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Los humanos somos una especie social, de modo que ser rechazados o ignorados por otras personas, frecuentemente se experimenta como dolor (“me duele que me ignores”, “tu olvido hiere mis sentimientos”, etc.). En el cuadro siguiente, vemos algunos ejemplos comunes de exclusión social:
IGNORANCIA SOCIAL. Uno intenta unirse a un grupo de conversación, pero los demás lo ignoran como si no estuviera presente.
BULLYING. Un estudiante sufre burlas y acoso por parte de sus compañeros de clase, quienes lo excluyen de actividades grupales y lo ridiculizan.
EXCLUSIÓN LABORAL. Un empleado es excluido de reuniones importantes, no se le asignan proyectos clave y sus colegas evitan interactuar con él en eventos sociales relacionados con el trabajo.
NEGACIÓN DE AFECTO. Una persona expresa sus sentimientos románticos hacia otra, pero ésta los rechaza de manera clara y directa.
EXCLUSIÓN ÉTNICA. Un individuo es discriminado en función de su origen cultural, experimentando comentarios despectivos y exclusiones sociales debido a sus diferencias étnicas.
Cuando una persona experimenta rechazo social, ya sea real o percibido, tiende a sentirse mal consigo misma y su autoestima disminuye. Si la exclusión social se prolonga en el tiempo, es frecuente que se desarrollen enfermedades mentales y físicas. Lo sorprendente es que el dolor social es tan real y material como el dolor físico, con el que comparte incluso procesos cerebrales y bioquímicos.
En un estudio de neuroimagen, desarrollado por la psicóloga Naomi Eisenberger, en la Universidad de California en los Ángeles (UCLA), se hacía creer a los participantes que estaban jugando un juego de Cyberball, consistente en pasarse una pelota con otros dos jugadores supuestamente humanos, pero que en realidad eran controlados por un programa de ordenador. En un momento dado, durante el juego, los falsos jugadores dejaban de pasarle la pelota al participante, sometiéndolo a una situación de exclusión social simulada. Los registros cerebrales mostraron que, durante los periodos de exclusión social inducida, se activaron circuitos neurales que también se activan con el dolor físico, en particular el córtex cingulado anterior (CCA) y la ínsula anterior (IA). Los efectos fueron tan poderosos que incluso después de terminar el experimento e informar a los participantes que se había tratado de un juego simulado, sin jugadores reales, muchos de ellos seguían experimentando dolor emocional y baja autoestima. Algo semejante a lo que ocurre con las ilusiones visuales, que seguimos percibiéndolas aun a sabiendas de que son falsas.
Francesca Vitale y sus colaboradores, del IUNE, quisieron dar un paso más. Plantearon la pregunta siguiente: ¿Puede el lenguaje de exclusión provocar una reacción cerebral de dolor? El argumento es que el lenguaje es una poderosa herramienta de transmisión de emociones; pensemos, por ejemplo, cómo una mala noticia puede afectarnos o cómo un elogio nos hace sentir bien. En el estudio, un grupo de mujeres recibió palabras de exclusión social (v.g rechazada”), de inclusión social (v.g aceptada) o neutrales ( v.g distraída), superpuestas sobre la imagen de una mano derecha extendida junto a un objeto, por ejemplo, un trozo de tela. En algunos casos, la imagen representaba una acción dolorosa (tijera cerrándose sobre un músculo específico de la mano), y en otros una acción no dolorosa (tijera cortando la tela). Al mismo tiempo se aplicaba estimulación magnética transcraneal sobre la corteza motora correspondiente al mismo músculo específico de la mano que se veía en las imágenes dolorosas, y se registraba la actividad eléctrica evocada por la estimulación en dicho músculo. Este registro eléctrico, o potencial motor, es una medida directa de la transmisión nerviosa entre la corteza motora y el músculo. Los resultados mostraron que la observación de imágenes dolorosas disminuye el potencial motor del músculo de la mano derecha, indicando una reacción empática del cerebro. Pero más importante, cuando las imágenes dolorosas se combinaban con palabras de exclusión la reducción del potencial motor era aún mayor. Esto indica que la respuesta empática ante el dolor y la comprensión de palabras de exclusión utilizan los mismos recursos neuronales.
En los demás casos (palabras de inclusión o neutras y/o imágenes no-dolorosas) no hubo ningún cambio significativo en la actividad neuronal reflejada en el potencial motor. Es importante destacar, que el efecto “doloroso” de las palabras de exclusión fue bastante automático, ya que las participantes las recibían pasivamente sin pedírseles una tarea explícita con ellas y, por supuesto, no estaban sometidas a una situación de exclusión real o simulada. Además, a diferencia de la exclusión social real que tiene un efecto persistente en quien la sufre, el efecto de modulación cerebral de las palabras fue de corta duración, apenas unos 400 milisegundos, como corresponde a la propia fugacidad de los procesos del lenguaje.
No todos los individuos tienen el mismo grado de sensibilidad ante la exclusión social. En el estudio de neuroimagen realizado en la UCLA, hubo una correlación entre los sentimientos de dolor social que declaraban los participantes al final del experimento y el grado de actividad de las áreas cerebrales del dolor. Por otra parte, en algunos estudios se ha comprobado que las personas con baja autoestima son más sensibles al sentimiento de dolor social, mientras que otros estudios sugieren que los individuos con alta autoestima reaccionan de forma más irracional ante las amenazas a su autoimagen. En el estudio del IUNE, los resultados están en esta línea, es decir hubo una correlación positiva entre autoestima y reactividad ante palabras de exclusión, que pueden ser consideradas una amenaza al yo.
Al igual que el dolor físico es una señal de alarma que indica daño o enfermedad en algún órgano, el dolor social es una señal de alarma ante la desconexión interpersonal, que también tiene graves repercusiones en la salud. Ambos tienen un enorme valor adaptativo pues avisan de amenazas potenciales a la supervivencia. No es extraño, por tanto, que compartan mecanismos cerebrales. Aunque todos hemos experimentado dolor social en circunstancias particulares, hay formas de exclusión social que podríamos denominar crónicas, pues afectan a colectivos como desempleados, migrantes, minorías étnicas, personas discapacitadas, etc. Asimismo, la soledad no buscada que afecta a muchos ancianos y también a jóvenes es un problema de exclusión social que ha llevado incluso a países como Reino Unido a crear un ministerio de la soledad.
Manuel de Vega y Francesca Vitale
Instituto Universitario de Neurociencia. Universidad de La Laguna.
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas:Número 17, Artículo, Biomedicina y Salud, Hipótesis, Universidad de La Laguna IUNE
Psicología Cognitiva, Social y Organizacional
mdevega@ull.es
Doctor por la Universidad de La Laguna con la tesis Procesamiento de información y desarrollo evolutivo estudio de las representaciones a partir de tareas pictóricas y verbales 1979. Dirigida por Dr/a. Vicente Pelechano Barberá.
Doctora por la Universidad de La Laguna con la tesis Demonstrating the causal role of the motor and the inhibitory neural networks in the comprehension of action language 2021. Dirigida por Dr. Manuel de Vega Rodríguez, Dr. Iván Padrón González.
frvitale@ull.es