CIBERDESCORTESÍA

Javier Medina López

Universidad de La Laguna

 

Medios digitales y participación ciudadana

 

La proliferación de medios de comunicación en los cuales los usuarios pueden dejar sus opiniones es uno de los aspectos que más ha modificado los esquemas tradicionales de la información en las últimas décadas. Esta audiencia se integra en las distintas plataformas y también actúa de forma muy activa y determinante en las redes sociales. Estamos ante dinámicas alejadas del soporte del papel para integrarse en un nuevo marco de actuación al amparo de las “Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación” (NTIC) en la cual ocupa un lugar destacado la denominada “Comunicación Mediada (o Mediatizada) por Ordenador” (CMO); es decir, la comunicación que se da entre humanos que utilizan los ordenadores conectados a la red. Como consecuencia de todo ello, surgen conceptos como los de ciberperiodismo o periodismo digital.

 

Los medios de comunicación han experimentado una mutación que ha dado cabida a la creación de una comunidad online o una especie de esfera pública virtual. Así se asiste al resurgimiento de géneros y prácticas discursivas que se enmarcan en un proceso únicamente electrónico, pues se actualizan y desaparecen en la medida en que la propia noticia deja de tener protagonismo. La CMO es mucho más dinámica y refleja algunos componentes orales de la lengua, si bien también es cierto que numerosas conversaciones que se expresan en estos medios (llamadas “hilo”), están concebidas desde la escritura propiamente y no desde la oralidad. Es decir, están pensadas como textos escritos oralizados, soportados por un componente informático. Se conforma así un especial código escrito que caracteriza a estos mensajes, con rupturas constantes de la “ortografía tradicional y académica”. A todo ello hay que añadir el gran poder que supone la incorporación de la imagen, el audio y la animación, hechos que imprimen un carácter polimediático en Internet. 

 

¿Qué es la ciberdescortesía y quién pone los límites?

 

En el ámbito del análisis del discurso, las teorías sobre la cortesía verbal ocuparon durante largo tiempo un espacio casi en exclusiva, una vez que esta puso de moda el acercamiento a las relaciones comunicativas en las que se busca describir cuáles son las reglas del comportamiento verbal sociopragmático en un contexto sociocultural determinado con el afán de colaborar o no en la interacción lingüística. Surgieron entonces los conceptos de cortesía positiva (positive politeness: deseo de colaboración con los demás) y cortesía negativa (negative politeness: deseo de no imposición). Sin embargo, y como una deriva de la teoría inicial, pronto empezaron a percatarse de los mensajes y actitudes descorteses, aquellos en los que se atenta contra la imagen (face) de personas e instituciones, para los cuales se ha mostrado todo un conjunto de estrategias lingüísticas que constituye, hoy en día, uno de los campos más fecundos dentro del análisis del discurso y la conversación. La descortesía forma parte de la interacción social con la cual se rompe el necesario equilibrio entre los interlocutores. El objetivo de las acciones descorteses es atacar la imagen del otro (face-threatening acts), respondiendo así a un conjunto de códigos que comparten los hablantes de una comunidad sociocultural determinada.

 

En este contexto teórico, el término ciberdescortesía nace como una manifestación clara de cuál es la actitud que numerosos cibernautas adoptan en los medios que ofrecen la posibilidad de transmitir su opinión. Se asiste a una cascada de actos verbales hostiles que se constata en terrenos como los de la política y la sociedad, o en los correos electrónicos, blogs y las ya mencionadas redes sociales. Atacar o insultar, o simplemente descalificar, se ha convertido en una seña de identidad de numerosos medios digitales (también en formatos tradicionales televisivos y radiofónicos), en los cuales el anonimato está asegurado y lo que pudiera presentarse como un acto disentivo se está convirtiendo en un terreno minado por el insulto y la agresión verbal.

 

La magnitud de este asunto está suponiendo para muchos medios de comunicación un problema de gestión. ¿Cómo controlar lo que un cibernauta escribe en un comentario a una noticia?, ¿dónde empieza y dónde termina la libertad de expresión de un individuo que insulta o difama a un político en una noticia de prensa?, ¿cómo conciliar la necesidad de un debate frente a los descalificativos? Numerosas empresas han tratado de imponer códigos de conducta y honorabilidad, impidiendo que se publiquen mensajes racistas, xenófobos, ataques a personas, etc. Pero esto, según se observa en algunos estudios, no siempre se cumple por distintas razones, entre ellas porque en más de una ocasión es el propio medio el que con su permisividad está apoyando posicionamientos ideológicos a favor o en contra de ciertos personajes y temas que están en la esfera de lo público.

 

¿Cuáles son las razones que favorecen el auge de la ciberdescortesía? Hay algunas características que pueden esgrimirse: el consabido anonimato de los participantes, la distancia espacial entre los mismos (todo es virtual, no hay un conocimiento cara a cara), la rapidez de la transmisión de los mensajes, la escasa codificación que exige el texto para el interlocutor (importa más lo que se dice que la forma en la que se dice), desinhibición al tratar contenidos groseros o insultantes, la dimensión con la que se expande un comentario en Internet (puede llegar a millones de lectores…), etc.

 

Entre los especialistas de este tipo de discurso mediático se presta atención a elementos como la ironía, la atenuación, el juego de palabras, hipérboles, comparaciones, recursos humorísticos y sarcásticos, trivialización de no pocos temas, uso de eufemismos y disfemismos, presencia de palabras tabú… Todo ello constituye un campo lleno de sugerentes vías de análisis que abarcan desde las puramente lingüísticas hasta el terreno de las actitudes y creencias que se ven reflejadas en estos textos. En ocasiones, actúa la ley para proteger el honor de una persona o una institución, pero, en otras, recomponer una ruptura de la imagen se antoja una tarea difícilmente recuperable.