Me encontraba aún finalizando mis estudios de posgrado cuando veía la luz el famoso Informe Delors, un documento elaborado para la UNESCO en 1998 que señalaba los cuatro pilares que deberían inspirar la educación en el siglo XXI. El informe argumentaba que para poder contribuir al desarrollo integral de las personas y de las comunidades en un mundo tan cambiante es necesario equilibrar los aprendizajes que proporciona el sistema educativo. Alcanzar ese equilibrio requería entonces impulsar dos de aquellos pilares: aprender a ser y, fundamentalmente, aprender a vivir junto a los demás.
Algo más de una década después, en 2008, la UNESCO vuelve a insistir en la necesidad de promover valores y actitudes éticas y, lo que es más importante, reclama que la responsabilidad social esté presente en todas las misiones de la universidad. En aquellos momentos Europa estaba inmersa en el proceso de Bolonia. Se estaban revisando los planes de estudios y se pusieron en marcha los nuevos grados, pero aquellas recomendaciones de la UNESCO no llegaron a incorporarse.
Veinticinco años después, muchas de las afirmaciones y recomendaciones del Informe Delors siguen estando vigentes en un momento en el que la humanidad se encuentra en una encrucijada. En 2015 la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible pone de manifiesto la diversidad y gravedad de los problemas que ponen en riesgo al planeta y a la humanidad y, por primera vez, Naciones Unidas llama a la acción a toda la ciudadanía.
El teléfono rojo suena, pero nadie parece responder. En 2018 jóvenes de todo el mundo inician una protesta alrededor del planeta, reclamando cada viernes una acción que no acaba de llegar. El tiempo transcurre y sigue sin producirse una reforma profunda que apuntale la tercera misión y el compromiso social en las universidades; las miradas parecen seguir puestas en unos rankings y protocolos de acreditación que no reflejan aún sensibilidad por estos aspectos. A finales de 2020 el teléfono vuelve a sonar cuando la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible (SDSN) hace un llamamiento urgente a las universidades de todo el mundo pidiéndoles desarrollar nuevas actividades de «aprendizaje transformador», que empleen interdisciplinariedad, aprendizaje basado en la acción y participación de múltiples actores.
Con la entrada en vigor de la Ley del Cambio Climático y Transición Energética se abre una nueva oportunidad de incluir reformas en esta dirección, ya que alude explícitamente a la necesidad de revisar los planes de estudios y la formación del profesorado universitario, y señala que se promoverá la implicación de la sociedad en las respuestas frente al cambio climático. El teléfono rojo sigue sonando… y es en este contexto donde cobra relevancia la propuesta pedagógica denominada Aprendizaje-Servicio (ApS).
Hay muchas definiciones de ApS, pero todas comparten elementos comunes: aprendizaje experiencial y basado en proyectos, reflexión sobre el entorno social, aprendizaje significativo, reciprocidad e implicación con la comunidad son algunos de ellos. De acuerdo con la Red de Aprendizaje-Servicio de las Universidades Catalanas el ApS es una propuesta educativa con utilidad social que combina procesos de aprendizaje y de servicio a la comunidad en un solo proyecto, de manera que el alumnado se forme dando respuesta a necesidades reales del entorno con el objetivo de mejorarlo. El aprendizaje mejora el servicio a la comunidad, porque éste gana en calidad, y el servicio le da sentido al aprendizaje, porque lo que se aprende se puede transferir a la realidad en forma de acción. El aprendizaje se produce entonces a través de un ciclo virtuoso de acción y reflexión que persigue, además, la formación de una ciudadanía reflexiva, capaz de pensar por cuenta propia y de aportar soluciones creativas.
Podemos ilustrarlo mediante un ejemplo. Si estudiantes de química recogen residuos plásticos en una playa estarían realizando un servicio a la comunidad ; si estudian muestras de los plásticos bajo un microscopio están llevando a cabo un aprendizaje; cuando los estudiantes de química recogen y analizan muestras de plástico, documentan sus resultados y presentan los hallazgos a una agencia medioambiental local o a los vecinos de la zona afectada, entonces están haciendo ApS.
El ApS puede incorporarse en cualquier apartado del plan de estudios universitario, ya sea en el marco de una asignatura, de un Proyecto de Fin de Grado o de Máster, Prácticas Externas curriculares o extracurriculares, proyectos transversales, interdisciplinares o transdisciplinares,… No es difícil adivinar que los ámbitos donde se puede aplicar el ApS son innumerables: participación ciudadana, intercambio generacional, medio ambiente, acción social, patrimonio cultural, promoción de la salud, cooperación internacional, etc. Las iniciativas pueden surgir del profesorado, pero también del alumnado, del sector público o de alguna entidad del tercer sector.
Entonces, ¿qué pasaría si aprendiéramos prestando un servicio a la comunidad? La respuesta de la ciencia es contundente. El ApS mejora los resultados del aprendizaje de los estudiantes y contribuye a su desarrollo personal y social. Los estudiantes experimentan un efecto positivo en múltiples dimensiones: desarrollo interpersonal, capacidad para trabajar bien con los demás, liderazgo y habilidades de comunicación. También mejoran su sentido de la responsabilidad social y su compromiso cívico. Los estudios revelan un claro impacto en la comprensión y aplicación del conocimiento, el interés por la ciencia, el desarrollo del pensamiento crítico, el ejercicio de una ciudadanía activa y la percepción de que el cambio social es posible con el esfuerzo colectivo. El ApS aumenta la participación de estudiantes y profesores fuera de los campus, fortaleciendo así su relación con la comunidad, que a su vez se beneficia de los servicios de los estudiantes y de la experiencia del profesorado. De esta manera la universidad actúa como una agencia en la solución de los problemas comunitarios, cumpliendo de manera más efectiva su tercera misión y dando una mejor respuesta a las demandas de la sociedad.
En definitiva, el ApS además de ser una metodología es una filosofía, en la medida que responde a una manera de entender la universidad y para qué debe servir, y ofrece una oportunidad real para ejercer como ciudadanos responsables. La literatura científica de los últimos veinte años ha evidenciado que es una valiosa herramienta de aprendizaje y transformación social que responde a los objetivos últimos de la educación y a los retos planteados en la Agenda 2030: formar ciudadanos competentes capaces de transformar la sociedad en la que viven.
Las universidades están comenzando a dar respuestas a estos retos y cada vez es más visible su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Desde la Universidad de La Laguna se están alineando recursos y proyectos que pueden impulsar significativamente el ApS. La organización de un congreso sobre ApS con proyección internacional, la propuesta de aprobación de una declaración institucional para institucionalizar el ApS y la próxima puesta en marcha de una Oficina de Aprendizaje-Servicio son algunas de ellas. Y es que el ApS es una manera eficaz de descolgar el teléfono y responder a esa llamada, aprendiendo a ser y a vivir juntos en comunidad.
Francisco Javier Amador Morera
Universidad de La Laguna