José Ramón Arévalo
Universidad de La Laguna
Se asume de forma indiscutible que el movimiento ecologista viene por fuerza ligado a los restos del socialismo o el nuevo socialismo, renunciando, cuando no combatiendo, la economía de mercado y el mecanismo de precios como un elemento fundamental para gestionar las relaciones entre personas y sobre todo la toma de decisiones esenciales de los agentes económicos. La idea de unir mercado y protección del medio ambiente emerge como una tarea imposible dado lo irreconciliable de ambos conceptos. Lo que intento exponer es que siempre que sea posible incorporar el mercado a cualquier mercancía, gestión y aprovechamiento de la misma, estas podrían ser más eficiente en determinadas ocasiones, y que incluye a la conservación del medio ambiente.
La visión centralizada administrativamente de la conservación se desarrolla de forma extensiva durante el tercer Reich, que ya declara el culto a la naturaleza, el veganismo o la agricultura orgánica como forma de desarrollo social, eso sí, dirigido por un partido fuerte, socialista y nacionalista. La conservación debe ser algo ligado a una administración y a un ejército de burócratas al servicio del régimen, perfectamente conformados, o no será posible. De ahí que plantear una ecología liberal chirríe tanto.
Lo que se acaba de exponer no es ni novedoso, ni siquiera revolucionario, y se ejemplifica con las reservas naturales existentes hoy en día, algunas con características de Parques Nacionales que gestionan privadamente a lo largo del planeta. Pero también es cierto que existe una pléyade inmensa de pequeñas reservas, de no tanta categoría, originadas a base de inversión privada que ofrecen a los visitantes la posibilidad de disfrutar de unos grandes espacios perfectamente conservados y que favorecen la subsistencia de especies, en muchos casos en peligro de extinción. Lo que intento remarcar es que este tipo de actuaciones son poco comunes en Europa; algo que podría estar determinado por el temor ante la falta de seguridad jurídica que puede amenazar a cualquier ciudadano. La propiedad privada existe con esta coletilla, presente en distintos documentos organizativos (constituciones, estatutos, etc.): “en aras del interés general”. Lo que básicamente viene a decir que no hay “propiedad privada”, ya que la expropiación siempre será una herramienta disponible para una administración que, justificada de cualquier manera, puede llevarse a cabo.
Tengo la experiencia personal de haber trabajado en este tipo de reservas, muy comunes en Estados Unidos, pero también en Latinoamérica y algunos países de África. Y puedo decir que se podrían extrapolar a nuestro caso. Hay grupos de voluntarios que se dedican a la conservación de espacios protegidos, con tesón y esfuerzo, que los mantienen en condiciones extraordinarias… Sería posible, pues, plantearse avanzar los conceptos de “cesión de gestión” o “custodia del territorio” hacia un mecanismo de mercado. ¿Pueden un grupo de personas comprar un trozo de terreno sin ningún valor para recuperarlo ecológicamente? ¿Pueden estar seguros que no será expropiado o incorporado a algún plan de protección de espacios públicos que cercene las posibilidades de gestión y uso de sus propietarios? ¿Se pueden explotar económicamente estos espacios, de forma que permita el mantenimiento de sus labores de conservación? Son cuestiones que derivan de esta propuesta; que no pretende por cierto sustituir a la gestión actual, sino tan solo complementarla. Entre sus virtudes están los grandes incentivos que tiene para la buena conservación del espacio para sus propietarios y, también, que su duración no está limitada a periodos políticos de cuatro años, o los famosos planes a 20-30 años (que suelen cambiar a los 2-3 años de publicarse). Huelga decir que ello obligaría a una modificación de los documentos jurídicos existentes relacionados con el tema.
Otro aspecto importante es el de la protección de los recursos y reservas naturales; una letanía fatal que nos persigue desde el siglo XVIII y que sigue vigente a pesar de que no se ha cumplido ninguna de las predicciones hechas por los “científicos” del momento. Un análisis de mercado de los recursos los convierte a todos ellos, automáticamente en infinitos, siempre desde un punto de vista económico. La mejor forma de protegerlos es que estén dentro de un mercado lo más libre posible, de forma que su precio sea un indicador de su abundancia o su escasez sin que este se vea distorsionado por algún ente burocrático. De lo contrario los recursos correrán riesgos graves. Como humorísticamente indicó Milton Friedman (al quién se le atribuye la frase): “Si pones al gobierno central a cargo del desierto del Sahara, en 5 años habrá escasez de arena”. Los gobiernos, cuanto más centralizados y reticentes al mercado sean más perfectas máquinas de generar escasez son.
De ahí que el planteamiento sea que a lo mejor no siempre “regular más” significa “gestionar mejor”. Quizás, dejando cierto espacio para que la ciudadanía se manifieste a través de la denominada acción humana (von Mises), se pueda ofrecer una respuesta más cercana a estos problemas. Cuando se plantea la privatización de los individuos de una especie en un espacio determinado (como se ha hecho con el elefante en algunas zonas de África), siempre surge la sospecha de que alguien los pueda comprar para matarlos o maltratarlos, extremos que no por ilógicos resultan imposibles. También surge el planteamiento de que no haya ningún tipo de interés en la conservación de algunas especies desde el ámbito privado; lo que hace que el mercado reaccione con unos precios muy bajos y cualquier asociación con ánimo de conservarla se pueda hacer con ella.
Tampoco se plantea un paraíso anarcocapitalista, por lo que en ningún momento desdeño la actuación de la administración y su capacidad. Como he dicho, lo más avanzado es la diversificación de la gestión de la conservación en el caso de que hubiese cierto interés ciudadano. La imposibilidad de ello por ser una especie de monopolio natural es la misma que se esgrimía cuando se planteaba la privatización de las compañías de teléfono o las de provisión de energía eléctrica.
Adicionalmente propongo que una mejor gestión de los recursos energéticos o la investigación en carbón para conseguir menores tasas de emisiones y la optimización del rendimiento, es mucho mejor que los experimentos a los que se han lanzado distintos países para generar energías renovables que hasta ahora se muestran caras, ineficientes y que generan incluso problemas ambientales. Por no hablar del castigo al ciudadano que suponen, ya que existe una excelente correlación entre precios, blackouts y penetración de renovables. La investigación en estas energías dará lugar en el futuro a posibles cambios, pero ahora solo suponen un coste muy alto, y lo que es peor, sin ningún impacto en las emisiones de CO2. Me recuerda esto a Willians Jevons, cuando proponía subir los impuestos al carbón para desincentivar su uso debido a la escasez y al “coal peak” que preveía. el resultado fue que llevó a la miseria y posiblemente a la muerte a muchos ciudadanos (ya de por sí pobres) que no podrían calentarse con la única fuente de energía del momento que, por cierto con reservas inconmensurables. Ahorraron carbón, pero para unas generaciones venideras cuyas fuentes de energía cambiaron; lo mismo nos pasará a nosotros.
Las fuentes de energía no serán las mismas en las próximas décadas porque, no nos quepa duda, como dijo un Secretario de Energía de Arabia Saudita: “La era de los combustibles fósiles pasará, pero no será porque se acabe el petróleo, lo mismo que la edad de piedra pasó, y no fue porque se acabaran las piedras”.