8 de marzo de 2023 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Cuando uno escucha la palabra “fósil”, a su mente llegan imágenes de dinosaurios, mamuts o pterodáctilos. A pesar de que estos animales fueron muy espectaculares, en el registro fósil existen evidencias tan interesantes como los mencionados. En este texto hablaremos de los icnofósiles, que a pesar de no ser tan conocidos, son invaluables para los paleontólogos, debido a que nos permiten conocer algunas condiciones ambientales y conductuales de los organismos que los produjeron.
En el lenguaje técnico, se define a las icnitas como las evidencias que un organismo deja en un sustrato, producto de una conducta particular. Son estructuras como huellas, pisadas, madrigueras o túneles, las cuales se produjeron por locomoción, forrajeo, vivienda o escape. Incluso los coprolitos (heces fecales fosilizadas) se consideran en esta categoría. Las icnitas, al igual que los organismos o sus partes, pueden fosilizar y conservarse por miles y millones de años; si es así, se les conoce como icnofósiles o fósiles traza.
Para que se forme un icnofósil es necesario un sustrato en donde pueda quedar registrado. Este sustrato puede ser una roca, el suelo, un trozo de madera o incluso otro organismo. Como ejemplos, podemos citar a las madrigueras de cangrejos que cavan en la arena de la playa, un escarabajo perforando la corteza de un árbol o bivalvos marinos que perforan las valvas de ostras.
Para los interesados en la vida en el pasado, los icnofósiles representan valiosas pistas que nos permiten inferir cómo era su productor y sus condiciones de vida. Por un lado, el registro fósil no conserva a la totalidad de los seres del pasado, ya que muchos de ellos no fosilizan. Los organismos de cuerpo blando, como insectos o gusanos, generalmente se pierden. A pesar de ello, sí podemos saber de su existencia por los icnofósiles que produjeron por distintas conductas, como la alimentación o la locomoción. Al estudiar una icnita, es posible inferir cuánto medía el productor o la forma de su cuerpo, y de esta manera aproximarnos a su identidad.
En la actualidad, los organismos habitan en distintos lugares con diversas condiciones de temperatura, humedad, presión, o tipo de sustrato, entre otras variables ambientales. En cada lugar también se pueden observar las huellas o trazas dejadas por estos organismos, como por ejemplo las galerías de un roedor, las pisadas de un venado, los excrementos de una zorra, las pisadas de un cangrejo sobre la arena de la playa o el rastro de un pepino de mar en una zona más profunda. Así, en distintas áreas del planeta podemos encontrar distintos conjuntos de rastros propios de un lugar y que serán distintos a los de otros lugares. Si estos conjuntos de huellas se entierran rápidamente, en un futuro pueden ser parte del registro fósil.
Los icnólogos (personas que se dedican a estudiar trazas) se dieron cuenta que las asociaciones son recurrentes a través del tiempo geológico, y que muchas de ellas también se encuentran en la actualidad. Al aplicar el principio del uniformitarismo (el cual dice que los procesos naturales que operan actualmente también operaron en el pasado) a los conjuntos de icnofósiles, es posible tener una idea de las condiciones paleoambientales en las que se produjeron.
Cuando las huellas o pisadas de los animales quedan preservadas en la roca a detalle, los paleoicnólogos pueden inferir ciertas características de la anatomía blanda de sus patas, que en el registro fósil de huesos no se pueden observar. Por ejemplo, unas huellas de camellos del Eoceno-Oligoceno de Oaxaca, al sur de México, presentan una impresión ovoide cóncava en cada dedo, la cual se interpreta como la huella dejada por un cojinete dactilar como el que se observa en los camellos y llamas actuales, así como unas impresiones triangulares en la parte delantera de cada dedo, interpretadas como la impresión de uñas. Esto indica que algunas de las características de los pies de los camellos que observamos actualmente ya estaban presentes en los camellos que caminaron por Oaxaca hace aproximadamente 33 millones de años.
Existen algunos rasgos de las huellas que permiten a los icnólogos conocer algunos aspectos del comportamiento que tuvieron los animales que las produjeron. Por ejemplo, la distancia entre huellas traseras y huellas delanteras, cambia a medida que un mamífero (como un perro) camina más rápido y pasa al trote, y cuando corre, generalmente solo queda marcada la parte anterior de sus patas, formando huellas incompletas.
En algunas ocasiones la forma y complejidad de las trazas de los organismos da pistas sobre su comportamiento social. Existen unas trazas de túneles y cámaras de unos roedores emparentados con las tuzas que quedaron preservados en estratos del Oligoceno temprano (hace aproximadamente 28 millones de años). Los túneles y cámaras son abundantes y tienen una disposición compleja en los estratos donde quedaron preservados, lo cual contrasta con las galerías simples que elaboran las tuzas modernas (familia Geomyidae). La complejidad sugiere que varios individuos participaron en la construcción de los sistemas de galerías fósiles, lo cual implica interacciones sociales y una conducta de cooperación entre los organismos (Figura 3). Por el contrario, las tuzas recientes tienen un comportamiento solitario, donde un solo individuo crea sus sistemas de túneles y cámaras.
En algunos grupos de roedores recientes se ha observado que cuando las condiciones ambientales son severas, como en lugares áridos, los roedores tienden a cooperar entre ellos para poder sobrevivir. Es probable que los roedores fósiles tuvieran un comportamiento al menos parcialmente gregario, debido a que en el área donde están preservadas las galerías fósiles se ha inferido que el clima era también árido.
Las icnitas de los organismos extintos representan una oportunidad para conocer aspectos de los organismos que las produjeron que no siempre se pueden determinar a partir del registro fósil directo (partes de los propios organismos), por lo que su estudio y protección son fundamentales para un mejor entendimiento de la paleobiología de las especies del pasado.
Agradecimientos. Este texto es parte de los resultados del proyecto 2IR2202, financiado por la Universidad del Mar.
AUTORES Rosalía Guerrero-Arenas y Eduardo Jiménez Hidalgo
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Numero 14,, Artículo, Ciencia y Sociedad, Universidad de La Laguna