FECHA: 30/11/2018
AUTOR JULI PERETÓILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universitat de València Vicedirector del Instituto de Biología Integrativa de Sistemas I2SysBio. Universitat de València-CSIC.
¿Qué hace que una novela publicada hace doscientos años nos siga fascinando, sugiera tantas y tan variadas lecturas y estimule reflexiones de rabiosa actualidad? Frankenstein o El moderno Prometeo fue escrita por una mujer de dieciocho años, Mary Wollstonecraft Shelley, a partir de un cuento de terror esbozado durante una reunión de amigos en Villa Diodati, a las afueras de Ginebra, en junio de 1816. En ella se narra el fracaso como persona de un científico, Víctor Frankenstein.
Frankenstein sufre una metamorfosis intelectual extraordinaria, metáfora de la emergencia de la ciencia moderna: educado en lecturas clásicas y místicas, adopta la tenaz resolución de dejar atrás a esos “antiguos maestros” que “prometían cosas imposibles y no llevaban nada a cabo”. Fascinado por la ciencia que “promete poco” pero consigue “milagros”, Víctor se lanza a escrutar los secretos más íntimos de la vida. Estudia “filosofía natural y en especial la química” hasta conseguir descubrir “el origen de la generación y la vida” y sentirse capacitado de “infundir la vida en la materia inerte”. Esta transformación justifica el subtítulo de la obra: “El moderno Prometeo”. Así pues, y a diferencia del mito del Gólemun ser de arcilla animado por invocaciones sobrenaturales–, no hay nada inexplicable en el experimento de Frankenstein, un materialista tal y como lo describe Mary W. Shelley. La novelista crea, por tanto, un científico de su época, inmerso en el proceso de secularización de la ciencia que arrancó con la Ilustración y en quien proyecta hacia el futuro los avances científicos del recién inaugurado siglo XIX y sus anhelos más acuciantes.
Hay quien sostiene que Frankenstein es la primera novela de ciencia ficción. Prefiero referirme a ella como una obra de ciencia “en” ficción. Es decir, una narración de ficción que contiene elementos científicos creíbles en su contexto cultural e histórico. Porque lo realmente fascinante es cómo una joven Mary W. Shelley, una radical social en su tiempo, fue capaz de integrar en un relato romántico una extraordinaria diversidad de conocimientos e ideas científicas perfectamente verosímiles hace doscientos años. ¿De dónde le vino la inspiración a la autora?
Mary W. Shelley tuvo ocasión de conocer a una infinidad de científicos e intelectuales que visitaban a su padre, William Godwin, y entre sus numerosas lecturas se encontraban textos de ciencia, como Elements of Chemical Philosophy de Humphrey Davy (1812). El prólogo de la primera edición de la novela en 1818 –un texto de su marido Percy B. Shelley– empieza así: “El suceso en el cual se fundamenta este relato imaginario ha sido considerado por el doctor Darwin y otros fisiólogos alemanes como no del todo imposible”. En el prólogo de Mary W. Shelley para la edición de 1831, se vuelve a citar a este Darwin y el rumor de que había conservado “vermicelli” en un frasco y que éstos empezaron a moverse de manera autónoma. Aparte de la posible confusión de la autora al referirse a un tipo de fideos, parece claro que leyó a Erasmus Darwin y lo llegó a conocer personalmente. Erasmus –el abuelo de Charles– era médico y naturalista y fue uno de los contertulianos del padre de Mary, de manera que ella estaba familiarizada con sus ideas evolutivas y la creencia en la generación espontánea que profesaba el doctor Darwin. El origen de la vida y la generación espontánea –la transmutación de la materia inerte en viviente– y el galvanismo –el poder vivificante de la electricidad tantas veces puesto a prueba desde el XVIII, con los experimentos de Benjamin Franklin, Luigi Galvani, Giovan- ni Aldini y otros–, son algunos de los ingredientes intelectuales presentes en la investigación de Víctor Frankenstein, cuyo proyecto culmina con el mayor de los éxitos. O no.
A pesar de las imágenes popularizadas por las películas sobre Frankenstein, en el momento crucial del experimento, aquella “desapacible noche de noviembre” no hubo rayos ni centellas, salvo una alegórica mención a “una chispa de existencia” insuflada en “aquella cosa exánime”. Y tras constatar que el cuerpo muerto recobra la vida –es decir, que el experimento ha sido todo un éxito–, Frankenstein lo califica de “catástrofe” al descubrir la fealdad de la criatura. Así, pues, nada más culminar su proyecto, Frankenstein fracasa como científico, “incapaz de soportar la visión del ser que había creado”. Por contra, Mary W. Shelley nos presenta la criatura como un ser necesitado de amor, reconocimiento y relación social. Es tan inteligente que observando y escuchando a una familia aprende él solo a leer, a hablar varios idiomas, a comprender la verdadera naturaleza humana y a sorprenderse del poder del conocimiento: “¡Qué extraña naturaleza la del saber! Se aferra a la mente, de la cual ha tomado posesión, como el liquen a la roca”. Lo que convierte la criatura en un ser malvado es el rechazo de su creador, y el de las otras personas, por su aspecto monstruoso, a pesar de sus esfuerzos por simpatizar y acercarse al mundo. La respuesta de la criatura a ese rechazo es la destrucción de la familia de Víctor.Pero, ¿qué hubiese pasado si Frankenstein se hubiese comportado como un científico responsable? Desde luego, esto la novela lo elude y corresponde a los lectores imaginar el destino de Víctor y su criatura si el científico insensible, venciendo su cobardía, hubiese satisfecho el deseo de comprensión y aceptación que le reclamaba el monstruo. El imaginario popular, quizá estimulado por la extensa filmografía derivada de la narración de Shelley, ha ligado el nombre del científico al monstruo. Y está bien que sea así ya que, dado el comportamiento anticientífico de Víctor, él fue el verdadero monstruo, un necio que no aceptó la responsabilidad sobre su propia obra.
Hoy día, la investigación e innovación responsable (RRI por sus siglas en inglés) exige anticipar y sopesar las implicaciones y expectativas sociales derivadas de la actividad científica. La supuesta mejora genética en humanos usando la tecnología CRISPR/Cas9, anunciada a finales de 2018 por el científico chino He Jiankui, nos trae a un primer plano la vigencia de una reflexión suscitada por la inmortal novela de Mary W. Shelley –la exploración del conocimiento se debe hacer con responsabilidad. Atrévete a leer Frankenstein y a pensar.