20 de enero de 2023 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Cada nueva generación en este planeta rocoso ha pensado que, a grandes rasgos, todo estaba descubierto. Vayamos al siglo que vayamos, siempre encontraremos el testimonio de algún científico que opina que, básicamente, el conocimiento sobre el mundo que nos rodea está completo. Incluso cuando nuestras fronteras terrestres estaban claramente incompletas, esos blancos en los mapas se sellaban con la “nada”. Este sentimiento de sabiduría es, hasta cierto punto, comprensible, pues la carga de la ignorancia sería insoportable. Por eso, en todo momento hemos pensado que controlamos nuestro entorno, eso sí, con algún pequeño porcentaje para la sorpresa y para que los científicos se entretengan en los laboratorios. ¿Cree que sabemos todo sobre nuestro vecindario solar?. La respuesta es rotunda: no. Solo conocemos los detalles mayores de nuestro Sistema Solar, los más relevantes. Si hiciéramos un símil con una ciudad, conocemos donde está el ayuntamiento, la catedral, la biblioteca y el teatro, pero desconocemos como son la mayoría de edificios o calles. Ni qué decir de las alcantarillas. Del Sistema Solar conocemos, un poco, los aspectos más relevantes como los planetas y las piedras más grandes pero queda un ingente margen para el descubrimiento.
Un nuevo planeta
La historia del descubrimiento de los planetas ha sido apasionante, sobre todo aquellos que no se ven a simple vista. Los planetas fueron el primer rompecabezas de los incipientes astrónomos. Cuando tenían toda su mecánica celeste cuadrada, cuando disponían de un modelo perfecto para explicar el baile de las esferas estelares, van los planetas y lo tiran todo abajo. Esos objetos errantes desafiaban la lógica del movimiento armónico que debería regir a las estrellas, pues dibujaban unas órbitas retrógradas que, en ocasiones, marchaban hacia adelante y otras hacia atrás. Esos tirabuzones en forma de bucles rompían la danza imperturbable de las estrellas en el cielo ¿Qué son esos objetos?
Después de crear modelos imposibles, complejos artificios geométricos para explicar esos movimientos extraños, llegó la solución: ¿y si cambiamos de posición al Sol? ¿Y si nos quitamos del centro y ponemos al Sol? Ese aparentemente simple cambio de paradigma solucionó el movimiento de los planetas, ya que ahora nosotros también éramos un corredor más en la pista del Sistema Solar y una vez adelantamos y otras veces nos adelantan. Más divertido fue el descubrimiento de los planetas que no se ven a simple vista. Las matemáticas, el dominio de la mecánica celeste y las nuevas técnicas de observación propiciaron el descubrimiento de Urano (1781) y Neptuno (1846). Pero ¿estos son todos? ¿Cabe la posibilidad de que exista un planeta que no hayamos visto hasta ahora?
El Planeta 9
Dejando a un lado la historia con Plutón, dos astrónomos españoles están en estos momentos inmersos en la búsqueda de ese esquivo supuesto planeta noveno. Uno de ellos es Héctor Socas, doctor en Astrofísica y actualmente director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife. Nos recibe en su despacho para explicarnos la apasionante historia que le ha llevado a iniciar está búsqueda junto con el también investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias Ignacio Trujillo.
Todo comienza con el descubrimiento de unos objetos muy curiosos conocidos como transneptunianos, astros que, supuestamente, no deberían existir. El primero de estos misteriosos objetos se localiza en 2012 y lo bautizan como Sedna. Este nuevo objeto llama la atención de los astrónomos, no sólo porque está muy lejos, sino porque su perihelio, que es el punto de mayor acercamiento al sol, está lejos del resto de los planetas. Eso quiere decir que Sedna no ha podido ser puesto ahí por ninguno de los grandes planetas. Hasta ahora, todos los objetos que conocemos se formaron en la zona interior del Sistema Solar y luego fueron dispersados por los gigantes gaseosos como Júpiter y Saturno. ¿Quién puso a Sedna ahí? En 2014 dos autores norteamericanos encuentran otro objeto fuera de lugar.
Según Socas “es difícil de explicar porqué estaban ahí y, de hecho, ya en una investigación de 2004 se daban una serie de posibilidades. Una de ellas hablaba de una perturbación gravitatoria o quizás otro planeta, pero lo dejaban ahí. Esto es muy mosqueante, dos objetos que les pasa esto que están en un sitio donde no debería haber objetos indica que probablemente hay una población que no conocemos y que estamos empezando a ver ahora. Tiene que existir alguna razón para que estén ahí. Los autores hicieron otra cosa. Cogieron los objetos más alejados que se conocían hasta la época y representaron sus parámetros orbitales, vieron que había muchos de ellos que tenían parámetros orbitales muy parecidos, o sea, que sus órbitas no eran aleatorias, sino que había una preferencia por una cierta dirección, un cierto tipo de movimiento. Eso se llama el agrupamiento de los parámetros orbitales, a partir de ahí plantearon que debe existir un perturbador en el Sistema Solar exterior”. Y ese perturbador puede ser un planeta de gran masa todavía no descubierto.
Otra prueba caida del cielo
En 2014 dos investigadores de la Universidad de Harvard publicaron un estudio sobre la misteriosa caída de un meteorito en el Pacífico. Lo que llamó la atención a estos investigadores es que el meteorito CNEOS14 llegó a la Tierra a mucha velocidad, a unos 21.600 kilómetros por hora. Eso es mucho para meteorito. “60 kilómetros por segundo es mucho para un meteorito, es una pasada. Si entró a esa velocidad quiere decir que no está atado a la gravedad solar; por tanto debía provenir de fuera del Sistema Solar o bien ha sido acelerado por un planeta”.
Es ahí cuando salta la chispa en el cerebro de Héctor, y une en su mente los dos trabajos que había leído sobre los objetos transneptunianos que no deberían estar ahí y este meteorito acelerado proveniente de fuera del Sistema Solar. ¿Y si la solución a las dos incógnitas fuera la misma? ¿Y si un planeta desconocido fuera el culpable de todo? Sobre esa hipótesis se pusieron a trabajar inmediatamente. Hace un gráfico y se da cuenta de que el meteorito veloz parece provenir de la misma región donde debe estar el gran perturbador de los objetos transneptunianos, “me di cuenta de que este meteorito viene de la dirección en la que sospechamos que puede estar ese gran perturbador. Si calculamos la probabilidad de que esto sea por azar, nos da que es de menos del 1%”.
La hipótesis de Socas y Trujillo es que tanto el asteroide caído en 2014 como los objetos extraños transneptunianos fueron perturbados gravitatoriamente por un planeta que aún no se ha descubierto pero que ha podido dejar su marca gravitatoria en varios objetos del Sistema Solar. El planeta 9.
La Búsqueda
Los astrofísicos se ponen manos a la obra y calculan que el supuesto encuentro entre el planeta misterioso y el asteroide pudo haber ocurrido hace entre 30 y 60 años a unas 300 o 600 unidades astronómicas (unos 90 mil millones de kilómetros). Metiendo estos datos en la coctelera astrofísica pudieron deducir en qué región del cielo debería estar ahora el planeta 9. “Pero ¿si fuera fácil encontrarlo ya lo hubieran descubierto, no? Esa región del cielo, aún siendo concreta, es muy amplia, además ese planeta no es grande y no se puede observar fácilmente”. Pero no es imposible.
Cuando apuntaron el telescopio del Observatorio de Javalambre de Teruel hacía el lugar elegido el instrumento les devolvió unas imágenes con más de 2,5 millones de puntos brillantes ¿Uno de esos objetos sería el planeta 9? Después de pasar el filtro eliminando los objetos que están seguros que no son por brillo, por ejemplo les quedan más de un millón de candidatos. Ahora había que mirar si algunos de esos objetos se habían movido con respecto a observaciones anteriores, y más de un millón redujeron la lista solo a dos objetos. Pero no cantan victoria, pues parece que el destino cósmico les ha gastado una broma, ya que estos dos puntos que están en una imagen y no en la anterior corresponden a dos bromistas rayos cósmicos .
Seguirán con las observaciones en la búsqueda de este supuesto noveno planeta, una búsqueda que surgió en un programa de podcast. Héctor Socas, además de investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias, es director del popular programa “Coffe Break – Señal y ruido”. Y gracias a esas discusiones que se producen delante del micrófono, analizando publicaciones e investigaciones, llegaron a sus manos los hallazgos ocurridos en los confines del Sistema Solar o cayendo velozmente en el pacífico.
AUTOR Juanjo Martín
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Numero 14, Artículo, Ciencia y Sociedad, Universidad de La Laguna
FGULL
jjmartin@fg.ull.es