miércoles 23 de diciembre de 2020 – 00:00 GMT+0000
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Vivimos una crisis mundial, en la que una nueva enfermedad infecciosa es la gran protagonista. La COVID-19, resultado de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2, centra toda nuestra atención, y con razón. Sin embargo, probablemente, hasta que no llegó esta pandemia, la principal amenaza de salud pública a la que nos enfrentábamos (y nos seguimos enfrentando), es la pérdida de eficacia de los antibióticos por la aparición de bacterias resistentes. Sin duda, aunque ahora esté relegada a un segundo plano, la rápida expansión de la resistencia bacteriana a los antibióticos se considera uno de los grandes desafíos de salud global del siglo XXI. Esto no debe sorprender. A mediados del siglo pasado, en 1945, el archiconocido Sir. Alexander Fleming, en su discurso de aceptación del Premio Nobel por el descubrimiento de la penicilina ya vaticinó que “existe el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”.
En la década de los años 40 del siglo XX, en la que Fleming ya alertaba de este riesgo, la introducción de los antibióticos en la práctica clínica supuso una de las intervenciones más importantes para el control de las enfermedades infecciosas. El éxito fue de tal magnitud, que en los años posteriores algunos atrevidos pronosticaron, erróneamente, el final de dichas enfermedades. Y, efectivamente, los antibióticos permitieron tratar numerosas enfermedades causadas por infecciones bacterianas como la lepra o la tuberculosis. Las bacterias son eficazmente atacadas por los antibióticos, específicamente dirigidos contra ellas. Sin embargo, estos fármacos no ejercen efecto alguno sobre los virus que, aunque también son microorganismos, poco o nada se parecen con aquellos. Tanto es así, que los antibióticos no tienen ninguna utilidad si lo que pretendemos es acabar con un virus, entre los que se incluye, por supuesto, el SARS-CoV-2.
Los antibióticos son los fármacos que, quizás en mayor medida, han transformado la medicina moderna. Actualmente juegan un papel fundamental en el tratamiento de innumerables infecciones que en el pasado eran responsables de una gran mortalidad. Además, hoy en día sería imposible la realización de muchos de los procedimientos médicos rutinarios como las operaciones quirúrgicas, la realización de los trasplantes de órganos o los tratamientos de quimioterapia, sin el empleo de antibióticos eficaces.
Desafortunadamente, el surgimiento y la rápida propagación de bacterias resistentes están llevando a una rápida e imparable pérdida de eficacia de estos valiosos fármacos. Una bacteria se hace resistente cuando es capaz de esquivar el efecto letal del antibiótico que antes era efectivo. En ocasiones surgen bacterias multirresistentes, que se han convertido en “invisibles” para varios de los antibióticos que se emplean habitualmente para combatirlas. Debido a su gran resistencia, en ocasiones nos referimos a ellas como “superbacterias”, las cuales incluso pueden llegar a ser resistentes a todos los antibióticos disponibles en el arsenal terapéutico. La aparición de resistencias en las bacterias es un fenómeno natural, fruto de los mecanismos evolutivos de adaptación de estos microorganismos, que se reproducen a una velocidad de vértigo, en algunos casos cada 20 minutos. En cada división celular, de la que surgen nuevas bacterias, se crea una oportunidad para generar resistencias ya que algunas de las bacterias descendientes han podido “aprender” cómo evitar la acción del antibiótico. Estas resistencias adquiridas pueden a su vez transferirse de unas bacterias a otras, contribuyendo así a su rápida expansión. Los seres humanos hemos contribuido en gran medida a empeorar la situación. Durante décadas hemos hecho un uso inapropiado y, en ocasiones excesivo, de estos fármacos, no solamente en el entorno clínico, sino también en salud animal. Nuestro consumo irresponsable de antibióticos ha acelerado la aparición y dispersión de las resistencias.
Este despropósito, aparte de imperdonable, es de tal magnitud, que actualmente se estima que fallecen en el mundo 700.000 personas al año debido a infecciones ocasionadas por bacterias resistentes. Para empeorar aún más esta situación, el descubrimiento y desarrollo de nuevos antibióticos eficaces, muy necesarios debido a la pérdida de eficacia de los antibióticos disponibles, se ha visto ralentizado en las últimas décadas. A esta situación se ha venido a sumar el elevado consumo de antibióticos durante la primera oleada de la pandemia de la COVID-19; datos presentados recientemente con motivo del Día Europeo para el Uso Prudente de los Antibióticos 2020. Algunos estudios muestran que hasta el 95% de los pacientes ingresados por la COVID-19 estaban siendo tratados con algún antibiótico. De hecho, es relativamente frecuente que al mismo tiempo que se produce una infección vírica o posteriormente a la misma (como en el caso SARS-CoV-2) se produzcan infecciones bacterianas, las cuales son susceptibles de ser tratadas con antibióticos. En el caso de la COVID-19, no se ha constatado que dichas infecciones bacterianas sean frecuentes, así que probablemente el uso excesivo de antibióticos que se llevó a cabo al inicio de la pandemia no tuvo justificación. Con seguridad, esto tendrá un impacto negativo en la resistencia a los antibióticos; algo a lo que solamente el tiempo nos dará la respuesta.
Con toda probabilidad conseguiremos superar al SARS-CoV2 y la pandemia de la COVID-19 pasará a la historia, como otras que la precedieron. La población mundial se ha puesto manos a la obra, pero ha sido necesario llegar a un escenario preocupante para ser conscientes de la gravedad de la situación y actuar. La otra, la pandemia silenciosa de la resistencia a los antibióticos, avanza sin hacer demasiado ruido, sin llamar la atención de la sociedad. Tristemente, parece que tiene que explosionar (si no lo ha hecho ya) para alcanzar el protagonismo y hacernos despertar. No hay tiempo que perder, el problema de la resistencia a los antibióticos debe ser tenido en cuenta antes de tener que lamentarnos y de que sea imposible volver atrás. Conviene recordar la palabras de ese visionario ignorado, Sir. A. Fleming, pronunciadas hace 75 años.
REDACCIÓN EDUARDO PÉREZ ROTH
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 7, Artículo, Biomedicina y Salud, Eduardo Pérez Roth, Universidad de La Laguna
Su actividad investigadora se ha enfocado al estudio de microorganismos resistentes a los antibióticos y la búsqueda de moléculas con propiedades antibióticas. Ha participado en diversos proyectos relacionados con la microbiología clínica, genética microbiana, epidemiología molecular y búsqueda de moléculas con propiedades antimicrobianas. Además, es revisor de artículos científicos para Journal of Antimicrobial Chemotherapy, Annals of Clinical Microbiology and Antimicrobials, entre otras.
Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética
eperroth@ull.es