martes 29 de mayo de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Sin querer quitar protagonismo al corazón (que ya ocupa las portadas de las revistas) y el músculo (que levanta pasiones), el cerebro es el órgano más importante del organismo. Sin el correcto funcionamiento del mismo, sería imposible efectuar la mayor parte de las funciones que desempeñamos cotidianamente, desde las que aparentemente nos parecen más sencillas, como mantener una postura erguida o sentir los cambios de temperatura, hasta los más sofisticados en los que viajamos con la mente a lugares paradisiacos, o esbozamos unos inspirados trazos de pincel sobre un lienzo en blanco.
A pesar de su importancia vital, las personas sabemos en general muy poco sobre sus características y funcionamiento. Incluso circulan sobre el cerebro ciertos mitos (“neuromitos”) respecto a su actividad y propiedades. Muchas personas se sorprenden al saber que el cerebro funciona al 100% de su rendimiento las 24 horas del día, que no hay dos cerebros idénticos, que las diferencias cerebrales entre géneros no son tan evidentes como se suele creer, o que este órgano fascinante sigue evolucionando en la etapa adulta.
Uno de los aspectos más desconocidos y más relevantes en la investigación científica es el papel esencial que el intestino, el “segundo cerebro”, desempeña para el cerebro. En particular, la microbiota intestinal es la gran aliada para una correcta función y actividad cerebrales. La microbiota hace referencia a los aproximadamente 100 trillones de microorganismos de unas 1.000 especies distintas que habitan en el intestino.
Resulta vertiginoso imaginar que, toda reunida, la microbiota representa aproximadamente unos 2 kilos del peso de nuestro organismo. La población de microorganismos intestinales puede variar con la edad o cuando adoptamos dietas selectivas estrictas (veganas, carnívoras, paleolíticas, etc.). En una persona sana, con una dieta estable no-selectiva del tipo dieta mediterránea (es decir, con una proporción de pescados, legumbres y verduras, frente a carne rojas, lácteos y bollería), la microbiota es bastante estable en su composición. De esta manera se conservan las funciones esenciales del intestino. ¡También las funciones del cerebro!
Los microorganismos intestinales son esenciales para la salud mental, hasta el punto de que es difícil imaginar un cerebro sano con una microbiota deficiente o desproporcionada. Los microorganismos intestinales se encargan de fabricar numerosos nutrientes que el cerebro no produce, pero que necesita para su funcionamiento. Por ejemplo, la población microbiana proporciona vitaminas (vitaminas B y D) o ácidos grasos de cadena corta (ácido acético, ácido butírico y ácido propiónico) que el cerebro utiliza. También participa en la fabricación de aminoácidos (la unidad más pequeña a partir de los cuales se forman las proteínas).
Con los aminoácidos también se fabrican los neurotransmisores encargados de la comunicación entre las neuronas del cerebro. Sin los neurotransmisores, nuestro cerebro sería “mudo” e inerte.
Otro aspecto de la relación cerebro-intestino que genera, en el momento actual, mucha prensa científica, hace referencia a la comunicación directa que existe entre la microbiota y las células inmunitarias que velan por la defensa de la integridad cerebral, y lo protegen frente a la inflamación y la enfermedad. La relevancia de esta actividad es enorme, ya que la inflamación es un factor patológico común de muchas neuropatologías, como son el alzhéimer, el parkinson, la esclerosis múltiple y el autismo. Por consiguiente, no es de extrañar que en personas que sufren estas enfermedades se observen también alteraciones en la microbiota intestinal.
Gracias a estos nuevos hallazgos sobre el papel del intestino en la salud cerebral, se están buscando nuevas vías de esperanza en enfermedades tan devastadoras y frecuentes en la población de mayor edad, como son el alzhéimer y el parkinson. Estas neuropatologías no tienen todavía cura. Por ello, se están incorporando nuevas estrategias terapéuticas para intentar atajar de manera secundaria los posibles desequilibrios del “segundo cerebro”, de manera a restaurar el equilibrio de la microbiota intestinal. Estas terapias orientadas a la salud intestinal y cerebral se basan en tres estrategias distintas:
– Incorporar suplementos de probióticos, es decir, suministrar mezclas demicroorganismos vivos para equilibrar la microbiota intestinal.– Tratar con antibióticos antimicrobianos para evitar microorganismos intestinales que estén en exceso y volver así a un equilibrio saludable.– Trasplantar microorganismos intestinales de una persona sana a una persona enferma, con el objetivo de reponer en el paciente la microbiota desequilibrada.
Todavía queda mucho camino científico por recorrer en el desarrollo de estas estrategias, si bien el tratamiento con mezclas concretas de microorganismos parece estar dando sus frutos. Algunas mezclas de probióticos intestinales son beneficiosas para la depresión, la ansiedad, el estrés, el insomnio y estabilizar el estado de ánimo. Por otra parte, algunos antibióticos específicos parecen reducir problemas de bajo rendimiento intelectual, y alivian síntomas de estrés nervioso. En el caso de los trasplantes de microbiota fecal, ya existen algunos resultados prometedores en algunos casos de pacientes con parkinson, alzhéimer o esclerosis múltiple, con una mejoría tanto en el cerebro como en el intestino. Sin embargo, es una línea que todavía está en fase de desarrollo y requerirá conocer de manera más específica las posibles alteraciones de los microorganismos en los pacientes.
En definitiva, no cabe duda alguna de que la relación del cerebro con el intestino es mucho más determinante y compleja de lo que se creía hace unos años. Si además tenemos en cuenta que el alimento que ingerimos tiene un impacto directo sobre la proliferación de unos microorganismos intestinales u otros, podremos concluir que ahora más que nunca se confirma el dicho de que “somos lo que comemos”. Más aún, el cerebro siendo uno de los principales responsables de nuestras emociones, deseos y tendencias, también podríamos afirmar que además “comemos de lo que somos”. Pero, eso sería objeto de otro artículo. Por el momento, escuchemos las voces de las entrañas para mantener la mente en forma.
REDACCIÓN RAQUEL MARÍNILUSTRACIÓN MIGUEL VENTURA
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 0, Reportaje, Biomedicina y Salud, Raquel Marín, Universidad de La Laguna
Neurocientífica y catedrática de Fisiología en la Universidad de La Laguna. Se doctoró en Biomedicina en la Universidad Laval de Quebec y ha dedicado su vida a la investigación científica, en particular a las enfermedades del cerebro en el envejecimiento y a los nutrientes para la salud cerebral.
Fisiología
rmarin@ull.edu.es