miércoles 23 de diciembre de 2020 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Salvo que cada cual acepte la explicación de su credo, inevitablemente ambigua y sesgada, no existe explicación verificable del origen del universo manifiesto como expresión del paso sutil de la nada al algo. Sin embargo, la observación y la investigación científica han demostrado que, independientemente de cuándo y cómo se haya iniciado el proceso, el universo se ha desarrollado desde niveles ínfimos y potencialmente inexistentes de organización, elevando progresivamente su grado de complejidad . Exceptuando que el desenvolvimiento de ese universo responda a un plan prefijado y susceptible de ser identificado mediante la investigación, ello implica que una parte de la realidad que tratamos de conocer aún no existe, y las preguntas necesarias para su comprensión final ni siquiera han sido imaginadas, lo que introduce un claro factor de incertidumbre. Pese a ello –y puede que el propio inicio de la aventura tenga algún significado–, lo intentamos como si un impulso aún mal definido tirara incansablemente del hilo.
Aceptando que ese sistema complejo que constituye el objeto del conocimiento está compuesto por elementos interconectados, la ciencia ha abordado su estudio a través del análisis de las partes y de sus relaciones. Sin embargo, incluso limitándonos a niveles relativamente simples y cercanos, como es el ámbito de los seres vivos, ello exige contestar a diferentes cuestiones metodológicas y teóricas. ¿Cómo integrar la inmensa información existente sobre la naturaleza? ¿Cómo ajustar sus capacidades complementarias para que el conocimiento disponible sobre la estructura de la materia, las bases a partir de las cuales aparecen, se reproducen y se desarrollan funcionalmente los organismos vivos, se integren en una explicación coherente? ¿Cuál es el papel en ese proceso, si es que lo tiene, de lo desconocido, de lo que aún está por descubrir? ¿Cómo traspasar los diferentes niveles de observación y análisis que permitirían entender el funcionamiento de los seres vivos, sus interacciones sociales y su relación con el entorno ambiental en el que sobreviven, al que transforman y que los transforman en una acción recíproca de evolución incierta? La dificultad no solo radica en el conflicto entre el avance tecnológico, los intereses asociados al mismo –probablemente dotados de ideología y de pulsión religiosa– y el progreso del conocimiento, con ritmos, velocidades y condicionamientos muy diferentes, sino que refleja la carencia de un lenguaje que, en lugar de actuar como barrera impermeable, permita el diálogo permanente, no solo entre científicos procedentes de disciplinas diferentes, sino entre individuos y sectores con tradiciones culturales diversas.
La especialización, el avance metodológico y la profundización en las cuestiones más hondas de cada disciplina científica incluye el riesgo de generar una separación aún mayor entre dichas disciplinas, las cuales, en su afán de conocer más de cada aspecto focalizado de la realidad, acaban subdividiéndose. Es decir, la ciencia se fragmenta progresivamente a medida que aumenta el conocimiento de cada fragmento, como consecuencia de lo que Henry Atlan denominó «reduccionismo fuerte». En lo que se refiere, por ejemplo, al estudio de la materia vivay al intento de comprensión de sus últimos niveles de complejidad, el desarrollo de nuevos métodos de análisis amplía enormemente la capacidad de estudiar cada componente aislado –partículas elementales, átomos, moléculas, macromoléculas, células, órganos, sistemas, etc.–, lo que permite definir con detalle esos niveles, sus interacciones y su capacidad de organizarse en estructuras de un nivel superior. Paralelamente, el conocimiento cada vez más profundo de cada particular zona de la realidad provoca que, antes o después, se desarrolle una nueva disciplina especializada, lo que tiene dos consecuencias inmediatas: la reducción de la distancia entre las disciplinas circundantes y la creación de dos fronteras de separación donde previamente había una.
El reconocimiento de este fenómeno y la constatación de que la complejidad constituye un elemento esencial de la realidad, desde la física a las ciencias sociales , pasando por la biología , ha producido intentos serios de enfrentarse a ello, aunque la conclusión es aún que parece resultar imposible acceder a la observación y el análisis simultáneo de todos los niveles implicados en un determinado fenómeno con el mismo grado de precisión. Volviendo a un ejemplo biológico, se dispone de suficientes evidencias de que la base de la cognición , incluidos sus aspectos morales, reside en el cerebro y se expresa a través de las conexiones entre millones de células nerviosas . Sin embargo, la distancia entre lo que conocemos del funcionamiento de dichas células, sus interacciones y las funciones altas del cerebro humano es aún enorme, y constituye un territorio en el que la filosofía, la neurofisiología y la psicología no han hecho avancesde éxito en los intentos por entenderse. La consecuencia es que la imagen que tenemos de la realidad, en cualquiera de los escenarios en que la observamos e intentamos analizarla, es una reconstrucción teórica y mental de representaciones que proceden de aproximaciones metodológicas diversas. Obviamente, lo que sufre la fragmentación no es la realidad, sino el conocimiento que tenemos de ella, es decir, una visión determinada y construida antrópicamente.
Todo esto justifica que, en su aproximación al conocimiento de la realidad, la investigación científica –sin entrar en disquisiciones de hasta dónde alcanza este concepto– tiene que incorporar ideas que trascienden el reduccionismo clásico, y que en modo alguno resolvía el relativismo posmoderno, que podrían resumirse como sigue:
En cualquier caso, el abordaje de la complejidad requiere nuevos marcos teóricos y metodologías inspiradas. En este sentido, Jorge Wagensberg sugirió que podrían existir tres formas puras de conocimiento: el científico, el revelado y el artístico, resultando el conocimiento real de «la superposición ponderada de los tres», una visión no muy alejada de la afirmación de Richard Feymann al señalar que «la ciencia es difícil porque requiere mucha imaginación». Es posible, además, que pueda resultar mucho más divertida si se rompen las barreras entre los buscadores del conocimiento, se suavizan las jergas y se organizan orgías interdisciplinares.
REDACCIÓN DANIEL ALONSO
Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 7, Artículo, Ciencia y Tecnología, Larry Darrel