2 de agosto de 2021 – 00:00 GMT+0000Compartir
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El concepto de aptitud genética implica que en la Evolución se seleccionan aquellas conductas que otorgan a los individuos una mayor probabilidad de transmitir sus genes a las generaciones posteriores. La conducta altruista y la cooperación representan un desafío para este concepto: ¿cómo es que un individuo entrega sus recursos a otro, un potencial rival, perdiendo con ello oportunidad reproductiva? William Hamilton, biólogo evolutivo, propuso que el altruismo entre parientes es compatible con este principio como se ilustra en el siguiente ejemplo. Un padre al que se le están ahogando sus tres únicos hijos. En un escenario, si el padre se tira salva a los tres, en un segundo escenario solo salva a dos y en el tercero solo salva a uno, pero… en los tres casos el padre muere. Según su hipótesis, el padre se tiraría en el primero de los escenarios, se lo pensaría en el segundo, y no lo haría en el tercero. La razón es que salvar a sus tres hijos le supone una ganancia en términos reproductivos. Comparte 0,5 de su genética con cada hijo lo que multiplicado por 3 da 1,5 en términos de probabilidades de transmisión de su genética a las generaciones futuras lo que es mayor que el 1 que representa la situación si no se tirase, y se mantuviera vivo.
Pero entonces, ¿cómo es posible, en términos evolutivos, la aparición en el homo sapiens del altruismo entre individuos no emparentados? Algo debió ocurrir para que se incorporase a su repertorio cognitivo. Entregar tus bienes a un rival/competidor potencial resulta ruinoso en términos de aptitud genética, si el otro se aprovecha y no hay reciprocidad. Lo cierto es que, si fuera así, la cooperación no habría sido seleccionada, y no habría sociedad; tendríamos en su lugar una sociedad de “tiburones”, de individuos egoístas y aprovechados. La psicóloga Leda Cosmides propuso una solución a este problema. Al igual que el cuerpo humano ha experimentado adaptaciones, también las habría experimentado nuestro cerebro por la vía de incorporar módulos cognitivos para resolver problemas adaptativos, como consecuencia de la selección natural. La cooperación entre individuos no emparentados resulta mutuamente beneficiosa si es recíproca, pero para que ello ocurra, y dado que los intercambios son con frecuencia asíncronos, hay que detectar a los tramposos que se saltan los contratos sociales, contratos incorporados a nuestro cerebro en términos de reglas del tipo “Si alguien obtiene el beneficio, entonces ha de pagar el costo”, donde nos representamos al tramposo como alguien que obtiene el beneficio sin pagar el costo.
Entonces, la exigencia de reciprocidad constituye un rasgo básico de los intercambios sociales que se apoyan en reglas o tratos “justos”. Si esta hipótesis es cierta, el cerebro humano habría sido moldeado por la selección natural para reaccionar negativamente ante los tratos injustos, y también disfrutaría al infligir un castigo a los defraudadores, aun a costa de su propio interés, lo que se denomina “castigo altruista”.
Estas hipótesis se han visto confirmadas por la evidencia científica. En el denominado Juego del Ultimátum participan dos personas. Una de ellas recibe inicialmente una cantidad de dinero (por ejemplo 10 euros) que ha de repartirse con la otra en la proporción que le parezca (desde darle la mitad a darle solo 1 euro). La única condición para tener éxito y proceder al reparto es que el otro jugador acepte la oferta. Si la rechaza ambos participantes se van de vacío. Los distintos estudios han encontrado que el segundo jugador rechaza los tratos injustos, por ejemplo, que se le ofrezca 2 euros mientras que el jugador que hace la oferta se queda con 8, si con ello consigue “castigar” al “aprovechado, aunque esta decisión vaya contra del interés propio. En el caso del castigo altruista, el cerebro activa en los núcleos basales del cerebro un área, el estriado dorsal asociada al placer, que se activa ante decisiones motivadas por la anticipación de una recompensa. Una emoción asociada al castigo altruista es la ira que, por poner un ejemplo de la vida real, sentimos al observar a un defraudador de impuestos presumiendo de ello: usa las autopistas y los servicios de salud en su beneficio, pero no paga el costo; o sin llegar al fraude, el rechazo que ha generado la conducta de algunos youtubers famosos que han ubicado su residencia en Andorra para pagar menos impuestos. Esto es, la selección natural ha asentado el castigo altruista en nuestro repertorio conductual al vincularlo al placer. Esta es la manera de asegurar la sociabilidad y la cooperación como rasgo estable de la especie: dificultar el éxito reproductivo de los defraudadores y aprovechados.
¿Y entonces? Cómo es que en nuestra sociedad no dejan de florecer la mentira y el fraude? La respuesta es sencilla. Nuestro cerebro es flexible. Sus áreas frontales han evolucionado para eso. La regulación de la conducta no está determinada automáticamente ni por instintos, ni por adaptaciones cognitivas (intercambio recíproco, elección de pareja, etc.). Los frontales son áreas asociativas con gran capacidad para inhibir impulsos o representaciones, y conseguir así el control cognitivo, base de la regulación adaptativa de la conducta en entornos sociales y culturales complejos. Por otro lado, nuestra cognición es “vulnerable” a lo accesible, es más real aquella información que tenemos presente; por ejemplo, cogemos menos el avión tras ver una catástrofe aérea en la televisión, o un atentado, cuando, en realidad, la probabilidad de sufrir un accidente es menor; simplemente, como ya demostró el psicólogo y premio nobel Daniel Kahneman, tendemos a pensar que es real aquello que nos imaginamos más vivamente.
… y nuestra cognición, además, tiende a ser muy crédula, sobre todo cuando la toma de decisiones se asocia a nuestras creencias o necesidades, lo que está en la base de un potente sesgo de confirmación. En una investigación realizada por el autor en la Universidad de La Laguna se comprobó, mediante el empleo de tarea de razonamiento, que los participantes no buscaban evidencias que mostraran que la oferta de un producto milagroso para curar la calvicie era fraudulenta, sino evidencias que confirmaran su efecto, si se les ponía en el lugar de una persona que realmente lo necesitara.
En resumen, aunque a nuestro cerebro no le gustan los tratos injustos, su enorme flexibilidad le hace vulnerable a lo emocional, incluso cuando es contrario a lo racional, porque resulta más accesible, y lo hace también más vulnerable a la credulidad cuando lo que se nos propone, por fake que sea, coincide con nuestros intereses y creencias. Así somos,… para bien y para mal.
AUTOR Hipólito Marrero Hernández.
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: , Artículo, Universidad de La Laguna Número 9
Doctor por la Universidad de La Laguna con la tesis Inteligencia recursos atencionales e intercorrelacionales entre tareas 1983. Dirigida por Dr/a. José A. Forteza Méndez.
Psicología Cognitiva, Social y Organizacional
hmarrero@ull.es