos de los predecesores de la dinastía, pero no tenían pedestal, solo un par de trincheras en el suelo con huecos en sus extremos. También se han conservado restos de lechos mortuorios, encontrados en otros yacimientos. Las patas son el elemento más característico, con formas muy variadas. Su estructura ha sobrevivido hasta el Sudán actual, en un tipo popular de camas denominadas angareb.
Al comparar las medidas obtenidas en la tumba 209 con las de los monumentos funerarios en Nubia encontramos que las proporciones eran idénticas, por lo que no tuvimos dudas de que las trincheras servían de acomodo a una cama. Procedimos entonces a reconstruir digitalmente un ejemplar cuyas patas pudieran encajar en las cuatro oquedades de la NECBC. Tomamos como referencia unos herrajes de bronce encontrados en la tumba de Amenirdis I que han sido interpretados como parte de una cama mortuoria.
Amenirdis fue una princesa nubia que ocupó el cargo de Divina Adoratriz de Amón, cabeza del estado egipcio en el Alto Egipto; la primera de origen nubio en ocupar este cargo y, seguramente, coetánea de Nisemro. Los herrajes tubulares debían de servir para conectarse con travesaños de sección circular y con un piecero bajo, ya que las camas egipcias antiguas no tenían cabecero, pero sí un tope para los pies. A ese modelo le añadimos un somier de cordeles de cáñamo, que están documentados en la antigüedad y unas zapatas cuadrangulares en las patas, siguiendo la silueta de los orificios en el suelo.
La confirmación de la función de las trincheras nos ha permitido obtener conclusiones sobre el momento histórico en que se edificó la tumba 209. Por una parte, cronológicas, ya que el paralelismo con Nubia permite confirmar algo que ya se sospechaba sobre la base de otras evidencias: que la tumba ha de fecharse en los primeros momentos de la ocupación nubia de Egipto, en la segunda mitad del siglo VIII a.e. Y por otra, religiosas y culturales, pues si bien Nisemro se hizo construir una tumba de tipología egipcia, prefirió que su cuerpo descansase en una cama, siguiendo las costumbres ancestrales de su lugar de origen.
Este hallazgo contribuye a la imagen que están creando los/as historiadores/as sobre el modo en que se integraron las elites de la dinastía nubia en el Egipto conquistado, un proceso en el que se combinaron la adopción de rasgos egipcios y el mantenimiento de sus tradiciones. Éstas sirvieron como afirmación de su identidad frente a sus antiguos conquistadores.