Si los peces tuvieran vértigo no podrían vivir en Canarias

FECHA: 27/09/2019

AUTORA NATACHA AGUILAR DE SOTO

Investigadora Ramón y Cajal
Grupo de Investigación en Biodiversidad, Ecología Marina y Conservación
Universidad de La Laguna

Porque en Canarias las escarpadas pendientes que descienden desde los volcanes continúan bajo el mar y, con salir un poco de la costa, en los canales entre islas, los peces encuentran un abismo acuático de hasta más de tres kilómetros bajos sus ojos. En este universo tridimensional, planean y aletean seres de morfologías extravagantes, paralelos de aves en otro azul. Se visten de colores dictados por la absorción de la luz en el agua: los epipelágicos viven en la capa fótica, que se extiende desde la superficie hasta 100-200 metros; lucen tonos oscuros en el dorso y claros en el vientre, para camuflarse con el agua profunda ante depredadores más superficiales, y con el sol ante quienes les atacan desde abajo. La dictadura de la luz desaparece en el abismo y, a medida que nos sumergimos, los peces se vuelven completamente negros o con partes del cuerpo transparentes, como el Macropinna microstoma, que puede ver a través de su cráneo y para ello muestra sin asomo de vergüenza el interior de su cabeza, porque no había nadie que le pudiera ver hasta que las cámaras humanas rompieron la intimidad de las profundidades. En estas oscuridades multitud de seres son fulgurantes de fotóforos, puntos luminosos en su cuerpo que utilizan como señuelos para atraer parejas o presas, o para esconderse de depredadores, emulando los fotóforos ventrales del pez hacha la longitud de onda de la más que tenue luz solar residual que consigue penetrar hasta un máximo de 1000 metros de profundidad. A esta capa de aguas libres entre 200 y 1000 metros la llamamos mesopelágica, y por debajo se extienden la abisopelágica y la hadal, con nombres que emulan el descenso a los infiernos de la mitología clásica.

El sonido llegó antes que los submarinos a las grandes profundidades y los primeros investigadores de acústica submarina, en la segunda guerra mundial, fueron sorprendidos por una fuerte capa de ecos que formaba un falso fondo a unos 600 m. Ésta fue bautizada como capa de reflexión profunda (DSL por sus siglas en inglés, la Deep Scattering Layer) y se confirmó con pescas experimentales que estaba viva. Los sonares caracterizaron la mayor migración animal del planeta, superando con creces la del famoso delta del Okavango; es la migración vertical de la DSL, en la que cada noche parte de la capa asciende, como un inmenso enjambre de peces e invertebrados que suman una biomasa animal de miríadas de elefantes. Nuestra perspectiva de animales terrestres nos hace pensar que el mayor ecosistema del planeta es el de las selvas tropicales, sin embargo, la biomasa mesopelágica, dominada por la DSL, ha sido estimada entre mil y diez mil millones de toneladas. Los organismos de la DSL se alimentan en aguas epipelágicas de noche y descienden de nuevo a su refugio profundo, entre 400 y 800 m de profundidad, antes del amanecer, para escapar de los cazadores visuales. Los millones de pequeños depredadores de la DSL transportan carbono hacia aguas profundas, pero también fertilizan las aguas someras con sus excreciones y respiración. Con ello favorecen el crecimiento del plancton, reforzando el importante papel de la DSL en la productividad marina y en el ciclo del carbono, y con ello en la regulación del clima. De la DSL dependen múltiples depredadores secundarios, desde atunes rojos a calamares gigantes y cetáceos.

La DSL se compone mayoritariamente de peces del orden mictófidos, de pocos centímetros de longitud, no aptos para el consumo humano; eso los ha salvado… hasta ahora. Desde Naciones Unidas y Europa están mirando a esta biomasa profunda como la próxima gran fuente de harina de pescado para piscifactorías. Sin embargo, la falta de conocimientos básicos sobre la comunidad de la DSL, incluyendo su tasa de renovación, hace que sea imposible, actualmente, plantear un enfoque ecosistémico de la explotación, sin el cual ya hemos visto cómo las pesquerías mundiales están en proceso de colapso en muchos casos. Si se planteara la pesca de la DSL en Canarias, podría tener efectos catastróficos, o no, sobre la megafauna de las islas, y para averiguarlo estamos investigando la ecología de aguas profundas, desde invertebrados a cetáceos, en una carrera de fondo, pues aún queda tanto por entender y descubrir. Comenzamos caracterizando el comportamiento de alimentación de cetáceos de buceo profundo en Canarias: los zifios (Ziphiidae) son buceadores extremos que se sumergen unas 10 veces al día por una hora a un km de profundidad para cazar de 20 a 30 presas por buceo. En contraste, los calderones bucean por tan solo 15-20 minutos a las mismas profundidades para cazar 1-2 presas realizando persecuciones a alta velocidad por las que recibieron el apodo de “guepardos de aguas profundas”. Una de sus presas es el calamar gigante, y la reciente tesis de Alejandro Escánez demuestra que Canarias es un punto caliente de concentración de esta especie a nivel mundial. Realizamos pescas experimentales que sólo pueden capturar las “mariposas” de esa selva marina profunda y encontramos nuevas citas de especies para Canarias. Para muestrear a los grandes peces e invertebrados depredadores, y estudiar si se puede utilizar la acústica pasiva para cuantificar biomasa, ahora estamos sumergiendo cámaras, hidrófonos y ecosondas de baja intensidad en la DSL. El objetivo es contribuir a dar luz en el desconocimiento profundo sobre esa mar oceánica que nos rodea; con ello, con suerte y constancia, ayudar a demostrar al mundo que los seres vivos de los abismos valen mucho más vivos en su medio que alimentando salmones en jaulas. ¿Por qué en tierra no se nos ocurre comer lobos o tigres, sino herbívoros, y sin embargo comemos sistemáticamente carnívoros marinos? El futuro de la seguridad alimentaria no pasa por esquilmar los mares en todas sus dimensiones, sino por un enfoque seriamente sostenible para la pesca y la acuicultura (que sea de circuito cerrado y multitrófica). Podemos mirar al cielo buscando planetas alternativos, o mirar a lo más hondo del nuestro, reconocerlo en toda su belleza y mantener su equilibrio. Para ello, no hay otra que aprender a compartir en profundidad.