8 de marzo de 2023 – 00:00 GMT+0000Compartir
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La irrupción del concepto “cannabis medicinal o terapéutico” ha generado una enorme confusión en la población en general y también entre los profesionales sanitarios. Confusión alimentada por el lobby de la industria del cannabis, que aprovecha este concepto con el fin de dar un barniz de producto inocuo y adecuado para tratar enfermedades, especialmente aquellas más sensibles desde el punto de vista social, como las oncológicas, el dolor crónico, la infección por el virus del VIH, etc.
Desde la antigüedad las diferentes variedades de cannabis se han utilizado para modificar el estado de ánimo, el apetito, el dolor, la percepción, la memoria, etc, de manera similar a la planta de la cocaína (Erythroxylum coca) o a la de la heroína (Papaver somniferum). Pero de ahí a ser considerada una planta medicinal hay un trecho enorme, lleno de medias verdades y de ocultación de otras.
Existen tres tipos de cannabinoides: los endógenos (generados y existentes en el organismo humano), los fitocannabinoides (provenientes de la planta) y los sintéticos, fabricados en el laboratorio. De los más de 100 cannabinoides hallados en la planta, los que se encuentran en mayor cantidad son el THC (9-delta-tetrahidrocannabinol), el CBD (cannabidiol) y el CBN (cannabinol).
El CBD, sustancia legal, no tiene los mismos efectos sobre el organismo que el THC. Se promociona la idea de su eficacia cosmética y sobre todo terapéutica, que sin embargo son dudosas. Pero su publicidad y su uso, contribuyen a disminuir la sensación de riesgo que supone el consumo de cannabis, a la banalización del mismo, y a la aprobación social de su uso en espacios públicos y en el entorno privado, incluso en presencia de lactantes y niños. No debemos perder de vista que la presencia en un entorno con humo produce su absorción vía pulmonar. Se abre así un nuevo frente de consumo pasivo, justo cuanto nos hemos librado del molesto y perjudicial humo del tabaco.
El cannabis no es inocuo; al contrario, comporta importantes riesgos para la salud. No puede ser considerada una “droga blanda”. Está absolutamente demostrado que su consumo tiene el riesgo de generar trastornos mentales de tipo psicótico, tanto en forma de brotes agudos (episodios maníacos) como alteraciones psiquiátricas crónicas, aunque es cierto que esto no le ocurre a todo el que consume esta sustancia. Además, en los cerebros en desarrollo, como es el caso de niños y adolescentes, está demostrado su incidencia en la aparición de trastornos en los procesos cognitivos (aprendizaje, atención, memoria, etc) y por supuesto del comportamiento. Por otro lado, cada vez hay más evidencias sobre los efectos negativos del THC a nivel cardiovascular, propiciando la aparición de ictus e infartos, y arritmias cardiacas.
Como causa de estos efectos indeseables se ha señalado el aumento de la potencia en lo que a sus efectos se refiere de las nuevas variedades de cannabis. En los últimos 30 años la intensidad de los efectos ha aumentado casi 4 veces. En otras palabras, el porro de los 20 del siglo XXI es mucho más potente que el de los 80 del siglo XX y también sus efectos psicoactivos y fisiológicos. Esta situación se agrava en el caso de los cannabinoides sintéticos, que cuando se consumen por ejemplo a través de wapeadores, tienen una potencia entre 40 y 200 veces superior al cannabis cultivado. Si a estos datos le sumamos el hecho de que en España el 30% de los jóvenes han consumido cannabis alguna vez y que la edad de inicio del consumo se sitúa ya en torno a los 14-15 años, con un 19% que se declaran consumidores habituales, tenemos los elementos para una tormenta perfecta con graves implicaciones psiquiátricas y cardiovasculares en un futuro próximo.
Tormenta que, sin embargo, no se denuncia suficientemente. Al contrario, el énfasis en los medios se pone en su legalización vía uso terapéutico o directamente en su venta libre, en este caso como bandera de algunos partidos políticos. En esta dirección se mueve la tendencia a la legalización de su venta y consumo, que ya es un hecho en varios países. En los Estados Unidos de América, el 60% de los estados tiene aprobada su venta, ya sea sin restricciones o bien de “uso terapéutico”. Lo mismo ocurre en Canadá. En ambos países ya se empiezan a observar los primeros efectos de la legalización: incremento de las visitas a los servicios de urgencias por problemas psiquiátricos, por problemas cardiovasculares o por accidentes de tráfico asociados a su consumo y, también (lo que resulta aún más estremecedor) el aumento de casos en niños y adolescentes por los efectos asociados a su uso o a la exposición inadvertida. Todo esto ocurre en un contexto en el que el mercado ilegal sigue existiendo; un mercado donde obviamente los precios son menores.
En España se da la paradoja de que es legal la venta de semillas de cannabis, aunque no su cultivo. También es legal su prescripción médica para determinadas enfermedades, en concreto en unos tipos de epilepsia infantil rebeldes a tratamiento (Síndrome de Lennox-Gataut, Síndrome de Dravet), así como para el tratamiento de los efectos musculares de la esclerosis múltiple. En estos casos se pueden recetar los cannabinoides dronabinol y cannabidiol, financiados por el sistema sanitario público. En el resto de enfermedades o supuestos usos terapéuticos (dolor crónico, náuseas por quimioterapia, apetito en enfermos con VIH, fibromialgia, artrosis, etc), no se ha demostrado su eficacia, aunque se sigue investigando porque parece que puede haber indicaciones de uso todavía no conocidas. En estos momentos hay más de 300 ensayos clínicos (estudios científicos diseñados para probar que una sustancia sirve para tratar una enfermedad), sobre el uso como medicinas de los cannabinoides. El Congreso de los Diputados en junio de 2022, instó a la Agencia Española del Medicamento a explorar nuevas indicaciones del cannabis y a regular su prescripción mediante preparados estandarizados, en determinadas farmacias con receta médica. Pero esto no quiere decir que se puedan recetar porros donde parezca que puede ser útil. Debemos ser conscientes de que los porros no son medicamentos y que no existe ninguna sustancia que sirva para tratar todas las enfermedades, por mucho que la industria cannábica difunda fake news sobre sus propiedades curativas.
AUTORES Guillermo Burillo Putze y Manuel Isorna Folgar.
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Numero 14, Artículo, Ciencia y Sociedad, , Universidad de La Laguna
Medicina Física y Farmacología
gburillo@ull.edu.es