Voces de mujer en la literatura medieval francesa


Dulce María González Doreste

Universidad de La Laguna

 

 “Marie ai nom, si sui de France” (María tengo por nombre y soy de Francia) testimonia el verso que dio el nombre con el que la escritora ha pasado a la posteridad, Marie de France. Muchas han sido las especulaciones vertidas sobre su identidad, pero todas ellas han quedado en el terreno de las hipótesis. Solo queda su obra, escrita en el último tercio del siglo XII, para mostrar que fue una mujer excepcional. Pues lo extraordinario es el hecho de que una mujer en su época poseyera una cultura tan extensa con sólidos conocimientos de la lengua latina e inglesa, así como de los autores clásicos y de la literatura contemporánea. Y, sobre todo, aún más insólito, que su nombre perviva en medio de una producción literaria eminentemente masculina; no sin dificultades, pues hasta hace relativamente poco tiempo, tanto ella como Christine de Pizan, que emerge dos siglos después, fueron casi invisibles para la historia de la literatura, hasta el punto de que, en el caso de Marie, algunos eruditos han querido negar su existencia, atribuyendo sus textos a algún escritor anónimo. 

Dejó escrito un compendio de Fables o Isopets, primer ejemplo conservado de fábulas al estilo de Esopo escrito en lengua francesa, traducido del inglés, y el Espurgatoire Seint Patriz, traducción de un texto latino, que es un relato de viajes al Más Allá, inspirado de tradiciones célticas con una de las primeras representaciones del purgatorio. Su obra más conocida son los Lais, dedicados  al rey Enrique II Plantagenet, cuya corte, gracias a su mujer, Leonor de Aquitania, fue un extraordinario centro de creación artística y en la que parece que Marie vivió. Se trata de un conjunto de doce breves relatos que Marie dice haber compuesto inspirándose de los “lais” musicales cantados por los bretones. Hoy son considerados como uno de los más hermosos logros narrativos y poéticos de la literatura del siglo XII, y además contienen una reflexión teórica sobre la actividad de la escritura y el proceso creativo desarrollada por la escritora en los prólogos. Tal fue la notoriedad alcanzada por Marie de France que, a finales del mismo siglo XII, sus detractores reconocen el éxito de sus Lais entre el público aristocrático, aun reprobando la inmoralidad de su  particular punto de vista femenino sobre el amor cortés, pues ella se esfuerza porque sus protagonistas escapen de su angustiosa situación y vivan su amor en plenitud, aunque sea trasladándolas al terreno de lo maravilloso y lo sobrenatural.

Si la figura de Marie de France es novedosa en su época, más revolucionaria será lo de la escritora Christine de Pizan dos siglos más tarde. Las circunstancias de su vida se confunden con las de su carrera literaria. Nació en Venecia (1364 o 1365 – después de 1431).  Llega a Francia y se instala en París a la edad de cuatro años con toda su familia, de la mano de su padre, el médico y astrólogo Tommaso di Benvenuto, solicitado por el rey de Francia Carlos V. Según ella misma relata en su obra de madurez La vision de Christine (1405), su infancia fue muy feliz. Se casó en 1379, a la edad de quince años, con Etienne Castel, diez años mayor que ella. Si bien el matrimonio fue acordado por su padre, ella afirma que no podía haberle elegido mejor marido. Fue dichosa durante diez años hasta que quedó viuda con tres hijos a su cargo, además de su madre y una prima. En medio de grandes dificultades económicas, Christine decide sacar a su familia adelante haciendo de la escritura su oficio. De esta forma, se convierte en la primera mujer que vivirá de su pluma y en una escritora muy prolífica, que además participa activamente en los debates de su tiempo. Su obra abarca todos los géneros, poesía, autobiografía, crónicas históricas, obras didácticas de inspiración moral y política e incluso algunos poemas de corte religioso. 

Será sobre todo por La Cité des Dames por lo que la escritora siga estando de plena actualidad en los espacios académicos, pues es considerada el primer referente de escritura feminista y constituye una obra clave en la célebre Querelle des femmes. El texto surge, según ella afirma, como reacción y respuesta al malestar que le produce la lectura de textos misóginos, denigrantes para las mujeres. Christine emprende así la redacción de su obra con el compromiso de dignificar a las mujeres y de poner en valor sus grandes aportaciones a la humanidad, en un empeño de demostrar que están igualmente capacitadas para las ciencias, las artes y las letras que los hombres y que las diferencias tienen por causa el acceso al conocimiento, obstaculizado para ellas. Esta será la clave de su obra, sostiene que, si la costumbre fuera enviar a las niñas a la escuela, estas aprenderían, tan bien como los varones, las dificultades y sutilezas de todas las artes y las ciencias. Para su libro, se inspira de la obra de Boccaccio De claris mulieribus (1361-1362), pero utiliza con toda libertad a su modelo y elimina de su discurso toda la carga misógina, pues el italiano, fiel a las doctrinas de la época, no duda que la mujer lleva en su propia naturaleza la inclinación a la molicie y la debilidad física y mental. La misión que Christine se propone es, por el contrario, la construcción alegórica de una ciudad en la que las mujeres se sientan protegidas de esos ataques, valoradas y dispongan de un espacio propio.

Marie y Christine, en un tiempo en que la misoginia se imponía en la literatura y en todos los ámbitos de la vida, consiguieron tener una voz propia en un espacio literario tradicionalmente masculino. Cada una a su manera, ambas utilizaron su inteligencia y su instrucción para ofrecer en sus textos un punto de vista femenino, invitando a sus lectoras a cuestionar los prejuicios que la sociedad patriarcal y la moral había proyectado sobre ellas. Una mirada a la Edad Media nos enseña que hubo pioneras en la defensa de las mujeres que no podemos olvidar ni menospreciar.