Inteligencia artificial. renta básica universal y turismo en Canarias

 

Dr. Jacques Bulchand Gidumal

Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

 

Ley de Amara: Tendemos a sobreestimar el impacto de una tecnología en el corto plazo y a subestimar su impacto en el largo plazo. 

Roy Amara

 

El impacto de la tecnología, entendida esta última en su sentido más amplio, en el empleo es evidente, especialmente en dos momentos históricos: el cambio de la Sociedad Agraria a la Sociedad Industrial y, más tarde, de la Sociedad Industrial a la Sociedad Digital o Posindustrial.

En estas dos transiciones se produjo lo que se ha denominado “destrucción creativa de empleo”. En el movimiento de la Sociedad Agraria a la Sociedad Industrial se perdieron millones de puestos de trabajo en la agricultura que fueron sustituidos por otros en el sector industrial. De igual forma, la automatización industrial provocó que millones de puestos de trabajo, mano de obra industrial, fueran sustituidos por trabajos en el sector servicios, lo que propició la implantación de la semana de 40 horas y la popularización del tiempo libre y el turismo.

Todo indica que, en los próximos 20 años, el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) provocará un cambio de magnitud similar a los anteriores. Para muchos el término IA puede parecer ya gastado o vacío de contenido puesto que la IA, y las promesas asociadas a la misma, llevan con nosotros desde los años 80 del siglo pasado. Desde la generalización del uso de los ordenadores personales se empezó a hablar de máquinas cada vez más inteligentes y de un futuro en el que estas sustituirían en el trabajo a los seres humanos. Sin embargo, 40 años después aún estamos muy lejos de ese escenario. Hoy, aunque nadie discute la gran capacidad de cómputo de cualquier dispositivo tecnológico con los que interactuamos habitualmente, resulta difícil atribuir a estos dispositivos cualidades que se aproximen al concepto de inteligencia.

Pero es posible que en esta década se haya iniciado la convergencia de distintos desarrollos tecnológicos que hagan posible ese futuro hace tiempo imaginado gracias a varios factores. Por un lado, el inminente crecimiento exponencial de la capacidad de cómputo propiciada por la computación cuántica. Por otro, la también creciente capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos apoyada en sensores cada vez más ubicuos; lo que se ha dado en llamar el big data. Por último, los algoritmos, cuyos resultados percibimos diariamente en nuestros dispositivos de bolsillo, gracias a los cuales estos entienden lo que decimos y los automóviles son capaces de interpretar el entorno y reaccionar en función de los cambios que se producen. Los algoritmos también están detrás de los dispositivos de realidad aumentada y de los sistemas que detectan nuestros patrones de comportamiento y nos hacen sugerencias basados en ellos. Parece, pues, que la IA está preparada para dar el gran salto para convertirse en la tecnología que cambie nuestra sociedad de nuevo, provocando un impacto similar al que tuvieron en su momento la máquina de vapor, la electricidad, el automóvil, el avión o el ordenador personal.

Uno de los ámbitos en el que, probablemente, serán más relevantes los efectos de la IA es en el de la automatización de los servicios: robots, ordenadores, teléfonos móviles, quioscos digitales, entre otros, serán capaces de reemplazar a los humanos en muchas tareas. ¿Significa esto que desaparecerán las camareras de piso de los hoteles? ¿O los conductores de camiones? Probablemente, no. Pero sí que en muchas de las que vienen realizando serán sustituidos por máquinas provistas de cierta inteligencia, con la consiguiente reducción del número de camareras de piso o de conductores necesarios. En los próximos 20 o 30 años, a medida que las máquinas vayan ganando capacidad de procesamiento y precisión, la mayoría de los puestos de trabajo de Canarias se verán amenazados por la automatización. Pero la historia nos dice que a medida que desaparece una clase de trabajos surgen otras nuevas que no somos capaces de imaginar. Muy pocos hubiéramos pensado hace tan solo 15 años que existiría el oficio de youtuber, el de influencer o el de ingeniero de datos. De la misma manera que se crearon millones de nuevos puestos de trabajo en el sector industrial y en el sector servicios, ahora se crearán millones de nuevos puestos en sectores aún por descubrir. 

Pero este escenario presenta amenazas. En las dos revoluciones anteriores el nuevo sector económico, si bien de pequeño tamaño, ya existía y fue el que pasó a desarrollarse de forma exponencial. Pero no parece que este sea el caso actual. Aunque hay muchos sectores de poco desarrollo aún (energías renovables, entretenimiento digital, entre otros) parece poco probable que estos lleguen a demandar los millones de puestos que desaparecerán. Por otro lado, el impacto de las tecnologías y su capacidad multiplicadora hace que los nuevos puestos de trabajo tengan un alcance mayor que cualquiera de los existentes en el pasado; dicho de otra manera, no parece que haya espacio para millones de youtubers o de ingenieros de datos.

Todo esto nos lleva a la conclusión de que, al igual que en el pasado se produjo la transición del trabajo asociado a los ciclos de la naturaleza (era agraria), a la semana de trabajo y, posteriormente, de la semana de 60 horas a la de 40, probablemente estemos ahora ante una transición en varios sentidos. Una posibilidad es movernos a la semana de 20 horas o menos de trabajo. De esta forma la expansión de la automatización permitirá distribuir los puestos de trabajo disponibles entre más personas, manteniendo la retribución bruta pero con menos horas reales de trabajo. Otra es la Renta Básica Universal (RBU). No se debe confundir RBU con propuestas de renta de subsistencia o similares. La RBU es una cantidad mensual que reciben todos los ciudadanos, independientemente de sus ingresos totales. Así planteada la RBU implicará la desaparición de muchas ayudas y subvenciones públicas, que dejarán de tener sentido. Estas dos vías, la reducción de la duración de la semana de trabajo y la RBU, tendrán un impacto positivo en la cantidad de tiempo libre del que dispondremos, permitiendo, por tanto, un incremento de sectores como el del turismo y ocio.

Queda por resolver la cuestión sobre cómo financiar la RBU. Una respuesta viene de la mano de que las máquinas paguen impuestos, una especie de IRPF basado en una medida de los puestos de trabajo a los que equivalen.

Las próximas décadas van a ser complejas y cambiantes. Bueno será que iniciemos cuanto antes un debate pausado, sosegado y racional sobre el innegable impacto de la tecnología, y no subestimemos sus efectos sobre nuestra economía.