miércoles 29 de mayo de 2024 – 07:56 GMT+0000Compartir
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Alicia se encuentra frente al espejo, con su mente llena de curiosidad sobre lo que existirá dentro de él. Mientras fantasea con lo que podría encontrar más allá del espejo, Alicia se sorprende al darse cuenta de que puede atravesarlo y explorar el mundo que late al otro lado. Según navega en este mundo onírico, Alicia ve cómo cada uno de los personajes del otro lado del espejo se desenvuelve con soltura y anticipándose a lo que acontece. Aquello que en un principio era un espejo, vemos que contiene un mundo más rico y complejo, con sus propias normas.
El mundo del espejo se ha usado clásicamente como analogía de la representación de adentrarnos en la perspectiva de otra persona. Para las personas que han desarrollado la empatía y trabajan con ella, normalmente no les supone esfuerzo comprender las relaciones y la navegación social. La investigación en psicología busca operativizar los mecanismos de ese conocimiento intuitivo de la empatía; explicar qué es, predecir su impacto y enseñar a trabajar con ella. Desde la mirada de Alicia, el mundo que se pone al revés puede resultar sorprendente, confuso o desafiante al principio. Y al igual que Alicia aprende a explorar y entender este mundo alternativo, vamos a explorar con ojos ingenuos las aportaciones de la neurociencia cognitiva a los mecanismos implicados en los procesos empáticos y, particularmente, a la fascinante capacidad de compartir emociones de forma automática.
La relación entre espejos y empatía como metáfora quedó sellada por la neurociencia en los años 90, cuando el equipo de Giacomo Rizzolatti exploraba la función de la región F5 del cerebro de monos macacos. Esta región en el lóbulo frontal ha sido asociada clásicamente a los movimientos de la mano dirigidos a un objetivo, como agarrar, sostener y desgarrar. En un momento determinado, mientras uno de los experimentadores estaba ordenando un escenario que incluía varios objetos, la región frontal F5 del atento macaco que observaba la escena empezó a responder. La serendipia se completó cuando los investigadores descubrieron que la corteza monitorizada en córtex premotor no respondía por separado a la percepción de una acción, o a un objeto. Únicamente respondía en presencia simultánea de una acción y su objetivo específico, sugiriendo que representan el propósito del movimiento. Años más tarde, este descubrimiento fue un pilar central de la revisión en Annual Reports on Psychology que llevó un título tan simple y conocido, “El sistema de Neuronas Espejo”. Esta revisión puso el foco en nuestras relaciones con el medio bajo una hipótesis muy sugerente: entender el comportamiento de otros implica traducir las acciones que observamos al lenguaje neuronal de nuestras propias acciones.
Pero no solo resuenan en nuestras propias neuronas las acciones que observamos. Al igual que las neuronas espejo en el cerebro se activan tanto al realizar una acción como al observar esa misma acción en otros, nuestras respuestas emocionales también se reflejan al percibir las emociones de otros. Por medio de la electromiografía facial, la investigación ha demostrado que cuando se presentan imágenes de caras mostrando distintas expresiones emocionales, la respuesta facial del observador tiende a imitar la expresión observada. Sutiles respuestas musculares nos indican que percibir la expresión facial de otra persona genera en el observador un estado afectivo incipiente, una emoción de baja intensidad que simula el estado emocional de la persona observada. Mediante esta resonancia afectiva, somos capaces de comprender de forma inmediata e intuitiva las emociones de los demás. Esta activación automática nos permite comprender y replicar movimientos físicos, también experimentar y compartir estados emocionales, facilitando una comprensión más profunda y empática de los demás. De alguna forma, vivimos y compartimos la emoción de otra persona a partir de su simulación en nuestro propio cerebro.
Dentro del complejo reto de comprender las emociones propias y ajenas, un potente conector de toda la humanidad lo constituye la experiencia de sufrimiento. Ya sea por pérdidas, dolor físico o desafíos emocionales, todos atravesamos momentos difíciles en nuestras vidas. La neurociencia cognitiva ha descrito que en el procesamiento del dolor propio existe una especialización neurobiológica sutil, varias zonas del cerebro colaboran en lo que se llama matriz del dolor, para procesar de forma distintiva ciertos aspectos del dolor. En un estudio clásico, le pidieron a los participantes que metieran la mano en agua muy caliente mientras se registraba la señal PET. En los participantes a los que se pedía focalizar en el procesamiento sensitivo del dolor, se pudo observar activación asociada a la corteza somatosensorial; mientras que en los participantes que atendían a un procesamiento afectivo y motivacional de la percepción de dolor, la activación se generó en la corteza cingulada anterior.
Como imagina el lector a estas alturas, la observación de dolor en otras personas activa estructuras cerebrales compartidas a las implicadas en las propias experiencias emocionales negativas y dolor. Sin embargo, sentir el dolor de otros y el de uno mismo no es exactamente lo mismo. Para comprender el dolor ajeno, adoptamos la perspectiva del otro; se activan circuitos neurales comunes que destacan la experiencia en primera persona y estructuras específicas en la corteza frontal relacionadas con funciones ejecutivas, como el control inhibitorio. Esta especialización conduce a importantes consecuencias respecto a si esa observación va a desencadenar preocupación empática o malestar personal. Esta capacidad es particularmente importante cuando observamos el malestar de otros, dado que una fusión completa con la otra persona daría lugar a confusión acerca de quién está experimentando las emociones negativas, y, por tanto, nos llevaría a una confusión de quién necesita ayuda o apoyo. Conforme a estos hallazgos, se ha concluido que los lóbulos frontales desempeñan la función de separar las perspectivas. Investigaciones recientes han identificado también a la unión temporoparietal derecha, que desempeña un papel decisivo en la autoconciencia y el sentido de agencia, percepción de control sobre nuestras acciones, mecanismos esenciales para distinguir perspectivas y pilotar eficazmente las representaciones compartidas entre el yo y el otro.
En resumen, la investigación más reciente en neurociencia social señala que los componentes afectivos, cognitivos y regulatorios de la empatía implican circuitos neurales interactivos. Los aspectos cognitivos de la empatía, como la comprensión de las emociones y la regulación emocional, están estrechamente relacionados con procesos involucrados en la toma de perspectiva, la autorregulación y la atención ejecutiva asociada al córtex prefrontal medial, el córtex prefrontal dorsolateral y la unión temporo-parietal; áreas involucradas en la cognición social. Por lo tanto, la empatía implica no solo sentir lo que el otro podría estar sintiendo, sino también inferir lo que el otro podría estar pensando. De alguna forma, a diferencia de lo que popularmente decimos, los procesos empáticos precisan de no sufrir como la otra persona está sufriendo, sino comprender su sufrimiento desde la perspectiva que cada uno tiene en una situación determinada.
Adentrarnos en los espejos con los que nos encontramos al identificar los sentimientos de otras personas nos conduce a trascender al simple reflejo y crear una realidad nueva, diferente, a partir de ese reflejo. Esta idea de comprensión y distinción de perspectivas se ilustra claramente en las aventuras de Alicia cuando vuelve del otro lado del espejo. Alicia reflexiona sobre sus vivencias, y admite que las dos realidades que conoce se encuentran tan entrelazadas que resultan prácticamente indistinguibles, “El Rey Rojo fue parte de mi sueño, pero también es cierto que yo formé parte del suyo”. El sistema de espejos es una herramienta que revela mucha información del mundo exterior; pero, al igual que en los espejos, requiere mantener nuestra propia perspectiva. Implica un compromiso profundo con el proceso de entender y situarse en el lugar de otro, sin renunciar al mismo tiempo a conservar nuestro propio lugar. Es desde este punto de encuentro que se produce en nuestro cerebro desde donde verdaderamente logramos establecer una conexión genuina con los demás.
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Doctora por la Universidad de La Laguna con la tesis Dependencia contextual de la infrahumanizacion 2008. Dirigida por Dr. Armando Rodríguez Pérez.
Psicología Cognitiva, Social y Organizacional
ndelgado@ull.es
Doctor por la Universidad de La Laguna con la tesis Procesos neurológicos implicados en la perspectiva del yo durante la comprensión del lenguaje 2017. Dirigida por Dr. Manuel de Vega Rodríguez, Dr. David Beltran Guerrero, Dra. Inmaculada León Santana.
cacojime@ull.es