FECHA: 30/10/20
Agustín Valenzuela Fernández/
Virólogo. Director del Grupo Inmunología Celular y Viral – Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias/
Universidad de La Laguna/
El murciélago es el único mamífero volador con vuelo activo, es decir, que se impulsa con sus alas. Quizá por eso, por su vuelo errático, por su cara achaparrada con colmillos, y por cómo le hemos creado una imagen tenebrosa, a través de cuentos y leyendas, son objeto de temor, anunciadores de la noche y de los vampiros. Incluso en Biología cala el “mal nombre” de vampiro, como ocurre con el murciélago vampiro común de América del Sur y Central que ha dado ese nombre a cientos de otras variedades de murciélagos. Sin duda, nadie como el séptimo arte se ha encargado de impregnar el subconsciente colectivo con la imagen vampírica del murciélago.
Precisamente, en estos días de pandemia de la COVID-19, el gran éxito de taquilla de Hollywood, la película Contagio (2011), ha vuelto a ser “trending topic”. Esta película narra la horrible historia de un virus de origen animal, precisamente de murciélagos, que llega a paralizar el mundo. MEV-1, el virus ficticio de la película, se basa en el virus Nipah, transmitido por murciélagos e identificado, por vez primera, en Malasia (1999), cuando un brote causó enfermedad cerebral y pulmonar en cerdos y personas. Aunque en la película, MEV-1 mata en cuestión de días, el período de incubación del virus Nipah es superior a dos semanas. La ciencia lleva años anticipando este escenario pandémico, que el virus emergente SARS-CoV-2 ha hecho realidad.
Los datos genómicos apuntan a que este betacoronavirus sería el resultado evolutivo y de la recombinación de, como mínimo, dos coronavirus distintos: uno, el virus bat-CoV RaTG13 de la especie de murciélago Rhinolophus affinis, mientras que el otro virus aún se desconoce, al igual que la especie animal intermedia donde se habría generado el SARS-CoV-2.
La transmisión de virus de murciélagos a humanos no ocurre por su mordedura o porque nos lama sangre, sobre todo porque los murciélagos no chupan sangre como lo pintan las historias de vampiros. Esto ocurre en un escenario mucho más complejo y que, a menudo, involucra a un anfitrión intermediario, como hemos comentado antes con el SARS-CoV-2. Algunas especies de murciélagos prefieren vivir en colonias, cerca unas de otras, creando un ambiente perfecto para que los patógenos se propaguen entre la propia colonia y a otras especies con las que comparten el hábitat natural. Estas colonias de murciélagos desprenden grandes cantidades de virus, excretándolos con las heces y orina, impregnando de guano el entorno natural, donde, al comer hierba e insectos, otros mamíferos los incorporan a su organismo. En este proceso es donde un virus de murciélago puede recombinar con otros virus al nuevo hospedador, generando un nuevo virus. Si este virus, además, adquiere función para infectarnos, podrá saltar a nuestra especie como nuevo virus emergente. Por esta razón, los murciélagos transportan y nos transmiten, directa o indirectamente, algunos de los virus zoonóticos más mortales del mundo, como el Ébola, Marburg, Nipah y los coronavirus SARS-CoV, MERS-CoV y SARS-CoV-2, entre otros. Así, tras la recombinación de un virus de murciélago, el virus SARS-CoV llegó a los humanos por vía de la civeta de palma asiática; MERS-CoV a través de camellos; SARS-CoV-2 aún por determinar el hospedador intermedio; Ébola a través de gorilas y chimpancés; Nipah a través de cerdos; Hendra a través de caballos y Marburg a través de monos verdes africanos.
A día de hoy, la razón por la cual los murciélagos no se enferman por los virus que hospedan, sigue intrigando a los científicos, sobre todo, contemplando las altas cargas virales que albergan en el organismo. En muchos murciélagos se ha descrito que el sistema inmune monta una defensa muy rápida contra los virus, asegurando su eliminación de las células. Esta velocidad de aclaramiento del virus podría proteger a los murciélagos de enfermarse. Lamentablemente para nosotros, esto alienta a que los virus se reproduzcan muy rápidamente, a fin de no extinguirse, compensando la pérdida de viriones por acción directa del sistema inmune y por eliminación masiva en la excreción. Si, además, analizamos el metabolismo de los murciélagos, vemos que la adaptación de estos virus al murciélago es aún más compleja. Al volar, los murciélagos liberan una gran cantidad de energía, aumentando su temperatura corporal hasta los 38ºC-41ºC. Temperaturas que resisten muy bien los virus de murciélagos, conservando completamente su capacidad infecciosa y de replicación. Esto nos plantea un problema, porque nuestro sistema inmunitario ha evolucionado para emplear las altas temperaturas, en forma de fiebres, como mecanismo de desactivación de patógenos, y estos virus, a estas temperaturas, infectan y se perpetúan de forma óptima. Por otra parte, en algunos murciélagos, se ha descrito que la respuesta antiinflamatoria equilibrada es clave para esta coexistencia inocua, asegurando una respuesta inmune adecuada (celular, por interferón y anticuerpos), que hace frente a las altas tasas de replicación viral y a la enfermedad.
Los humanos adultos carecemos de un sistema inmunitario de respuesta rápida como el de los murciélagos. Además, a medida que envejecemos, nuestro nivel basal de inflamación aumenta, se cronifica sistémicamente. Los murciélagos, curiosamente, tienen vidas desproporcionadamente largas, en comparación con los mamíferos no voladores de tamaño similar, lo que podría estar en consonancia con su mecanismo evolutivo de control de la inflamación. Aquí podría residir una de las claves que expliquen los cuadros no graves de infección, observados en la gran mayoría de jóvenes y niños asintomáticos, a pesar de mostrar alta carga viral y máxima capacidad de transmisión del virus. Es decir, que su sistema inmune respondería bien, de forma rápida y controlando la inflamación asociada a la replicación viral, en comparación con los adultos, que tienen mayor probabilidad de sufrir los cuadros graves y letales de la COVID-19, con la denominada tormenta de citocinas inflamatorias, que causa daño tisular sistémico, junto al propio virus que también lo causa.
Evolutivamente, los murciélagos y los virus son la pareja perfecta. Esto los convierte en un reservorio único de virus altamente infecciosos y de rápida transmisión, una amenaza para nosotros, acrecentada por nuestra actividad global y forma insostenible de explotar el planeta.