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En el jardín de Ockham

Podar mirando la Luna, un error

miércoles 13 de noviembre de 2024 – 07:56 GMT+0000
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Hay creencias relacionadas con las pseudociencias que no aguantan un pase. Aquí ya he hablado de muchas de ellas. Las piedras milagrosas, los curanderos, el poder de las pirámides o las visitas extraterrestres. Estos dogmas son incubados por un irreductible número de creyentes, personas que tienen en la aceptación de este tipo de creencias su modo de vida. Sin embargo, existen otras creencias, igual de pseudocientíficas, que sobreviven en el ambiguo mundo de las tradiciones y las costumbres. Que una creencia se remonte al principio de los tiempos no la convierte en mejor que otra que nació la semana pasada. Es más antigua, solo eso. Por esto, este tipo de supercherías que se enraizan en la tradición de los pueblos son investigados por la sociología y la antropología, y por todos aquellos amantes del legado etnográfico de un lugar. Tratar de dar verosimilitud a cualquiera de estas reminiscencias es una temeridad. 

El presentismo inverso

Es muy común, y con razón, que cuando alguien critica las actitudes y fechorías de personas del pasado, salgan en su defensa voces críticas esgrimiendo el presentismo. Esto quiere decir que no podemos juzgar hechos del pasado con nuestro constructo social y psicológico de hoy en día. Hace muchos siglos el valor por la vida, el concepto de quién era una persona y quién no o sus cataduras éticas eran muy diferentes a las de ahora. Por eso, por ejemplo, no tiene sentido llamar criminal de guerra a Atila o Aníbal. Esto que es razonable, sin embargo no se extiende con tanta facilidad a las creencias, ritos y costumbres de la antigüedad.

Antes de la llegada del método científico las personas se las apañaban como podían. En ausencia de sanidad, pues se las arreglaban con rezos y mejunjes de plantas. Ante la falta de una predicción meteorológica buscaban señales en la naturaleza, y ante la incertidumbre en el futuro, miraban a las múltiples mancias que se han inventado. Por eso existen las cabañuelas y las creencias que relacionan la agricultura con la Luna.  Pretender predecir el tiempo interpretando el baile de las hormigas o mejorar la cosecha guiándose por las fases de la Luna es, en estos tiempos, simplemente una pérdida de tiempo.

Podar mirando a la Luna

Reconozco, con pudor, que esta creencia tiene una alta penetración, no solo en el ámbito rural, también entre los que tienen la encomienda de educar a los futuros ingenieros agrónomos. Sí, la creencia de que la Luna influye en los cultivos también se enseña en algunas universidades. Lo curioso es que esta creencia se basa en varias premisas que son ciertas en parte, pero no hay mayor mentira que una verdad a medias. Veamos qué dicen los que defienden esta teoría.

Los agricultores amantes de la Luna se centran en la creencia de que el flujo de la savia de la planta se ve alterado por la Luna. Lo cierto es que existen ambas cosas, existe la Luna y la savia que fluye por las plantas, a partir de aquí todo es ficción. En esta publicación sobre el mundo de los olivos lo explican bien: “En la agricultura, se considera que la luna contribuye al desarrollo, germinación y fructificación de los cultivos. Según las fases lunares, se ven afectadas algunas etapas de desarrollo en la agricultura como son el flujo de savia, la fotosíntesis o el enraizamiento de las semillas. Además, dependiendo de la fuerza gravitatoria de la luna, la savia se verá afectada en mayor o menor proporción. Por ejemplo, si la luna tiene posición ascendente, tendrá mayor influencia sobre la savia que si está en posición descendente”.

De esta manera, todos los manuales que recogen esta creencia recomiendan actuar sobre la planta dependiendo de la fase en la que se encuentre la Luna. La Luna llena es el momento de regar, aplicar fertilizantes o sembrar la remolacha. En Cuarto Creciente es cuando se deben plantar flores o sembrar pepinos. En Cuarto Menguante es tiempo para quitar las hojas, aplicar abono y sembrar cualquier tipo de verduras. Por último, durante la Luna Nueva se puede sembrar pasto, quitar las hojas secas y aplicar fertilizante. 

¿Y si lo pensamos un momento?

Todas las publicaciones que tratan esta técnica de cultivo hablan de dos cuestiones a las que le podemos dar dos vueltas. En primer lugar hacen referencia a que es una tradición ancestral y que se lleva practicando desde los inicios de los tiempos, gracias a la observación de nuestros antepasados agricultores. Y la segunda habla de la influencia de la luz lunar y su fuerza de la gravedad. 

Que algo se haya utilizado para un fin desde hace miles de años, no le da mayor validez. La Astrología surgió mucho antes que la Astronomía, antes que la Física. Las propiedades curativas de las piedras se remontan a tiempos remotos. Pero, si te da un infarto, ¿recurrirías a las piedras o irías a un hospital? Como comentábamos antes, nuestros antepasados se agarraron a estas creencias como tabla de salvación ante la falta de un método que fuera mejor. Hoy, si lo tenemos, se llama Ciencia.

¿Y qué pasa con la luz de la Luna y su fuerza de gravedad?

No está de más que recordemos que la luz de la Luna no es de la Luna. La Luna se limita a reflejar la luz del Sol. Y la verdad es que refleja poca. Al tener una superficie negra como el carbón, nuestro satélite sólo refleja el 12% de la luz que recibe del Sol. Esto quiere decir que la intensidad de su luz no es significativa para la planta. Investigadores de la Universidad de Valencia y del Jardín Botánico de la misma ciudad hicieron algunos cálculos y cuantificaron cuánta luz le llega a la planta durante la noche. Establecieron que la iluminación de la Luna no puede tener ningún efecto sobre la vida vegetal ya que es, en el mejor de los casos, 128.000 veces menor que el mínimo de luz solar en un día normal. Esto quiere decir que cualquier farola de una calle próxima influye lo mismo o más. 

Descartada la teoría de la Luz, veamos la opción de la gravedad. Para defender la creencia de que la gravedad de la Luna influye en la savia de las plantas echan mano de las socorridas mareas. Y ante esto, como cuando hablamos de la influencia de la Luna en las personas, la respuesta es la misma: no podemos comparar los efectos que tiene la Luna en cuerpos gigantescos como los océanos, con sistemas pequeños, como personas o plantas. Si la gravedad de la Luna influyera en cantidades pequeñas de agua, los depósitos y cañerías estallarían, las botellas de agua mineral saltarían por los aires y nuestros vasos de agua de las mesillas de noche se desbordarían constantemente. Evidentemente esto no pasa. Los océanos siguen los ritmos de la Tierra y la Luna porque son grandes masas de agua que, además, están comunicados. ¿Han visto alguna vez cómo sube y baja la marea en un lago? ¿A que no?. En este caso, la influencia de la gravedad lunar sobre una planta, o persona, es 300.000 veces menor que la que ejerce la Tierra. Esto quiere decir que cuando está regando la planta, su fuerza de gravedad es mucho mayor que la que ejerce toda la Luna, pues si bien no tienes el tamaño de nuestro satélite estás mucho más cerca, y ya sabes lo que decía Newton sobre la gravedad y cómo ésta aumenta con el cuadrado de la distancia. 

A pesar de que no exista ningún fundamento que lo sustente, muchos agricultores defienden que a ellos les funciona. No podemos acusar a las plantas de sufrir el efecto placebo, como en el caso de la homeopatía. Lo que sugieren los expertos para explicar estos mejores resultados en los cultivos es que no debemos mirar a la Luna sino al agricultor. Parece ser que los agricultores que están pendientes de realizar las labores agrícolas en función de la fase lunar son profesionales más meticulosos y cuidadosos con las plantas que el resto, vamos, que son mejores agricultores, y aquí estaría la explicación de por qué a algunos les funciona. 

Ya saben que cuando les quieran vender una naranja, un aceite o un vino cultivado bajo la dinámica de la Luna, quizás estén ante un buen producto, pero no por culpa de la Luna. 

Autora: Guillermina O.


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Etiquetas: Número 17

Guillermina O.
Investigadora ULL