José Carlos Hernández, Celso A. Hernández, Sara González-Delgado, José Carlos Mendoza, Beatriz Alfonso y Carlos Sangil
Universidad de La Laguna
Los volcanes son una metáfora de la vida, en la que creación y destrucción se alternan como condición sine qua non de la vida en el universo.
El drama que hemos vivido en los últimos años en las Islas no será fácil de olvidar. Primero fue el volcán Tagoro, en la isla de El Hierro, el que emergió desde las profundidades para poner en jaque la economía de la Isla y mantuvo en vilo a todo el archipiélago. Los canarios y canarias, cada uno desde la tranquilidad de sus casas, fuimos testigos de cómo aquella masa de agua verde aniquilaba casi toda la vida marina a su paso. El cráter submarino se quedó a 80 metros de la superficie, pero su nacimiento tuvo un impacto sin precedente en la fauna marina y la pesca en el Mar de Las Calmas. En estas semanas, lo que presenciamos es un proceso inverso, en el que el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma vomita sus entrañas, que cubren todo lo que se encuentra a su paso hasta el mar, sepultando sin pudor la vida y la historia material de muchos.
Las Islas Canarias son islas volcánicas en las que sus pobladores han sido testigos directos de muchos episodios eruptivos en el pasado. Pero es ahora, gracias a nuevas tecnologías (móviles, drones, robots subacuáticos y sensores de todo tipo) cuando hemos podido registrar, minuto a minuto, todo lo que pasa. Para la comunidad científica los procesos volcánicos son una perturbación natural que permite estudiar sobre el terreno el vulcanismo activo; una fuerza transformadora de las comunidades y los ecosistemas marinos que alteran su funcionamiento; se trata de una oportunidad excepcional, que no podemos desaprovechar.
Nuestro grupo de investigación, Ecología de Comunidades Marinas y Conservación (ECOMAR), mantiene desde hace años una línea de investigación dedicada al estudio del impacto del vulcanismo en el medio marino. Estos fenómenos generan importantes desequilibrios que afectan directamente a los recursos pesqueros, y tienen por ello consecuencias sociales. Conocer la resistencia y la capacidad de recuperación de las comunidades marinas en estas condiciones es, pues, una cuestión no sólo de interés científico, sino también social, cultural y económico.
Cada una de las erupciones recientes en Canarias nos han enseñado una cara distinta del vulcanismo de las Islas. Así, el volcán Tagoro fue una erupción submarina, en la que lo que llegó a la costa fueron las aguas sulfurosas, ácidas y sin oxígeno debido al contacto directo, en la profundidad del mar, del magma y los gases con el agua. En el caso del volcán de Cumbre Vieja, son las coladas del volcán las que llegan, ya muy desgasificadas, a la costa; aspecto este muy relevante: el impacto sobre los organismos marinos es muy diferente.
El impacto del volcán Tagoro sobre la fauna marina fue mucho mayor (se vieron afectadas 1000 hectáreas) y todavía, 10 años después, las poblaciones de algunas especies como los corales negros y los meros o las cabrillas no se han recuperado completamente. No así en el caso de las algas y otras especies de peces como las viejas, que no tardaron mucho en recuperarse completamente. En el caso del volcán de Cumbre Vieja, el impacto en el mar ha sido mucho menor y localizado, de momento (34 hectáreas a 17 de octubre de 2021). No hemos observado mortalidad importante de peces, a diferencia de lo que ocurrió en el Mar de Las Calmas. En la costa palmera el impacto es principalmente físico, no químico; por tanto, las comunidades marinas inmóviles de algas e invertebrados quedan sepultadas por la colada, mientras que los organismos móviles (los peces, principalmente) han logrado escapar. Otro hecho que contrasta con la erupción del volcán Tagoro es que las coladas, por ahora, solo han afectado a los fondos arenosos poco profundos (de 0 a 50 metros de profundidad).
En La Palma, la colada está formando una isla baja o fajana. Surgen así dos nuevos hábitats marinos, de gran interés desde el punto de vista biológico: la zona de mareas y el arrecife rocoso somero. La ampliación de la zona de mareas es relevante porque es en esta zona donde se desarrolla un gran número de recursos pesqueros (lapas y pulpos) y actúa al mismo tiempo de criadero de meros, sargos y viejas. El nuevo arrecife rocoso ocupa ahora los fondos arenosos preexistentes. Este nuevo hábitat rocoso es mucho más rico que los fondos de arena negra basáltica: son más estables y sirve como soporte para las algas, lo que a su vez atrae invertebrados y peces que constituyen interesantes recursos pesqueros.
Nuestro grupo lleva estudiando desde hace años la costa de Fuencaliente, donde se produjo la última erupción en 1971. Hemos detectado que desde entonces hay una emisión continua de CO2 que acidifica el agua circundante, en un proceso que se conoce como acidificación oceánica y que ha resultado de gran interés como observatorio en relación con el cambio climático. El Panel Intergubernamental para el Estudio del Cambio Climático ha predicho que los océanos serán cada vez más ácidos y por tanto se verán afectadas la flora y fauna marina. Se trata pues de un laboratorio natural que nos está permitiendo experimentar y conocer cómo serán los océanos del futuro. Preguntas como ¿qué especies tendremos en esos océanos?; ¿podrán adaptarse las especies actuales a la acidificación oceánica?, ¿qué consecuencias tendrá para la pesca? Como resultado de nuestros trabajos sabemos que la acidificación de las aguas tiene consecuencias negativas en los organismos calcáreos como los burgados y que estas condiciones promoverán el desarrollo de nuevas comunidades de algas rojas de crecimiento rápido y organismos de pequeño tamaño, distintas a las actuales. Para nuestra sorpresa, observamos también que especies calcáreas como los erizos de mar son capaces de sobrevivir en un océano ácido.
El vulcanismo de las Islas es una oportunidad única para el estudio de estos fenómenos que nos permite comprender cómo se asienta la vida en nuevos hábitats, la resiliencia de las especies frente a impactos de esta magnitud y predecir cómo serán los océanos del futuro.
La Universidad de Laguna y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria han aunado esfuerzos en esta tarea poniendo en marcha el Observatorio Marino de Cambio Climático – Punta de Fuencaliente (OMACC), dedicado al estudio del vulcanismo marino. El OMACC está llamado a ser un punto de encuentro de investigadores e investigadoras y un centro internacional de formación.