José de Viera y Clavijo y la evolución

FECHA: 20/12/2019

AUTOR MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ
Universidad de La Laguna

El siglo XVIII fue, en no pocos sentidos, un siglo especialmente interesante, contradictorio y peculiar. Se hicieron grandes descubrimientos científicos o, más bien, se sentaron las bases que permitieron conquistarlos a partir de la siguiente centuria. Se puede afirmar con Vincenzo Ferrone que en el siglo XVII comenzó a perfilarse la ciencia, pero aún no el científico, mientras que en el XVIII, el denominado propiamente Siglo de las Luces, se producirá el protagonismo de ambos, de la ciencia y del científico como sujeto social e histórico. En Francia, gracias al esfuerzo institucional durante el reinado de Luis XIV, la ciencia y los científicos adquirieron un protagonismo que colocó al país a la vanguardia del conocimiento. Se reconoció a un tipo de “savant”, de sabio o intelectual al servicio del Estado, que encontró en las academias no sólo un espacio de estudio y de potenciación del saber, sino, además, una esfera de reconocimiento del trabajo y del éxito personal y profesional.

El intelectual del siglo XVIII se caracteriza por su interés en todas las ramas del saber. Un caso paradigmático es Georges-Louis Leclerc (1707-1788), conde de Buffon. Comenzó por estudiar la carrera de Derecho, pero se interesó enseguida por las Matemáticas, para iniciar después estudios de Medicina, que tuvo que abandonar. En 1734, fue designado miembro adjunto de la Sección de Mecánica de la Academia de Ciencias de París, al tiempo que realizó trabajos sobre silvicultura. En la Academia no tardó en pasar de la Mecánica a la Botánica, lo que no le impidió redactar en la siguiente década numerosos ensayos de Matemáticas, Óptica e Historia Natural. Justamente, la obra que le consagró, y a la que dedicó la mayor parte de su vida, fue su Histoire naturelle, générale et particulière que, como sostienen la mayor parte de los historiadores de la ciencia, le convierte en uno de los científicos más brillantes de la Ilustración francesa y en el “más grande naturalista de la segunda mitad del siglo XVIII”. Buffon ha sido calificado como un “transformista” o “evolucionista tibio”. Jacques Roger, uno de sus biógrafos, no dudó en señalar que, en cualquier caso, contribuyó más que nadie en el Siglo de las Luces a sentar las bases de las teorías evolucionistas del siglo XIX, pero -añade-, lo mismo que para Rousseau la historia de la humanidad es la de una decadencia, para Buffon, la historia de la vida es la de una degeneración.

Dos miembros del linaje canario de los Clavijo están vinculados, en el ámbito científico, a este naturalista francés del siglo XVIII. Es el caso del primo de José de Viera y Clavijo, el lanzaroteño José Clavijo y Fajardo, que tradujo al castellano, y anotó con todo rigor, la Historia natural, general y particular del conde de Buffon. Y el propio José Viera y Clavijo, prototipo en todos los órdenes del sabio ilustrado de origen canario durante esta apasionante época. A Viera pudo influirle también Voltaire, no lo dudo, pero no en este ámbito, ya que el desterrado de Ferney era, como subrayan Nelson Papavero y otros estudiosos de la historia de la biología, “el archienemigo de los fósiles” en el siglo XVIII, al tratarse de un deísta y un “fijista” o creacionista convencido.

En la década de 1760, un Viera de apenas 32 años, miembro de la Tertulia de Nava, esbozó en sus Ensayos sobre la Historia Natural y Civil de las Islas Canarias, algunas ideas en línea con el pensamiento del conde de Buffon y su demostrado interés por los fósiles. Ideas que constituyen una de las piedras angulares de la Teoría de la Evolución. Así lo apunta David Young en su didáctico y ameno libro sobre el descubrimiento de la evolución, al subrayar que fue la presencia de los fósiles incrustados en rocas, el “descubrimiento que destapó la historia de la vida”.

¿Cómo es posible que un joven clérigo del siglo XVIII, que probablemente eligió la carrera eclesiástica para dedicarse al estudio de las ciencias y de la historia, pudo conectarse con la vanguardia intelectual europea? Viera no tuvo mayores dificultades para aficionarse a la lectura de la obra capital de Buffon. En la biblioteca del marqués de Villanueva del Prado se custodiaban ejemplares de la primera edición de la Histoire naturelle, que comenzó a publicarse en París en 1749. El futuro arcediano Viera y Clavijo le cita y, desde luego, le utiliza más de lo que reconoce en su Historia de Canarias. Pero, además, influido por esta misma corriente de pensamiento, se dedicó personalmente a buscar fósiles en Candelaria y en las caleras de la Rambla. Allí encontró “burgaos” (Phorcus spp.), esqueletos de peces, conchas y caracoles marinos fosilizados; pero, además, habló con los “minadores” de ambos yacimientos que le informaron sobre la frecuencia de este tipo de hallazgos. De ahí que el polígrafo escriba: “este sitio puede pasar por nuestro pequeño Herculáneo y proveer de varias curiosidades nuestros gabinetes”, en evidente alusión al redescubrimiento de Pompeya y Herculano, emblemas, justamente bajo Carlos de Nápoles, el futuro Carlos III de España, de la arqueología heroica durante la época de la Ilustración.

Pero, además de las influencias de Buffon y de Rousseau, también Viera recibió, mediante sus contactos y lecturas, las de otros sabios europeos de enorme relevancia como serían Robertson, Turgot, Maupertuis, Charles Bonnet, Vico, Pauw o Montesquieu, lo que le llevó a adquirir una visión personal y, a veces, irónica de la teoría, entonces en boga, de la degeneración de las especies, incluido el propio ser humano. Pero esta, es otra historia.