Viernes 28 de diciembre de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
FacebookXWhatsAppCopy Link
En los procesos biológicos son extremadamente complejos; desde el funcionamiento interno de una célula hasta el movimiento de un brazo requieren de una concatenación de efectos que se despliegan a modo de fichas de dominó, una especie de reacción en cadena abrumadoramente difícil de entender. Para poder abordar esta complejidad las mujeres y hombres de ciencia recurren a modelos biológicos simplificados de los sistemas objeto de su atención. De esta manera acotan los problemas de manera que puedan controlar las reglas del juego y el desarrollo de “la partida”. Un ejemplo de modelos biológicos son los cultivos celulares, una pequeña población de células aisladas en donde podemos ensayar como actúa, por ejemplo, una sustancia activa que sobre la que queremos conocer sus efectos sobre estas.
Pero si queremos que esta sustancia se convierta algún día en un medicamento seguro debemos estudiar sus efectos en niveles superiores, ascender en la escala biológica escalón a escalón, hasta llegar al ser humano. En este proceso se hace uso de los modelos animales, recreaciones de nuestra realidad biológica accesibles, controlables y manipulables. Estos modelos nos permiten entender la evolución de una enfermedad, probar estrategias para su curación o para avanzar en el conocimiento básico del funcionamiento biológico.
Los modelos animales más conocidos por la ciencia, y por la sociedad, son los ratones; los ratones de laboratorio. Estos roedores se utilizan en investigaciones biomédicas desde la primera década del siglo XX. Han pasado más de cien años y mucho ha cambiado el panorama en relación al uso y control de estos recursos de investigación. Hoy día las universidades y centros de investigación cuentan necesariamente de lugares específicos donde se crían y cuidan los animales que se utilizarán en investigación; son los animalarios o estabularios. Hemos visitado el de La Universidad de La Laguna.
Situado en el Campus de Anchieta, lo primero que nos llama la atención es el edificio, de estructura singular. Se trata de una construcción de una sola planta y sin muchas ventanas, lo que le da un aire de bunker. Pero al entrar comprobamos que el ambiente en su interior no para nada bélico; al contrario. En la recepción nos encontramos con una selección de revistas especializadas sobre animales de laboratorio y una serie de despachos, desde donde sale a saludarnos la directora de esta instalación, María Rosa Arnau, veterinaria, que lleva desde el año 1991 trabajando y cuidando a animales de laboratorio.
Sin saber muy bien por qué unas de las primeras cosas que les planteamos fue el precio de estos roedores, ¿Cuánto cuestan estos ratones?
Es caro. Pondré un ejemplo. Vamos a traer dos ratones (macho y hembra) desde la Universidad de Salamanca. Poner los ratones en Tenerife nos cuesta 1.100€ y eso sin contar el precio de los animales que en este caso nos los ceden gratuitamente. Hay una ley que regula el trasporte de animales en virtud de la cual estos deben viajar en vehículos climatizados. Eso hace que los investigadores canarios estén en desventaja ante sus colegas peninsulares. Investigar aquí, ya solo por esto, es más caro; no competimos en igualdad de condiciones.
Pero ¿qué pasa cuando hay que pagar los ratones? Se acerca a su despacho y regresa con un archivo lleno de facturas y proformas.
Al margen de los costes de transporte los ratones son caros. Los compramos a empresas internacionales especializadas en la cría de estos animales. Dependiendo del tipo de ratón los precios pueden llegar a ser muy altos. Tenemos unos ratones transgénicos fluorescentes que costaron 6.000€. Cuanto más específicos, porque tienen una enfermedad concreta, más caros. Hay algunos que no están a nuestro alcance.
La buena noticia es que luego esos ratones se reproducen en la isla, con lo que normalmente solo los tienes que adquirir una vez. Aunque mantenerlos tampoco es fácil ni barato. Hay que limpiar las jaulas, someterlos periódicamente a controles analíticos, criogenizarlos, alimentarlos, etc. Además, los animales no entienden de vacaciones o días de fiesta. Pero no solo hay ratones.
En el animalario hay, además de ratones, ratas, ranas, conejos y mosquitos. En ocasiones tenemos también cerdos, pero solo para formación y prácticas de personal, no residen aquí.
Después de esta pequeña introducción visitamos el animalario. La primera parada nos lleva a la sala de control, en donde carios paneles nos muestras el plano del edificio con luces de colores en cada habitación. Nos explica María Rosa que esas luces informan sobre el estado de climatización de cada espacio y las posibles alarmas, si las hubiera. Luego nos tenemos que poner unas fundas en los zapatos para entrar en el lugar donde están los animales. A cada lado de un pasillo hay habitaciones en cuyo interior observamos estanterías con urnas de plástico con ratones en su interior. Sin duda el ratón es el animal más numeroso ¿por qué?
Se comenzaron a utilizar ratones por varios motivos. Se reproducen rápidamente; podemos tener una generación completa en diez semanas, lo que permite seguir su evolución rápidamente. Se reproducen mucho, hasta quince creías por camada, lo que otra ventaja importante. También, al ser animales pequeños, de apenas veinte gramos, se economiza en espacio; en un metro cuadrado podemos criar tres mil ratones por año. También se utilizan ratones porque genéticamente son bien conocidos; actualmente se pueden criar ratones que carecen de genes concretos, lo que permite simular así algunas enfermedades.
Pero el ratón no sirve para todo. Nos cuenta que unas de las características de estos animales es que no tiene la capacidad de vomitar, así que si quieres investigar algo relacionado con esta expulsión violenta debes utilizar otros modelos.
Paseando por los pasillos del animalario comprobamos que tiene un aspecto muy distinto al que imagina algunas personas animalistas; para nada recuerda a una sala de torturas. Le preguntamos sobre cómo se tratan a los animales en estas instalaciones.
Tratamos a todos los animales siguiendo un riguroso código de ética y de acuerdo con la normativa europea, muy exigente, que establece cómo debe ser la cría, las intervenciones o el sacrificio. Ahora, por ejemplo, no se pueden utilizar animales para ensayos de cosméticos. Siempre se usa la sedación, para evitar sufrimientos innecesarios, y siempre también el menor número de animales posible. Tampoco se puede repetir un experimento que ya se haya realizado con anterioridad. En las jaulas deben tener elementos para que puedan hacer nidos o jugar. Hemos comprobado que cuanto más pequeños sean sus niveles de estrés más fiable son los estudios. Animales estresados o maltratados no son útiles para la investigación.
AUTOR JUANJO MARTÍNFOTOGRAFÍA MIGUEL VENTURA
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 2, Artículo, Biomedicina y Salud, Juanjo Martín, Universidad de La Laguna