2 de agosto de 2021 – 00:00 GMT+0000
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En los últimos años, una de las mayores preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es el cambio climático y su relación con la aparición de epidemias y graves catástrofes sanitarias y humanitarias, como la actual pandemia por SARS-CoV-2.
En sus recomendaciones de los dos últimos años, la primera preocupación de este organismo, encargado de velar por la salud de la población mundial, se centraron en el cambio climático y su repercusión sobre la salud medioambiental. En diciembre de 2015 se reunió en Ginebra un Comité de Expertos de la OMS para priorizar un grupo de 10 enfermedades graves para el ser humano, entre las que figuraba en los primeros puestos enfermedades y virus emergentes como la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, Ébola y la fiebre de Marburg, entre otros. En el décimo puesto de esta lista, aparecía una enfermedad sin nombre (“Enfermedad X”), que podría causar una catástrofe mundial en forma de pandemia, originada por un patógeno desconocido en aquellos momentos, pero que ninguno de los expertos podía concretar.
Cinco años después, en marzo de 2020, la OMS declaró una emergencia mundial en forma de pandemia debida a la aparición de una enfermedad desconocida para la raza humana, ocasionada por un nuevo virus de la familia de los coronavirus, el SARS-CoV2, causante de la COVID19. Salvo que pueda demostrarse otra causa, el origen de esta pandemia está en animales, portadores endémicos de variantes de coronavirus, desde los que estos han saltado a la especie humana. Salto propiciado, entre otras razones, por la pérdida de biodiversidad, la degradación de los hábitats naturales, el tráfico y comercio ilegal de especies animales y la intensificación de la convivencia de estos animales (fuera de su hábitat natural) con seres humanos. De hecho, se estima que 3 de cada 4 enfermedades infecciosas de nueva aparición son de origen animal, estimándose el número de virus desconocidos que afectan a mamíferos en unos 300.000.
Se ha comprobado que cuanta menor es la biodiversidad, mayor es el riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas. Un binomio mortal para la humanidad, pero evitable si a nivel mundial se decide poner en marcha mecanismos que frenen el cambio climático y limitar los cambios ambientales que están facilitando la transmisión de patógenos. De momento parece que los países desarrollados miran hacia otro lado, mientras gran parte del planeta se degrada vertiginosamente.
El examen de la web de la OMS (junio 2021), donde se informa de las enfermedades infecciosas más graves para la humanidad que deben ser objeto de vigilancia en los próximos años, muestra que la enfermedad más preocupante es la COVID19 y que, nuevamente, aparece una nueva “Enfermedad X” en el décimo lugar. ¿Cuándo será la próxima pandemia? ¿Cuál será el próximo virus zoonótico? ¿Estará la comunidad científica preparada para prevenir esa nueva y previsible pandemia? ¿Se habrá invertido lo suficiente en la investigación y el desarrollo de vacunas pandémicas? Éstas y otras más preguntas aún no tienen respuesta en 2021. Es preciso disponer de los medios que permitan prevenir y reaccionar a catástrofes sanitarias, económicas y sociales como la que viene sufriendo el mundo en estos últimos doce meses. Se precisa disponer de respuestas adecuadas lo más rápidamente posible a través de la inversión en investigación, educación y sanidad.
Entra en juego aquí el concepto One Health (Una sola Salud) que quiere expresar cómo lograr, a la vez, una salud óptima para las personas, los animales y el planeta. La salud humana y animal son interdependientes, vinculadas como están a los ecosistemas. One Health apunta a que “la colaboración de especialistas en múltiples disciplinas, trabajando local, nacional y globalmente contribuyan a lograr una salud óptima para las personas, los animales y nuestro medio ambiente”. Se estima que en 2030, a menos que se tomen medidas urgentes, el cambio climático podría empujar a más de 100 millones de personas a la pobreza, cifra que se eleva a 140 millones en 2050 en el África subsahariana, el sudeste asiático y latinoamérica; serán “migrantes climáticos” en busca de lugares menos vulnerables para vivir . Un fenómeno que conocemos bien en las Islas Canarias.
Los modelos de clima más avanzados del último informe del Grupo Intergubernamental de expertos sobre el cambio climático pronostican que la temperatura media a final de siglo en Canarias estará entre 1 y 1,5 ºC por encima de la media del período entre 1986 y 2005; con disminución de precipitaciones, aumento de sequías y tropicalización del clima y por tanto con la probable aparición de plagas para plantas y animales y enfermedades por virus emergentes. No sería extraño que en unas décadas, enfermedades como el ébola, dengue, chikunguña, zika, fiebre amarilla, malaria, etc., hagan su aparición en Europa y en las Islas Canarias.
En junio de 2021 se han reunido los líderes de las 7 naciones más ricas del planeta, el conocido “G-7”, en un momento en el que han fallecido oficialmente más de 4 millones de personas por la COVID-19 y cuando se cuentan por cientos de millones los afectados. El lema de esta cumbre (Build Back Better: Reconstruir Mejor) refleja voluntad de deshacer la “dura cicatriz” de desigualdades que se ha instalado en el mundo, con medidas como el reparto de 1.000 millones de vacunas COVID-19 entre los países más pobres y contrarrestar los efectos del cambio climático. El año 2022 será decisivo para confirmar si el Consenso de Cornuallles (como ya se conoce esta última cumbre del G-7) ha significado un impulso real en la lucha para frenar las consecuencias del cambio climático y sus devastadoras consecuencias sobre la salud medioambiental del planeta.
REDACCIÓN Luis Ortigoza
IMÁGENES Carla Garrido
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 9, Artículo, Luis Ortigoza,