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La Ciencia contra la desertificación

 
miércoles 23 de diciembre de 2020 – 00:00 GMT+0000 
Jonay Neris, Carmen Jiménez y Marisa Tejedor..
 

Son lugares evocadores, paisajes inspiradores. Grandes autores como Paul Bowles en “El cielo protector», Antoine de Saint-Exupéry con «Tierra de hombres» o Michael Ondaatje en «El paciente inglés”, eligieron este entorno natural para hacer volar nuestra imaginación. Nos regalaron grandes historias en las que sus personajes padecían las inclemencias del desierto, pero al mismo tiempo, expresaban su admiración por estos territorios de arenas casi pseudoinfinitas.

Pese a la fascinación que inspiran, los desiertos paisajes que amenazan con extenderse más allá de sus límites. El cambio climático, la escasez de lluvia y el aumento de las temperaturas están convirtiendo, con la complicidad humana, verdes prados en ocres llanuras, con las consecuencias medioambientales que esto conlleva.

Según la convención para el combate de la desertificación de Naciones Unidas, “cada segundo, se degrada un área de tierras sanas equivalente a cuatro campos de fútbol, lo que suma 100 millones de hectáreas cada año, una extensión del tamaño de Egipto”. El lema que ha elegido la ONU para conmemorar el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, que cada 17 de junio recuerda la seriedad de este problema con multitud de implicaciones desde las económicas hasta las demográficas, es “Unidos por la tierra: Nuestro legado. Nuestro futuro”. Este año también se conmemora el 30 aniversario de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), que es el único tratado internacional jurídicamente vinculante sobre la gestión de tierras y una de las tres Convenciones de Río, junto con las de cambio climático y biodiversidad.

La Universidad de La Laguna tiene una dilatada experiencia en el estudio de los suelos (Edafología) y en la elaboración de trabajos destinados a detener y mitigar los efectos de la desertificación. El grupo de investigación “Recursos de suelos y aguas”, dirigido por la catedrática emérita del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología Marisa Tejedor, lleva décadas volcado en la investigación y análisis de los suelos insulares, aportando un conocimiento inédito en este ámbito. Una de sus principales preocupaciones ha estado centrada en detener el avance, lento pero inexorable, de las zonas áridas debido al efecto humano.

Marisa Tejedor.

Marisa Tejedor.

Desertificación y desertización, que no es lo mismo

Son dos conceptos que se suelen utilizar como sinónimos, pero no lo son. La profesora emérita lo aclarar porque “existe mucha confusión”. Así, la desertización es un proceso natural mientras que en la desertificación “la mano del ser humano está detrás”, un matiz nada baladí. Así, al ser la desertización un fenómeno ajeno a la acción antrópica, poco se puede hacer, mientras que sobre su compañera semántica, la desertificación, sí es posible actuar. Por este motivo, para intentar frenar la acción humana sobre este proceso, la comunidad internacional ratificó en 1994 el tratado que este año cumple tres décadas y que pretende lograr la neutralidad en la degradación de las tierras para 2030, algo que afecta directamente a unos 500 millones de personas.

Las cifras no generan ningún tipo de duda sobre la seriedad del problema y su relevancia mundial. Como comenta la profesora, el 46% de la superficie del planeta corresponde a zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Estas áreas son aquellas donde la proporción entre la precipitación anual y la evapotranspiración potencial está comprendida entre los factores 0,05 y 0,65. O sea, aquellos lugares donde llueve poco y hace mucho calor. Según los estudios que ha realizado el grupo “Recursos de suelos y aguas”, el 80 % de la superficie de Canarias está en grave riesgo de sufrir desertificación. “No todas las islas tienen el mismo riesgo de sufrir el proceso, existen claras diferencias entre las islas orientales y occidentales”. Donde entrarían la totalidad de Lanzarote y Fuerteventura, una gran parte de Gran Canaria, zonas de La Gomera y sur de Tenerife. La península ibérica también tiene zonas muy áridas situadas al este de Andalucía y al sur de la Comunidad Valenciana.

Diversos estudios del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico cifran en el 75 % de la superficie española en riesgo de desertificación, lo que significa que, a grandes rasgos, afecta a todo el país excepto los territorios cantábricos y parte de los Pirineos. Si observamos un mapa de la pluviometría media de España junto con otro de aridez, veríamos que casan casi a la perfección. “Es una cuestión de saldos, entre la lluvia que cae y la que se evapora”, recuerda Tejedor.

La importancia del riego

Como detrás de la desertificación está la actividad humana, no todo depende de la cantidad de agua que llueva, ciertas acciones provocadas por las personas aceleran la aridez del terreno, como la deforestación, los incendios, el sobrepastoreo, la agricultura intensiva, el abandono de cultivos tradicionales o el manejo inadecuado del riego.

Curiosamente, el manejo de los sistemas de riego está detrás de buena parte de la degradación de los suelos de las islas. Parece contradictorio que un lugar se convierta en árido como consecuencia de regarlo, aunque sea mal. Pero la realidad es tozuda y los estudios que ha realizado Carmen Jiménez, profesora titular del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología, así lo atestiguan. En un contexto donde la única fuente de suministro de agua tiene que pasar por los recursos “alternativos” como el agua depurada, donde los recursos hídricos naturales no pueden satisfacer la sed de los campos, el cuidado de la calidad del agua se manifiesta fundamental. Un mal tratamiento del agua regenerada podría esterilizar los suelos y convertir una solución en un quebradero de cabeza.

Una de las líneas en las que trabaja la profesora desde hace muchos años es en la de caracterizar las aguas desalinizadas y regeneradas. Han medido el impacto que tiene el uso de estas aguas, prestando mucha atención a la acción de las sales, que es un síntoma de la baja calidad que puede tener el agua. De sus trabajos en Lanzarote, Fuerteventura y Tenerife, se observa una mejora en la calidad del agua, indiscutiblemente derivada del desarrollo tecnológico de las depuradoras y desaladoras. En este sentido, la investigadora lo ha podido comprobar in situ. “Yo recuerdo que cuando comenzamos a trabajar el agua olía mal, y los agricultores, lógicamente, no querían saber nada de ella”. Pero ¿Qué hacemos con la salinidad?

En islas como Lanzarote y Fuerteventura la mayoría del agua proviene de agua de mar “manteniendo niveles altos de cloruros y sodio”, por lo cual los suelos se están salinizando a “pasos agigantados”. El manejo del riego, destaca Jiménez, es también un factor muy importante, pues la degradación del suelo no es la misma utilizando riego por goteo, el que menos, o riego por manta, el que más. “Afortunadamente ya casi todos los cultivos usan riego por goteo”. Sobre la calidad del agua de las depuradoras y desalinizadoras, Marisa Tejedor es tajante: “ese es nuestro futuro, o mejoramos la calidad de las aguas desaladas y regeneradas o la agricultura de Canarias no tendrá futuro, estamos obligados a utilizar esas aguas”.

Carmen Jiménez.

Carmen Jiménez.

La agricultura tradicional al rescate

Antes de las desaladoras, antes de las depuradoras, los agricultores ya cultivaban en Canarias. Ante la imposibilidad de recurrir a otra fuente de agua que no fuera la que caía del cielo, aprendieron a exprimir cada gota del líquido elemento, convirtiéndose en expertos en aprovechamiento y su legado está siendo rescatado. ¿Cómo mejorar la captación de agua y aumentar la humedad del suelo? La solución estaba en el volcán. Los antiguos agricultores de las islas aprendieron que extendiendo ceniza volcánica (jable, picón o zahorra) sobre los cultivos, se mejoraba el rendimiento.

Jiménez pone el ejemplo de La Geria, en Lanzarote. Un lugar destinado al cultivo de la vid que produce unos vinos muy cotizados en todo el mundo. Este sistema “es capaz de aprovechar al máximo la poca lluvia que llega, evita los problemas de erosión, lava los suelos y controla la temperatura de la superficie”. Otro uso tradicional destinado a la captación de agua son las gavias, sistemas de muros que se utilizan para aprovechar el agua de las escorrentías de barrancos.

Las investigadoras han podido comprobar experimentalmente las bondades de este sistema de arenado. En la isla de Fuerteventura han cubierto de picón suelos “completamente degradados, absolutamente salinizados, inviables para el cultivo”. Después de añadir esta cobertura volcánica de unos centímetros, dejaron pasar un año y analizaron el suelo en busca de cambios. Transcurridos solo 12 meses “en los primeros 30 centímetros ya había bajado el nivel de salinidad suficiente como para el cultivo, solo en un año”. Según cuentan, la administración ha captado el mensaje y en estos momentos se están restaurando estos “arenales” para recuperar el legado agrícola de nuestros antepasados.

El abandono de la agricultura es uno de los catalizadores de la desertificación. La huida histórica del campo hacia la industria del turismo y el sector terciario ha convertido en eriales zonas que antaño estaban cultivadas. Las plantas, sean cuales sean, protegen el suelo. Lo peor que le puede ocurrir a una superficie es quedar despoblada y expuesta a las inclemencias del tiempo. “Cualquier cobertura que se haga del suelo, bienvenida es”. En este sentido, se ha experimentado con la introducción de plantas con capacidad para crecer en terrenos degradados y que, además, son de interés para la generación de Biodiésel.

El problema de los incendios forestales

A la escasez de lluvia, aumento de la salinidad de los suelos y abandono de la agricultura, hay que unirle los incendios forestales, aunque es muy probable que todos estos factores se retroalimentan unos a otros. Jonay Neris es profesor ayudante doctor del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología y ha dedicado buena parte de su carrera a investigar los efectos de los incendios forestales en los suelos.

Jonay Neris.

Jonay Neris.

Cuando se desencadena un incendio forestal el público no suele reparar en sus efectos en el suelo: se habla de las especies de animales y plantas afectadas, si ha sido un fuego de copa o de cuarta generación, pero no se suele poner el foco en los efectos del fuego en el suelo pese a que es un factor que marcará el futuro del bosque en las próximas décadas. “Seguramente no reparamos en el suelo porque no es tan impactante, lo primero que vemos cuando visitamos una zona quemada son los árboles quemados. Además, normalmente la sociedad sabe muy poco de suelos”. Pero se trata de la base del sustento de las plantas, sin él no habría árboles, como recuerda el investigador.

Teniendo en cuenta que un centímetro de suelo tarda cientos de miles de años en formarse, los efectos de un incendio pueden dar al traste con esta estructura en cuestión de días. El fuego afecta a la superficie directa e indirectamente, nos explica el investigador. Directamente, lo hace afectando a la materia orgánica que agrega el suelo, dándole su estructura y propiedades físicas. Cuando se produce el incendio, se pierde esa materia orgánica, convirtiéndolo solo “en un conjunto de partículas minerales que ya no tendrán las mismas propiedades que antes”. Unos suelos que pueden verse más o menos afectados dependiendo del tipo de incendio que se produzca. Desde fuegos donde arden las copas de los árboles hasta los incendios que se propagan por el interior del suelo, su afectación y posterior recuperación son distintas. “Estos últimos pueden tardar mucho tiempo en extinguirse, el suelo puede arder durante meses”.

Si bien los peores efectos los provoca el fuego, el incendio desencadena otra serie de procesos que, de manera indirecta, lo afectarán en el futuro cercano. Este problema se llama erosión. Cuando se apaga el incendio nos olvidamos del bosque, y es en ese momento, en invierno, cuando comienza a padecer una grave afección, casi tan grave como el producido por el fuego. “Con las primeras lluvias comienzan las escorrentías y todo ese suelo se transporta a otros lugares, teniendo un impacto no solo donde se quemó, por pérdida, sino también aguas abajo afectando a infraestructuras”. Para mitigar estos efectos, que convierten al suelo en impermeable, se realizan varias actuaciones que ayudan a la supervivencia de la superficie. Coberturas vegetales o instalación de barreras en zonas de pendientes intentan dar una nueva oportunidad al suelo y evitar su rápida degradación.

No perdemos la oportunidad de preguntarle a Neris sobre el estado de los suelos en las zonas recientemente afectadas por el incendio en Tenerife. “Todos los tratamientos de urgencia se han aplicado, nosotros, paralelamente hemos instalado una serie de parcelas para realizar un control de la erosión, aún no tenemos datos definitivos, pero sí hemos observado que ha habido eventos erosivos y en cuanto a la recuperación aún es pronto para evaluarlo, aunque hemos observado que en las zonas donde el incendio fue muy severo, el suelo se ha recuperado muy poco”.

NOTA: Este reportaje es una iniciativa enmarcada en el Calendario de Conmemoraciones InvestigaULL, proyecto de divulgación científica promovido por la Universidad de La Laguna.

REDACCIÓN Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (Cienci@ULL)

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