CINE Y CIENCIA

Un mundo más allá de nuestra imaginación

FECHA: 29/07/2018

AUTOR RODRIGO DELGADO SALVADOR, MARÍA AMPARO BRICIO

ILUSTRACIÓN HIPÓTESIS

Muchos hemos estado ahí: un cielo rojo, un sol azul que va hundiéndose en el horizonte, unas islas flotantes en primer plano y los graznidos de unos pequeños pájaros con cuatro alas que revolotean a nuestro alrededor.

Bueno, tal vez “estar” no sea el verbo adecuado. La imaginación de artistas y científicos nos ha permitido presenciar maravillas planetarias de difícil descripción. Desde la exuberancia biológica de Pandora, el planeta del que se extraía el valioso y genérico Unobtanium en la película de Avatar (2009), hasta las inconmensurables olas del planeta acuático de Interstellar (2014), pasando por el Marte más o menos realista de Total Recall (Desafío Total, 1990) o el juego Surviving Mars (2018), estas recreaciones nos transportan y nos muestran una pequeña selección de lo que, en teoría, es posible encontrar en el Universo.

Sin lugar a dudas, uno de los ejemplos cinematográficos recientes más cuidados respecto a realismo se refiere es la película The Martian (Marte, 2015), protagonizada por Matt Damon y basada en el libro del mismo nombre, escrito por Andy Weir, quién investigó y se informó seriamente para crear una historia lo más realista posible con la tecnología actual. De esta manera, a través de la ficción, pudimos plantarnos en la Acidalia Planitia de Marte y vivir sus tormentas de polvo, sus tornados de casi un kilómetro de altura o la puesta de sol a más de 220 millones de kilómetros del Sol.

Pero, si bien la ciencia ficción nos ha regalado planetas fantásticos para nuestro disfrute y entretenimiento, ¿cómo son los planetas en los que, tal vez, vivamos en el futuro? ¿Cómo se encuentran entre el infinito manto de puntos brillantes que es el Universo? ¿Y cómo podemos saber cómo son o de qué están hechos?

Lo cierto es que el descubrimiento de exoplanetas —esto es, planetas que giran alrededor de una estrella que no es el Sol — es un campo científico reciente. Tanto es así que hasta hace apenas 25 años no se había descubierto ninguno. La tecnología no lo permitía. Hoy en día, sin embargo, contamos con varios métodos para detectarlos, aunque sea de forma indirecta.

Por ejemplo, supongamos que tenemos un planeta enorme, como Júpiter, que tiene 300 veces más masa que la Tierra, y que, a diferencia de lo que ocurre en 2010: The Year We Make Contact (2010: Una odisea dos, 1984), nuestro Júpiter extrasolar gira cerca y rápidamente alrededor de su estrella. ¡Eureka! Acabamos de definir lo que sería un Júpiter caliente: un planeta con tanta masa que provocaría que su estrella se contonease de un lado para otro, de la misma manera que un bailarín de hula-hoop lo hace empujado por su aro. Según cambia el espectro de la estrella — la huella unívoca y específica del tipo de luz que emite esa estrella— podemos saber cómo se está moviendo y, echando mano de las leyes de Newton, podemos calcular el tamaño y la órbita del cuerpo que está tirando de ella.

Hay otras maneras que se basan en ideas similares, pero el método que nos ha descubierto los más de casi 3000 planetas extrasolares hallados hasta ahora es el de los tránsitos. Y es muy fácil de entender: no hace falta más que mirar a una fuente de luz (como una bombilla, una vela o la pantalla de su móvil) y, después, tapar una parte. Por supuesto, el ojo y el cerebro humanos son productos maravillosos de la evolución, pero no son perfectos. Para nosotros, ser capaces de registrar fielmente cuánto brillo ha perdido nuestra fuente de luz al tapar una parte es bastante difícil. Como mínimo, es necesario que la parte tapada sea enorme, como cuando las naves de Independence Day (1996) dejan a oscuras todo Washington D.C. Sin embargo, las cámaras digitales son excepcionalmente precisas en estos tipos de medidas. De manera que, si un sistema planetario lejano está alineado con nosotros —y, teniendo en cuenta los miles de millones de ellos que hay, es bastante probable que alguno haya—, entonces tan solo hay que apuntar con una cámara muy precisa a una estrella y esperar un tiempo, a ver si pierde brillo de forma regular. En ese caso, habremos encontrado un planeta.

Como mencionamos antes, casi 3000 exoplanetas han sido descubier- tos en estos 25 años de exploración. Muchos son enormes y calientes, girando rápidamente alrededor de su estrella. Los más pequeños, parecidos a la Tierra, se han descubierto en los últimos años, pero ya están entre nosotros. Algunos, además, están dentro de la zona de habitabilidad, que es la región alrededor de una estrella en la que, por distancia, y sin tener en cuenta posibles atmósferas o efectos invernadero, el agua que pueda tener el planeta podría estar en forma líquida. Esto significa que, como en Another Earth (Otra Tierra, 2011), tal vez haya planetas que puedan ser como la Tierra. ¿Exactamente iguales? Eso es muy improbable. Aunque si hay suficientes, puede que sí.

La cuestión es si viajar al espacio exterior y buscar un planeta con unas características similares a nuestro hogar es la única solución. Parece que no. El concepto de terraformación está presente en multitud de obras de ciencia ficción. ¿Cómo hacer que un planeta sea habitable para el ser humano? Reproduciendo las condiciones idóneas, esto es, aquellas que se dan en La Tierra. Así es, la terraformación no es otra cosa que hacer que un planeta en principio no apto para la vida, lo sea.

La nueva entrega de la conocida saga de videojuegos Mass Effect, Mass Effect: Andromeda (2017), se mete hasta cierto punto en esta materia. El argumento nos lleva a la galaxia Andrómeda, en plena fase de expandir la presencia de la raza humana por el universo, allá por el año 2185. Esto implica que hay que encontrar planetas en los que la especie pueda sobrevivir. ¿Cómo? Mejorando la “viabilidad” de los mismos. En este sentido, cada planeta tiene algo que debe ser mejora- do o añadido. Al principio el personaje y claro, todos los humanos, se ven afectados por la radiación, las temperaturas extremas y elementos tóxicos. Sin embargo, a medida que se aumenta su viabilidad, el entorno mejora y no son tan necesarias las armaduras o escudos para los asentamientos humanos: se hace habitable. Todo esto es muy lejano, pero sin irnos a otra galaxia tenemos noticias tan reales como que la NASA ya ha propuesto un plan, hace no mucho, para terraformar nuestro planeta vecino: Marte. Los investigadores de la División de Ciencia Planetaria de la agencia estadounidense aseguran que en un futuro se puede generar un campo magnético de dos polos opuestos, o dipolar, que sirva como protección para los vientos solares, colocando para ello un dipolo que orbite alrededor del planeta. Gracias a esto, se podría crear una atmósfera en Marte que derritiese el dióxido de carbono y provocase un efecto invernadero causando la subida de la temperatura del planeta y permitiendo que el agua pueda existir en estado líquido. Si esto se lograse, no estaría muy lejos la colonización del planeta rojo, como pasaba en Ghosts of Mars (Fantasmas de Marte, 2001).

Si el Universo es lo suficientemente grande, y hay suficientes planetas, tal como teorizaba Douglas Adams en su serie de libros de The Hit- chhiker’s Guide to the Galaxy (La Guía del Autoestopista Galáctico, 1979), en algún lugar tendrá que haber otro planeta exactamente igual que la Tierra. Aunque claro, hablamos de un Universo tan grande como quiere la ciencia-ficción. Y eso, aún, no está claro si coincide con el Uni- verso que nos ha tocado vivir.