FECHA: 30/10/20
Enrique Burunat Gutiérrez/
Universidad de la Laguna/
El sentido común sugiere que el amor tiene algo que ver con la felicidad, pero también la falta de amor con la infelicidad. Existen interpretaciones del amor en la ciencia y en la sociedad que pueden resultar contradictorias, lo que ha trasladado al lenguaje una cierta incertidumbre e inconsistencia en torno al concepto de amor.
En el ámbito científico se consideran los componentes del amor (intimidad, pasión y compromiso son los más reconocidos) y sus categorías (maternal, romántico…), mientras que, en el lenguaje popular nos referimos a muchos amores, concretos o difusos, como el amor al ciclismo o el amor al riesgo. Es así porque sigue siendo dominante la falsa interpretación del amor sólo como una emoción al igual que la interesada creencia de que la voluntad puede modificar o mantener el amor, o del mismo modo que se confunden motivación sexual y amor romántico.
El emoticono del amor, el corazón flechado, es el tatarabuelo de todos los modernos emoticonos de mensajería electrónica. El corazón está estampado en millones de camisetas con los objetos amorosos más variopintos: I love NY, I love Amy. Y con razón, porque puede afectar críticamente a su funcionamiento. Hay un tipo de infarto, la cardiopatía de Takotsubo, que podría originarse en circuitos y estructuras del cerebro asociadas al amor, como es la corteza insular.
Puesto que no se asimila bien que la misma función amorosa afecte a la supervivencia y a cualquier hobby insustancial, los científicos tienden a evitar referirse al amor porque aún perciben mucha oscuridad en ese paisaje. Siguen un par de ejemplos de ese anonimato del amor en la ciencia actual.
Muchos suicidios (y también asesinatos, incluyendo la horrible lacra del feminicidio) están provocados por rupturas sentimentales determinantes para su ideación y ejecución. Desde antes de Romeo y Julieta ya se conocían las posibles consecuencias mortales del amor imposible o no correspondido. Hay casi 100.000 publicaciones científicas sobre el suicidio en la principal base de datos en biomedicina (PubMed), pero no llegan a 300 las que relacionan suicidio y amor. En el momento de escribir estas líneas, solo en 1 de cada 342 artículos sobre el suicidio aluden al amor o la falta de amor en su título o en su resumen.
Por otra parte, cuando se investigan las experiencias adversas en la infancia, que incluyen maltrato físico y emocional, abuso sexual, abandono o negligencia parental, podría mencionarse la falta de amor que sufren esos niños y niñas. En una exploración en PubMed, se encontraron 3.265 publicaciones sobre experiencias adversas en la infancia. Como antes, cuando se revisaron sus títulos y resúmenes, el amor se cita tan solo en 5 de los 1.000 artículos más reciente, aunque esto no excluye que, al igual que en el caso anterior, se le nombre en otras partes de alguno de esos artículos.
En cualquier caso, de lo anteriores ejemplos parece desprenderse que a la comunidad científica le cuesta nombrar el amor, quizás porque no parece ser un concepto demasiado científico y nombrarlo podría complicar la interpretación o la discusión de los fenómenos estudiados, lo que perturbaría la precisión de las conclusiones propuestas por los autores. Pero el amor existe, sin necesidad de que se reconozcan sus méritos. De hecho, he propuesto que es la causa de la evolución de la Humanidad.
El ser humano es totalmente dependiente al nacer. Desde hace más de un millón de años, en especies previas al Homo sapiens, el desarrollo empezó a hacerse más lento, por lo que sólo las madres con mayor motivación maternal conseguían que sus neonatos sobrevivieran. Éste fue el extraordinario mecanismo responsable del surgimiento de la humanidad, un cuello de botella evolutivo, en el que sólo las madres con la más potente motivación amorosa pudieron transmitir sus genes a la siguiente generación, al sobrevivir su descendencia. Los genes de las madres menos amorosas desaparecerían con la muerte de sus crías por lo que a lo largo de las generaciones y con relativa rapidez, el amor maternal alcanzó un nivel no alcanzado antes por la selección natural y posibilitó innumerables experiencias, promovidas por un cerebro paulatinamente más complejo y versátil.
Entre las innovaciones compartidas por, quizás, varios antepasados del Homo sapiens surgió una herramienta, exclusiva de la relación materno-filial: un protolenguaje primitivo, femenino, gutural y onomatopéyico, verbal y no verbal, con risas y lágrimas, capaz de expresar y matizar emociones de enorme intensidad. Tras cientos de miles de años ese protolenguaje, probablemente común a toda la Humanidad (hay una alusión a esta idea en el Génesis 11.1), promovió el amor entre los sexos -el amor romántico- surgido hace unos 40.000 años. La transmisión del lenguaje de la mujer al hombre permitió la expansión de la mente y el conocimiento del bien y del mal (a esto se alude también en el Génesis 3:5-3:7). Es entonces cuando surgen y se difunden las artes (pintura, música, escultura, baile, danza…) y se inicia la diversificación de las lenguas.
El amor es, pues, responsable del lenguaje y de las artes, así como de la evolución y conformación de la mente humana. Explica la filogenia humana a través del incremento gradual de la duración de la infancia y del amor maternal en el último millón de años, y la aparición y difusión (hace unos 40.000 años) del amor romántico, de las artes y las lenguas. Merece ser más nombrado.