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Rafael Alonso Solís

martes 28 de diciembre de 2018 – 00:00 GMT+0000
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Cuando visitamos al médico lo hacemos porque tenemos algún tipo de dolencia. Entramos en su consulta, le contamos cuál es nuestra preocupación, nos inspecciona y con lo escuchado y observado elabora una teoría de diagnóstico. Una vez que cree saber cuál es el origen de nuestra dolencia llega el momento de las soluciones. Evidentemente la visita al médico no nos cura, lo que ayuda a restaurar nuestra salud es el tratamiento que nos receta.

Con esa receta vamos raudos a la farmacia. El farmacéutico entra en la trastienda con la prescripción en la mano y regresa con una caja pequeña y normalmente cara, es el medicamento. Parece magia, la solución a mi problema en esa cajita. Ese afortunado trayecto, que nos ha llevado desde la consulta del médico hasta el medicamento, lo hemos realizado en una hora. Parece fácil ¿verdad?

Sin embargo, para que esto sea posible han tenido que pasar quizás diez o quince años de estudios, trabajos y ensayos clínicos. Eso es lo que hacen tantos señores y señoras con bata blanca en los laboratorios farmacéuticos y biosanitarios, ayudar a curar y tratar nuestras enfermedades. Uno de proyectos que nació con este objetivo fue el Centro de Investigaciones Biomédicas de Canarias (CIBICAN). Hablamos con la persona que lo impulsó desde que era solo un embrión, el Prof. Rafael Alonso Solís.

¿Cuál fue la cronología de este proyecto?

Este proyecto tiene una fecha de inicio: 2001. Por aquella época algunos grupos de investigación de la Universidad de La Laguna querían formar un instituto y el Cabildo de Tenerife tenía interés en apoyar una iniciativa similar, así que se organizó un taller donde participaron directores de centros de investigación, políticos, empresas del sector farmacéutico, etc. Se discutió durante tres días la viabilidad de crear en la isla un centro de investigación biomédico y todos concluyeron que se daban las circunstancias. Así que se puso en marcha. Fue en ese momento cuando la universidad crea el Instituto de Tecnologías Biomédicas (ITB). Esta organización generó lo conocemos hoy como CIBICAN, que aún hoy está en fase de desarrollo.

Otro gran hito fue IMBRAIN, un proyecto que aglutinó a varios centros y muchos grupos de investigación y que mereció la financiación de la Comisión Europea con 4 millones de euros y de forma paralela la concesión de una ayuda en forma de anticipo del Instituto Carlos III de 8 millones, reintegrable por el Cabildo de Tenerife, para la construcción de un edificio cuya primera fase se entregará el mes que viene.

¿Cuáles han sido los grandes logros de este proyecto?

Uno de ellos fue la creación de la Fundación Canaria para el Avance de la Biomedicina y Biotecnología ya que desde ese momento el Cabildo se convirtió en un socio que no ha dejado de apoyarnos en todo este tiempo. En segundo lugar, la creación del ITB porque pudimos integrar los grupos básicos y clínicos de investigación. Gracias a esto pudimos obtener la financiación que nos permitió crear una estructura biomédica que pudo contratar a 28 personas, entre técnicos, investigadores y gestores. Contratamos a estas personas en un momento de profunda crisis económica, creo que fuimos el único centro de investigación que contrataba personal en aquella época.

¿Qué proyectos destacarías?

Destacar solo alguno daría una imagen incompleta. Hay que considerar que los investigadores del ITB publican anualmente más cien artículos en revistas de primera línea. Pero puede destacarse que la transferencia e innovación se comenzó a hacer con profesionalidad. La mayor parte de las Oficinas de Transferencia de Resultados de la Investigación (OTRI) de las universidades españolas carecen de personal estable, en IMBRAIN lo primero que hicimos fue desarrollar un plan para formar a personas en transferencia de biomedicina. Se revisaron los proyectos y se detectaron aquellos que podían tener potencial para patentes. Por ejemplo, se consiguieron

avances espectaculares relacionados con la búsqueda de moléculas de interés para curar una enfermedad rara como la Hiperoxaluria, desarrollo que ha promovido la creación de una empresa de capital americano y europeo que lleva captados unos 20 millones de euros. Estos son algunos ejemplos concretos que ya han dado resultados, pero hay muchos más que aún están en el camino, un camino muy largo y que no siempre acaba en éxito.

Durante estos años se han preocupado de tener evaluadores externos, alejados de nuestro entorno ¿por qué?

Si un instituto quiere tener éxito necesita que le evalúen desde fuera, y cuanto más lejano y desconocido sea el comité mejor. Creo que el ITB es el único instituto de la Universidad de La Laguna que tiene desde el principio un comité de evaluación externo. Ese comité se ha reunido en varias ocasiones para dar sus opiniones, recuerdo que en las primeras reuniones eran muy críticos con nosotros. Ese mismo comité evaluó a buena parte de los investigadores que contratamos y finalmente otro comité, en este caso de la Comisión Europea, vino y nos evaluó. La principal conclusión siempre era la misma: necesitábamos autonomía jurídica y financiera. Creo que esto es fundamental y un problema común a muchos centros, además nos recomendaron tener grupos de investigación más grandes y con más colaboraciones extranjeras.

¿Qué has aprendido en estos años?

Si hubiera sabido lo que me esperaba cuando empecé a darle vueltas a crear un instituto no lo habría hecho. En 2001 esa idea comenzó como un juego y ahora se ha convertido en realidad. Volvería atrás sin dudarlo, a sabiendas de las dificultades y con algunas lecciones aprendidas. Entre otras cosas he aprendido que dentro de la universidad es muy difícil crear estructuras de este tipo. Estoy convencido que para que un instituto de investigación sea competitivo no debería pertenecer solo a una universidad, debería ser un socio más entre entidades públicas y privadas. Otra enseñanza, los problemas burocráticos no te pueden parar, hace mucho tiempo que no les hago mucho caso (se ríe). Me entenderán los que han salido y han estado en otros centros de investigación.

REDACCIÓN JUANJO MARTÍN
FOTOGRAFÍA MIGUEL VENTURA


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 2, Reportaje, Ciencia y sociedad, Juanjo Martín, Universidad de La Laguna

Rafael Alonso Solís
Profesor Emérito de la Universidad de La Laguna en el Área de Fisiología

Inició su carrera como fisiólogo en la Universidad Complutense en los años 60. Se unió a la Universidad de La Laguna en 1972, donde completó su tesis doctoral y ascendió a catedrático en 1991. Previo a esto, fue investigador asociado en el MIT. En La Laguna, ocupó roles clave como director del Departamento de Fisiología, vicerrector de Alumnado, y fundador del Instituto Universitario de Tecnologías Biomédicas. Actualmente, es profesor emérito.

Ciencias Médicas Básicas

ralonso@ull.edu.es