viernes 30 de noviembre de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
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En la Historia de la ciencia encontramos numerosos ejemplos de ciencia con adjetivos. En primer lugar, la denominada “ciencia aria” que se desarrolló en la dictadura de Hitler. En la dictadura nazi, Albert Einstein, Max Born, Lise Meitner y otros muchos científicos fueron perseguidos por motivos raciales y en otros casos, como el de Schrödinger, por no simpatizar con el régimen. Tuvo sus peores expresiones en la medicina a través de los intentos de justificar la superioridad de la raza aria; para garantizarla aplicaron métodos eugenésicos y 400.000 personas fueron esterilizadas y más de 200.000 enfermos incurables, niños con taras, etc., asesinados previamente al holocausto; o con sádicos experimentos con seres humanos en los campos de concentración, siendo los más conocidos los del doctor Mengele. Primo Levi, en su libro Si esto es un hombre (1956), cuenta cómo consiguió sobrevivir en un campo de concentración gracias a sus conocimientos químicos. En la física también encontramos ejemplos, como cuando los premios Nobel Lenard y Stark que intentaron desarrollar una física sólo experimental en oposición a la física teórica, que denominaban física judía, al estar cultivada por personalidades como Einstein y otros.
En España el franquismo fue especialmente duro con el profesorado haciendo cierto el “¡Muera la inteligencia!”, pronunciada por uno de sus dirigentes: de 60.000 maestros, 15.000 fueron expulsados y 6.000 sancionados; de 1.281 profesores de secundaria, 205 expulsados y 483 sancionados, como señala De Lobo (2007), que solo estudia los expedientes, no las ejecuciones. En la universidad de 581 catedráticos, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 exiliados; la mayor parte en Latinoamérica. Las vacantes se cubrieron atendiendo más a las afinidades con la dictadura franquista de los candidatos que a sus méritos. Intentaron desarrollar una “ciencia nacional católica” basada en “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”, como se afirmaba en la ley fundacional del CSIC. Una característica de esa ciencia fue el anti evolucionismo; la enseñanza de la teoría de la evolución de Darwin estuvo prohibida hasta el punto que algunos programas de televisión de Félix Rodríguez de la Fuente sufrieron censura por este tema en los años 70. Es el caso también de las investigaciones, si puede llamárselas así, que Vallejo Nájera, uno de los padres de la psicología española, hizo con prisioneros republicanos para intentar detectar el “gen rojo”.
Otro ejemplo es la “ciencia soviética” desarrollada en la dictadura de Stalin basada en el materialismo dialéctico. Su determinismo se consideró incompatible con el azar de la genética, lo que impuso las teorías neolamarkistas de Lysenko y produjo la persecución de los genetistas rusos Vavilov, Dubinin y otros que acabaron en campos de concentración. También se enfrentó al probabilismo de la física cuántica, pero como esto podía retrasar la investigación en armamento nuclear, se limitaron a expulsar de sus cátedras a Landau y Lifschitz. Vassili Grossman, en Vida y destino (1959), desarrolla la Guerra y Paz del siglo XX y, entre muchas historias de la II Guerra Mundial, nos narra las dificultades de la vida de un físico bajo la dictadura de Stalin. A un millar de científicos e ingenieros, prisioneros en campos de concentración, los enviaron a las Sharashki, unos laboratorios secretos donde eran obligados a investigar para el KGB. Aleksandr Solzhenitsyn, huésped de uno de ellos, lo narró en El primer círculo (1968).
Eso sí, todas estas “ciencias” y dictaduras impulsaron proyectos nucleares para conseguir bombas, incluso la ciencia nacional católica del franquismo, aunque esto podría dar pie a otro artículo.
Estas “ciencias con adjetivos” son pseudociencias, es decir, conocimientos o creencias que no son científicos pero que se presentan como tales, para adquirir una mayor legitimidad. Y aunque hayan desaparecido en la historia, el riesgo de que vuelvan a surgir no ha desaparecido. Es el caso de las diversas “ciencias cristianas” (la geología catastrofista para explicar el diluvio, el creacionismo o, su versión más reciente, el diseño inteligente), la “ciencia feminista” (que no es lo mismo que ciencia con perspectiva de género) o la “ciencia indigenista”, etc. Convertir la ciencia en un instrumento al servicio de los intereses de determinados regímenes políticos, grupos sociales o grandes empresas es objetable tanto a nivel epistemológico como ético.
REDACCIÓN JORDI SOLBES MATARREDONA, RAFAEL PALOMAR FONSILUSTRACIÓN VERÓNICA MORALES
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 1, Artículo, Ciencia y Sociedad, Jordi Solbes Matarredona, Rafael Palomar Fons, Universidad de València, Universidad Internacional de València
Catedrático de Universidad de Didáctica de las Ciencias Experimentales en la UV. Es vicedecano de la Facultat de Magisteri i coordinador de la especialidad de Física y Química del Master de profesorado de secundaria. Investiga en las relaciones CTS y la historia de las ciencias en la educación científica, didáctica de la física, pensamiento crítico y cuestiones socio-científicas y formación del profesorado de ciencias, campos en los que ha dirigido 23 tesis doctorales, ha publicado más de 160 artículos y ha sido Investigador Principal de 10 proyectos de investigación con convocatoria pública.
Didáctica de las Ciencias Experimentales
jordi.solbes@uv.es
Doctor en Didáctica de las Ciencias por la Universitat de València (España), profesor de Educación Secundaria y profesor del área de Didáctica de las Ciencias en la Universidad Internacional de Valencia - VIU (España). Ha publicado algunos artículos sobre didáctica de la astronomía y actualmente investiga las pseudociencias en el aula.
rafael.palomar@uv.es