martes 28 de diciembre de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
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En la película The Forger (2014), el protagonista, interpretado por John Travolta, visita en numerosas ocasiones el cuadro Femme avec parapluie de Monet, en un ejemplo clásico de entrenamiento del ojo “experto”, fundamental para el reconocimiento de la autoría de una obra de arte y para realizar una falsificación eficaz. Se trata de un método primario de análisis, basado en la experiencia de observación y en el conocimiento derivado del estudio de artistas similares.
Durante mucho tiempo el sistema de examen se realizaba a través de fuentes escritas de las que se informaban críticos e historiadores del arte. Se potenciaba la mirada activa de la obra de arte como forma de evaluación centrada en la verificación de algunos aspectos clave, como el período histórico, la escuela, el medio, la composición, la iconografía o la organización interna de la obra. De esta manera cuando una obra no se encontraba firmada, se empleaba unas serie de términos en relación con la autenticidad de la obra: obras atribuidas, obras realizadas en el círculo de un artista, obras realizadas según el estilo de tal artista, obras realizadas a la manera de o a imitación de un artista…
Pero, ¿por qué limitarnos a determinar el grado de certeza sobre la autenticidad de una obra en base tan sólo a su conocimiento en superficie? ¿Por qué dejar de lado el contacto físico con la propia obra? Hoy en día, solo se puede entender la concepción de una obra de arte en base a su estudio material a través de los procesos tecnológicos e intelectuales que rigen su producción. Esto nos permite determinar si una pintura es de la mano de un artista en comparación con el resto de las obras conocidas del mismo artista, o si el tipo de pigmentos o lienzos utilizados estaban disponibles en las fechas en las que fue creada la obra.
Solemos pensar que los grandes pintores no cometían errores ni se arrepentían durante la ejecución de sus trabajos. Sin embargo, gracias a la Reflectografía IR y los rayos X se han podido apreciar las dudas y rectificaciones en la posición de manos y pies, o en los ojos de los personajes. Podemos incluso observar señales de traspaso bajo las capas de color, lo que indica la reutilización de modelos por parte del propio artista. Tal es el caso del estudio realizado por el Centre d’Art d’Època Moderna sobre la serie de retratos de Carlos IV realizados por Goya.
El estudio de esta serie demuestra que el retrato ejecutado entre febrero y abril de 1789 constituye el prototipo originario a partir del cual se realizaron numerosas copias en calco, exactamente iguales en las dimensiones de los monarcas. Para ello Goya utilizó una paleta reducida de colores: bermellón, azul de Prusia, albayalde o tierras. Precisamente, la utilización del azul de Prusia permite acotar el tiempo de ejecución entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX.
Pero lo cierto es que la práctica de la copia no debe confundirse con la falsificación de obras de arte, entendida como la alteración deliberada de la autenticidad. Este fenómeno es exclusivo de los siglos XX y XXI, provocada por el hecho de que la burguesía capitalista empezó a considerar la cultura como un pasatiempo. Los retratos planos de cuellos alargados y los dibujos a lápiz de Modigliani encabezan la lista de las obras más falsificadas de la historia: utilizaba lienzos de baja calidad y pinturas industriales que se podían encontrar fácilmente en el mercado. Entre los falsificadores más reconocidos está Elmyr de Hory, al que Orson Welles le dedica la película F for Fake (1973). En unos de sus fragmentos, Elmyr pinta mal a propósito un Matisse para que su falsificación se parezca más al original. En ocasiones, la destreza técnica y el conocimiento del material es tan impecable, que solo el propio ego de los falsificadores es capaz de desenmascarar muchas de las obras falsas que forman parte de grandes colecciones de arte.
La aparición en el mercado de estas obras dudosas tiene como consecuencia que coleccionistas y museos recurran a expertos y a la consulta de los catálogos razonados como vehículo de certificación de las obras antes de su adquisición. Como anécdota, podemos hablar del origen del Centro Strauss de Conservación y Estudios Técnicos del Museo de Arte de Harvard, fundado por Edward W. Forbes, víctima de una estafa con una obra del Renacimiento italiano. No existen catálogos razonados de todos los artistas, por lo que a menudo se articulan estafas que raramente salen a la luz porque vienen avaladas por la firma de un experto de reconocido prestigio. Pero estos expertos también tienen su precio, como reflejaron con su habitual sorna los hermanos Coen en su película Gambit (2012) en la que se ve lo fácil que es falsear el mercado del arte respondiendo exclusivamente a la opinión del “ojo experto”.
En la actualidad, la utilización de colores como el vantablack ofrece por sí mismo el certificado de autenticidad a las obras del artista Anish Kapoor, tras la adquisición de su uso en exclusividad, lo que provocó algunos enfrentamientos con otros artistas. Este color, definido como el negro más negro del mundo, retiene 99.96% de la luz visible y desplaza la sentencia de “tan negro como el carbón” en el siglo XXI.
La aplicación de los conocimientos y las técnicas de la ciencia a la producción artística es un ejemplo más de cómo la combinación de las ciencias con las humanidades permite un examen estandarizado y una evaluación rigurosa de las obras de arte a partir de la recopilación de evidencias y la presentación de las mismas. Este proceso científico y los datos de referencia verificables que genera permiten reducir el grado de incertidumbre en la designación de la autoría. Las opiniones de autenticidad del observador y del científico posibilitan que pueda salir a la luz nueva información que refuerce o desvirtúe las opiniones pasadas de cualquiera de las formas.
AUTORES ELISA DÍAZ GONZÁLEZFOTOGRAFÍA ELISA DÍAZ GONZÁLEZ
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 2, Artículo, Arte y Humanidades, Elisa Díaz González, Universidad de La Laguna
Licenciada en Bellas Artes con especialidad en Restauración Pictórica por la Universidad de Granada y diplomada en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Documento Gráfico por la Escola Superior de Conservació i Restauració de Béns Culturals de Catalunya. Doctora por la Universitat de Barcelona con una tesis sobre los libros ilustrados de Salvador Dalí y sus técnicas de ejecución.
Actualmente es responsable del Servicio de Análisis y Documentación de Obras de Arte (SADOA) perteneciente al Servicio General de Apoyo a la Investigación (SEGAI) de la Universidad de La Laguna.
Bellas Artes
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