EL FILO DE LA NAVAJA
20 de enero de 2023 – 00:00 GMT+0000Compartir
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En el capítulo anterior, la ingenuidad o la pedantería me llevaron a plantear un conjunto de preguntas relacionadas, de muy difícil contestación. En lo que se refiere a cuándo surgió la vida (es decir, al establecimiento del momento exacto en que el material que consideramos inanimado sufrió la transformación que le dotaba de la propiedad de la animación), tal vez se trate de un reto imposible. La dificultad estriba en que se trata de un proceso continuo que se desarrolla a través de la auto-organización, y que incluye dos hitos evolutivos esenciales: la conquista de la autonomía y el descubrimiento de la reproducción. Si se evita la identificación de la fecha del origen la discusión puede desarrollarse en torno a la discusión de las características vitales. Así, frente a la vieja confrontación entre reduccionismo y complejidad, la única conciliación experimental viable consiste en estudiar ambos niveles: el elemental y el complejo, y hacerlo en ambos casos con una decisión integradora, pero sin entrar en el hecho de que por encima y por debajo de cada uno habrá otro, puede que en una sucesión infinita y circular. En el ámbito de la biología ese fue el planteamiento adoptado por el fisiólogo inglés Denis Noble en su libro The Music of Life, al abordar la cuestión planteada por Schrödinger años antes. De hecho, desde la visión conceptual de Noble, los avances metodológicos más reduccionistas y las aproximaciones de la biología de sistemas no son incompatibles, sino complementarios, para comprender la emergencia de la complejidad. Por otra parte, nada muy alejado de las ideas fundadoras de Claude Bernard en el siglo XIX acerca de la organización funcional de los organismos vivos.
Resulta sugestivo pensar que, en el proceso de emergencia de la vida en las unidades autónomas primitivas, el diálogo y el intercambio de información entre sus componentes elementales constituyó un factor crucial para el establecimiento de sistemas de comunicación robustos, que permitieran el control organizado de cada estructura y en cada nivel. En esa tarea están implicadas las iniciativas más avanzadas para conciliar la estructura molecular de la materia viva con el desarrollo de la complejidad. Dos ejemplos representativos lo constituyen el mapa completo de interacciones (el interactoma) y el Human Cell Atlas, que incluye el análisis de cerca de 500.000 células de 24 tejidos diferentes, y la caracterización molecular de más de 400 tipos celulares. En este sentido es particularmente instructivo el estudio de las células excitables, por ser aquellas en las que la comunicación entre sus componentes moleculares tiene un papel crítico en el control de sus propiedades funcionales. Evitando el problema de la fecha, cabe pensar que las primeras interacciones entre las moléculas constitutivas de la materia inanimada representarían las señales de retroalimentación, tan sencillas inicialmente como la regulación de la actividad enzimática por la acumulación del producto final en una reacción de síntesis. En esa dirección, se ha planteado que el efector elemental podría ser un mecanismo primitivo que gobernase la permeabilidad de la membrana y actuase como control fronterizo, lo que significaría el descubrimiento de la excitabilidad. A partir de ahí, y progresivamente, emergerían el metabolismo, la producción de energía, la capacidad de autoreproducción y la generación de variaciones heredables.
Pero volvamos al inicio de la discusión. ¿No estaría el potencial de todo ese proceso en los elementos constituyentes? Al fin y al cabo, sin la existencia de una varita mágica o la aplicación de un conjuro, parece un viaje que carece de origen definido y cuyo final no está cerrado. Un viaje en el que, siguiendo a Machado, se va a producir la transición de un estado de la materia a otro a través de un camino inexistente, que se inventa y se crea a cada paso. Si la materia viva está compuesta por partículas que lo son y no lo son, que laten inquietas como arte y parte de una sustancia indefinible, puede que la mente y el cosmos (por citar dos construcciones de complejidad y magnitud asombrosas) no sean otra cosa que una complicación creativa de un sustrato vacío y vibrante. Si no es posible asegurar la existencia de entidades físicas independientes, ni de organismos que funcionen al margen de los sistemas que los componen ni de los que, a su vez, los incluyen, tal vez la realidad sea una red de formas cambiantes y circunstancias enamoradas. Si el mundo exterior y el interior se intercambian relatos, se cruzan poemas y dialogan incesantemente con un simbolismo que se recrea a sí mismo en cada leyenda y en cada verso, es posible que la identidad entre la nada y el todo acabe teniendo una explicación sencilla y luminosa. Si el ritmo es una constante en la organización de la materia y de la vida, a través de un festival de interacciones que se celebra en cada átomo y en cada galaxia, en cada quark y en cada respiración, en cada proteína que vibra y en cada partícula que emite un latido, tan factible es que el universo se condense en un punto sin dimensiones o se expanda cíclicamente hasta alcanzar la levedad de lo absoluto, como que continúe soñando consigo mismo durante toda la eternidad. Porque, al final del día, seguimos sin saber qué hay al fondo del escenario, en esa región donde los objetos desaparecen y son sustituidos por procesos sin principio ni fin, burbujas de pensamientos que cambian a la velocidad de la luz, alas de mariposa invisibles que, al batir, ponen en marcha la ilusión de que estamos vivas.
AUTOR Larry Darrell
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 13, Artículo, Ciencia y Sociedad, Universidad de La Laguna