4 de octubre de 2022 – 00:00 GMT+0000
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Reconocer e interactuar con gente ocurre con tata frecuencia y de manera tan sencilla que no nos paramos a pensar en qué es lo que lo hace posible. Sin embargo, identificar a Marilyn Monroe en una película que nunca habíamos visto antes o a un compañero en la cola del supermercado, es un ejemplo de función cognitiva, clave a nivel social pero muy compleja, en la que intervienen múltiples etapas de procesamiento y rutas paralelas de información. En el caso de otros animales, la capacidad de reconocimiento también es posible y también se lleva a cabo mediante múltiples procesos en los que intervienen los sentidos.
Pero, ¿y dentro de nuestro cuerpo? ¿Se reconocen y diferencian unas de otras nuestras células? ¿Hay interacción entre ellas? ¡Por supuesto! En este caso lo hacen mediante contacto de distintas estructuras celulares presentes en su superficie que les permiten recibir y enviar señales. Esta comunicación es crucial para su correcto funcionamiento y supervivencia (y por tanto la nuestra). ¿Y qué pasa cuando tenemos una infección por una bacteria o virus? Pues que también hay reconocimiento y comunicación entre ellos. Conocer cómo se establece esta interacción y cómo responde cada parte es determinante para entender las repercusiones que la infección tendrá en nuestro organismo y, en el caso de ser necesario, encontrar la manera de tratar el daño causado, luchar contra la infección e incluso prevenirla.
Sara Marrero, la investigadora que presentamos en esta ocasión está fascinada por este proceso desde que realizó su tesis doctoral sobre la interacción entre el virus de la inmunodeficiencia humana de tipo 1 (VIH-1) y las células de nuestro cuerpo. Más concretamente, su investigación buscaba determinar qué es lo que ocurre en el momento de entrada del virus en la célula; dilucidar las proteínas celulares que intervienen en la defensa contra el virus y las proteínas virales que participan en el proceso haciéndose hueco en la célula para luego utilizar la maquinaria metabólica y sintética de esta para su beneficio. Tras doctorarse por la Universidad de La Laguna gracias a una beca de la Fundación Manuel Morales, Sara se trasladó a Melbourne, (Australia), para continuar con su investigación. Sin embargo, nada más instalarse en la isla más grande del planeta (¡casi toda Europa cabría dentro de ella!), llegó la visita de otro virus: el SARS-CoV-2. Este giro del destino y la necesidad de movilizar los recursos disponibles para combatir la pandemia, determinó que orientara su investigación hacia la puesta a punto de la vacuna australiana contra el coronavirus. Su trabajo consistió, por una parte, en comprobar si la vacuna protegía contra la infección por las diferentes variantes del virus (Spoiler Alert!: lamentablemente esta vacuna no tuvo éxito); y por otra en estudiar la correlación entre el tipo de anticuerpos producidos por una persona infectada y el pronóstico de COVID-19, es decir, determinar si el tipo de anticuerpos producidos era un buen predictor de la gravedad de la enfermedad.
Dada la forma de transmitirse que tiene este virus y su alto nivel infeccioso, Sara tuvo que acostumbrarse a trabajar bajo estrictos protocolos de seguridad más estrictos y con vestuario de elevada protección. Si las mascarillas fashion que hemos estado usando estos últimos años resultan incómodas, ¡no quieran saber los complementos glamurosos que hay que llevar en un laboratorio de nivel de bioseguridad de tipo 3! Las mascarillas que se usan en estos laboratorios son mucho más sofisticadas; además, para asegurar que la protección es efectiva (teniendo en cuenta movimientos, respiración, sujeción al hablar, etc.) es necesario que pasen por un control exhaustivo de pruebas de ajuste.
El trabajo de laboratorio durante los dos primeros años fue duro, a lo que se sumó la pandemia, los periodos de confinamiento; todo esto vivido muy, muy lejos de casa y sin opción a viajar. A pesar de todo, Sara se encuentra bien y a gusto. Eso sí, ha tenido que acostumbrarse a no conducir tras la puesta del sol, sobre todo por la periferia o las afueras de la ciudad. Es así porque muchos animales son activos de noche y las carreteras se vuelven peligrosas; nadie quiere tener que enfrentarse a un canguro boxeador o toparse con un wombat en posición roca en medio de la carretera. También ha tenido que asumir que por ahora no podrá disfrutar de un baño tranquilo en la playa ya que la comparte frecuentemente con tiburones, medusas y cocodrilos. ¡Ah!, y ha tenido que cambiar la carne fiesta por Fish & Chips, sin duda un cambio nada ventajoso.
Tras dos años de duro trabajo en el terreno COVID-19 y baños en la orillita, Sara ha podido reconducir su investigación al VIH-1: continúa en el lugar del mundo con mauyor densidad de canguros por metro cuadrado que personas gracias a una ayuda “Margarita Salas”. Combinando su experiencia en el campo de la interacción entre el VIH-1 y la célula con la adquirida en el del SARS-CoV-2, trabaja actualmente en la optimización del desarrollo y funcionamiento de las terapias de ARN contra el VIH-1, que se podría utilizar también contra el SARS-CoV-2. “La calidad de vida aquí es alta y las condiciones laborales, excepcionales. Aunque tuve mis dudas al inicio, a día de hoy puedo decir que es el ambiente laboral más sano en el que he trabajado en mi vida.”
REDACCIÓN Raquel Villar
DISEÑO Carla Garrido
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 12, Sección, Ciencia y Sociedad, Universidad de La Laguna