/Ciencia y construcción cultural: ¿diálogo o contienda?/
FECHA: 30/10/20
Larry Darrell/
Aunque “la guerra de las ciencias” fue un episodio ocurrido hace un cuarto de siglo, los elementos que la provocaron permanecen vivos. En este breve resumen dan algunas pinceladas sobre la misma, y se plantea su actualidad.
¿Es posible el diálogo entre «ciencias» y «humanidades»? Pese a surgir del mismo impulso y complementarse mutuamente, la historia ha asistido a una inexplicable confrontación entre aventuras con el mismo reto intelectual. En los extremos, mientras una parte dudaba de la capacidad para avanzar en el conocimiento objetivo a través de los estudios sobre la ciencia, la otra consideraba que la ausencia de elementos culturales en la ecuación constituía una limitación absoluta. El debate se enquistó de forma babélica en los 90, enfrentando a «realistas» y «constructivistas» en una guerra fría, marcada por una combinación de suficiencia y dogmatismo. La cuestión relevante, sin embargo, era –y quizás siga siéndolo– si existe la realidad objetiva independientemente de las interpretaciones culturales, aunque afectada en su desarrollo por estas.
Con formación científica y humanística, Charles P. Snow había sido viceministro británico de Tecnología y novelista de éxito. En 1957, en una conferencia titulada Las dos culturas y la revolución científica, criticó el desacuerdo entre «científicos naturales» e «intelectuales literarios», lo que dificultaba la aplicación del conocimiento científico a los problemas sociales. Al reconocer superioridad moral a la ciencia, provocó la reacción del crítico literario Frank R. Leavis, quien acusó a Snow de considerar las necesidades humanas en términos cuantitativos. En cualquier caso, existían dos culturas y una brecha entre ellas. Puede, incluso, que fueran más, porque –como señalara Stefan Collini en su introducción al texto de Snow– «un economista teórico y un crítico de poesía se comprenden recíprocamente tan poco como se supone que ocurre con científicos y humanistas».
En 1996, Alan D. Sokal, matemático y físico teórico, publicó un artículo en Social Text donde criticaba el desprecio de los físicos a las aportaciones de la sociología y la crítica cultural a la investigación científica, sosteniendo que «el conocimiento científico, lejos de ser objetivo, refleja las ideologías dominantes y las relaciones de poder de la cultura que las ha producido». Tras revisar las implicaciones ideológicas de la mecánica cuántica y la relatividad general, así como sus consecuencias políticas y culturales, Sokal hizo un recorrido por algunas referencias destacadas de la nueva física, analizando las implicaciones del principio de incertidumbre, la complementariedad y discontinuidad del mundo material, o el efecto del campo gravitacional sobre el desarrollo biológico. En resumen, el concepto de realidad objetiva habría sido abolido por una ciencia posmoderna, porque ni la lógica ni la física eran independientes de la construcción social, necesitándose unas matemáticas verdaderamente ´liberadoras`.
Meses más tarde, en un artículo en Lingua Franca, Sokal descubría su propósito: comprobar si una parodia podía engañar a los editores posmodernistas. En su confesión, reconocía haber utilizado conceptos físicos y matemáticos de forma que pocos científicos hubieran considerado seriamente, llevando algunas relaciones conceptuales al límite del absurdo, como que el axioma de la igualdad en matemáticas era equivalente a su homólogo en el feminismo, o que la gravedad cuántica tenía profundas implicaciones políticas. Tras descubrir la broma, aclaró que en modo alguno estaba en contra de los estudios científicos por parte de filósofos, historiadores y sociólogos, y que la ciencia debía someterse a análisis sociales rigurosos, incluyendo las consecuencias de sus hallazgos, su papel en los debates públicos, y las consideraciones ideológicas de todo ello.
Cinco años antes, el filósofo católico Jean Guitton y los hermanos Grichka e Igor Bogdanov, habían publicado el libro Dios y la ciencia, relacionando los hallazgos de la física cuántica con el origen y la evolución del ser y el universo. Los Bogdanov se presentaban como doctores en física y matemáticas, aunque sus títulos habían sido conseguidos posteriormente y bajo la sombra de la sospecha. Sus escasas publicaciones han sido criticadas por incoherentes y por mezclar, sin sentido, jerga de la física cuántica y la teoría de cuerdas, en lo que se denominó el «escándalo Bogdanov». Cinco años tras su publicación, sus artículos habían recibido 6 citas, y solo 2 procedían de autores diferentes a ellos mismos. Aún así, el diálogo entre Guitton y los gemelos contiene una discusión sugestiva acerca de algunos de los conceptos más abstractos de la física cuántica, dentro del marco de referencia del primero e inspiradas, elegantemente, por sus creencias religiosas.
En cualquier caso, la propuesta más discutible del posmodernismo –representada por Bruno Latour– habría sido sostener que la investigación científica únicamente puede encontrar en el estudio de la naturaleza aquello que, de antemano, ha incorporado culturalmente. En consecuencia, la única realidad descriptible sería la construida por el propio investigador, debido a que sus mochilas ideológicas y culturales la harían científicamente inaprensible. Lo que Sokal parodió ya había sido denunciado dos años antes por Paul R. Gross y Norman Levitt en su libro Higher Superstition, defendiendo que la progresividad de la ciencia permite aceptar que la realidad objeto de estudio existe independientemente de cualquier teorización, al basarse en evidencias reproducibles y susceptibles de revisión.
Una vez silenciados los tambores de guerra, las posiciones se han atemperado, e incluso Latour ha revisado las suyas. A ello han contribuido visiones menos belicistas, como la de Philip Kitcher, al establecer que el trabajo de la historia y la filosofía de la ciencia no solo constituye un componente importante de la actividad científica, sino que forma parte de un continuum con ella. Kitcher adopta una posición equidistante, haciendo tanto una crítica al dogmatismo constructivista, como una defensa del papel de la razón y la progresión en el desarrollo de la ciencia, al tiempo que valora la incorporación de otros aspectos sociales en el debate, a través de las aportaciones de filósofas como Helen Longino o Evelyn Fox Keller, entre otras, y no solo las que incorporan el feminismo a los estudios científicos.
Si bien las escaramuzas tuvieron su momento álgido hace 25 años, el papel de la investigación científica en el bienestar social y en la supervivencia de la naturaleza tiene hoy una vigencia dramática. La globalización y los riesgos naturales han incorporado un elemento de toxicidad y desconfianza: la difusión organizada de falsedades y mitos, cargados de ideología e impregnados de la negación de hechos probados por la investigación científica. Ello hace más necesario que la ciencia y los estudios sobre la ciencia colaboren en la indagación, contribuyendo a la progresión de un conocimiento más complejo a medida que avanza, y cuyas aplicaciones pueden tener consecuencias imprevisibles. Sin olvidar que, en ocasiones, en el fondo de un poema puede reposar la realidad más elusiva.
Larry Darrell
En la novela que lleva por título el mismo que esta sección –y que hace referencia a un verso del Khata Upanishad–, W. Somerset Maugham relata la historia de Larry Darrell, un excombatiente de la I Guerra Mundial. Traumatizado por los desastres de la guerra y la muerte de un amigo, tras una temporada en París, decide continuar su búsqueda espiritual en la India. Por ello es un buen seudónimo para una sección que intentará buscar por algunos rincones menos convencionales de la investigación, científica o humanística, y la creación literaria.