2 de agosto de 2021 – 00:00 GMT+0000Compartir
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La aparición del COVID-19 a modo de pandemia ha reabierto el debate siempre presente de la disciplina tanatológica que avanzó Metchnikoff: están en riesgo nuestras vidas y la situación que vivimos ha desnudado nuestra fragilidad siempre presente. Y eso a pesar de que algunos viven con certezas muy sólidas y seguridades inexpugnables; que se ha desvanecido de la misma forma que la gente desapareció de las calles.
Nos llega un torrente de voces de expertos y epidemiólogos a los que se suman muchos aficionados, y noticias falsas, que se apoderan de los medios. Una gran mayoría de quienes tienen acceso a las redes sociales, ahora la voz pública, llega a la conclusión de que las medidas a adoptar no resultan sencillas para prevenir y controlar el avance de la enfermedad y mantener la vida en un mundo globalizado con muchas incertidumbres científicas sobre la naturaleza del patógeno o el alcance de sus efectos. Procesos que van acompañados de decisiones locales, regionales, nacionales e internacionales más o menos acertadas.
Es posible que tenga razón Jürgen Habermas cuando, de modo certero, nos dice que “nunca habíamos sabido tanto sobre nuestra ignorancia”, ni sobre cómo actuar en medio de la inseguridad global. En estas circunstancias que nos ha tocado vivir podemos concebir la vida como una lucha en pos de creencias que nos abren un mundo de posibilidades o, por el contrario, de otras que constriñen y restringen nuestro sentido de la vida y de lo que acontece; lo que nos pueden alejar de un planteamiento constructivo de la misma. Nuestra salud dependerá entonces de que seamos capaces de cerrar adecuada y repetidamente este ciclo, el cual puede entenderse como un proceso continuo que anticipa, evalúa y da significado a la experiencia que vivimos.
Y la pandemia ha traído más muertes.
Louis-Vincent Thomas ya nos decía en los años noventa del siglo pasado que la muerte es cotidiana, natural, aleatoria y universal, pero sólo en parte. Cotidiana, y sin embargo, siempre parece lejana, sobre todo en la juventud. Son los otros los que mueren, aun cuando sea a mí a quien amenaza la muerte a cada momento. Natural, pues se presenta como una agresión que se vive o se percibe como un accidente arbitrario y brutal que nos toma desprevenido. Indeterminable, pues a la certidumbre del morir se impone la incertidumbre del acontecimiento. De modo que la muerte, nunca prevista, siempre de más, procede de lo aleatorio, de lo imprevisible. Universal ya que todo lo que se vive, todo lo que es, está destinado a perecer o desaparecer, lo que de alguna manera trivializa el acto de morir. Pero es también única, ya que, cuando me llegue la hora, nadie tomará mi lugar y mi muerte no será como la de ningún otro. En suma, la muerte queda al margen de toda categoría.
La muerte siempre llega sin pedir permiso ni perdón. Su veredicto es inapelable y no admite revisión alguna. Se comporta como un proceso, lo cual hace difícil situarla en el tiempo. De hecho, la muerte no se ocasiona en un instante preciso salvo para el médico que la debe certificar o para el forense que debe determinar el momento en que dejó de vivir una persona. Es más exacto decir que se muere progresivamente, no sólo en la agonía sino también en la muerte súbita. La muerte es un proceso, no un estado.
La pandemia, de una magnitud difícilmente calculable, está poniendo a prueba no sólo nuestra visión de la vida y de la muerte sino los sistemas sanitarios de todos los países y plantea numerosos problemas éticos de extrema complejidad, a los que en no pocos casos no se les pueden dar respuestas definitivas. Tiene muchas aristas y dimensiones e implica a profesionales, gestores, pacientes y familias en el contexto de políticas regionales y nacionales con grandes repercusiones para todos. Hemos de conocer los aspectos relativos al proceso infeccioso respiratorio, las estrategias diagnósticas, su detección, notificación y clasificación y el manejo de casos y brotes en los diferentes niveles de atención (primaria, hospitalaria, residencias de mayores, centros sanitarios, instituciones penitenciarias y otras instituciones cerradas, centros educativos y en el ámbito laboral, etc.). Debemos atender el estudio y gestión de los contactos, el procedimiento de cribado, toda la información oportuna relativa al seguimiento y la cuarentena (estudio y manejo de los contactos) manejo y notificación de los casos, la atención en los servicios de urgencias y unidades de cuidados intensivos además de la necesidad de la toma de medidas por parte de la población. Son también muy relevantes las dificultades existentes para conseguir los recursos necesarios tanto materiales (elementos de infraestructura y productos sanitarios imprescindibles) como humanos.
Las situaciones de emergencia creadas por la pandemia originada por el virus SARS-CoV-2 plantea problemas individuales y colectivos muy graves y variados que afectan a toda la sociedad, problemas sanitarios -salud y vida individuales frente a la salud pública-, de movilidad, laborales, económicos y financieros y los que a su vez se derivan de éstos, entre otros muchos.
Por todo ello, ante esta crisis de tan gran magnitud es aún más importante articular orientaciones éticas para circunstancias extraordinarias que eviten el menosprecio de las normas profesionales por los responsables que han de tomar decisiones bajo presión. En la tensión que se produce entre los intereses generales y los individuales han de asumirse las restricciones que pueden sufrir los derechos fundamentales y las libertades públicas de los ciudadanos, pero siempre dentro del principio de proporcionalidad y sin que quede comprometido el núcleo básico o contenido esencial de aquéllos, como ha subrayado el Tribunal Constitucional. Ello implica y compromete a la sociedad en su conjunto, mediante una valoración interdisciplinar que permita asimilar, matizar y completar las diversas perspectivas sectoriales, sin dejar de tener en cuenta sus pronunciamientos formales.
AUTOR Alfonso Miguel García Hernández
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 9, Artículo, Universidad de La Laguna,
Doctor por la Universidad de La Laguna con la tesis El significado de perder un hijo la construcción discursiva del duelo de padres y madres 2010. Dirigida por Dr/a. Fernando Estévez González.
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