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Los niños son como esponjas. Si usted lee, ellos también lo harán; si trabaja, intentarán dibujar concienzudamente para parecerse a usted; y si dice un taco, efectivamente, ese pequeño o pequeña dedos años también lo reproducirá y lo hará mejor que cualquier otra palabra que haya podido articular a lo largo de su corta vida. Por eso, este claro mecanismo de supervivencia requiere del mejor referente, especialmente para que no acabe pagando las consecuencias de las malas decisiones de sus padres.
El aprendizaje comienza en la placenta. Cuando el feto empieza a habituarse a ciertos sonidos. Un método que los humanos tenemos para no sobresaltarnos con miedo ante cualquier estímulo. Imagínese usted que cada vez que cerraran una puerta de un portazo tuviera que correr a esconderse. No es viable. Nos acostumbramos a reconocer aquellos elementos que pueden ser perjudiciales para nosotros y descartamos los que no lo son. Más que nada, para vivir tranquilos.
Esta memoria comienza a gestarse intraútero, junto al desarrollo del cerebro. Nieves Luisa González, catedrática de Ginecología y Obstetricia, profesora e investigadora de la Universidad de La Laguna (ULL) y del Hospital Universitario de Canarias (HUC), ha dedicado prácticamente toda su vida profesional en conocer cómo funciona ese desarrollo primario en los neonatos y cómo cualquier alteración durante el embarazo puede llegar a afectar a su vida, incluso a largo plazo.
¿DÓNDE QUEDÓ EL RECUERDO?
Los primeros pasos de la línea de investigación comienzan en los años 80. “Vimos que los fetos eran capaces de habituarse a los sonidos y que tenían memoria”, explica la obstetricia. Lo descubrieron al ubicar dos grupos de neonatos -uno que había recibido el estímulo durante el embarazo y otro que no- en una piscina con condiciones similares a las de la placenta. “Los niños estimulados intraútero poseían memoria y no respondían al estímulo, mientras que los recién nacidos que nunca habían lo habían recibido, mostraban una respuesta refleja”, afirma la experta.
A la vista de estos datos, los profesionales decidieron dar un paso más y aplicar la misma experiencia a los niños de madres que padecían diabetes previamente. Los datos mostraron “alteraciones en la dificultad para aprender intraútero de los fetos de las pacientes con peor control glucémico”. Unas alteraciones que se manifestaban en una dificultad para
aprender y una menor memoria. Gracias al apoyo del equipo de neuropediatras neonatólogos del HUC más tarde pudieron comprobar con datos “numéricos, grabados y analizables”, que existía un daño en el cerebro, que provocaba “una diferencia madurativa” de alrededor de dos semanas con respecto a un recién nacido de la misma edad gestacional. Pero, ¿se trataba de un retraso madurativo o un daño que persistiría a largo plazo? El afán de Nieves Luisa González por encontrar más respuestas la llevó a plantear un Proyecto de Investigación en Salud al Instituto de Salud Carlos III. “Queríamos saber qué pasaba en esos cerebros”, recuerda González, quien entonces asumió la ardua tarea “emocionar” con su proyecto a científicos dedicados a investigación básica para empezar a experimentar con animales.
DESMONTANDO EL CEREBRO
REDACCIÓN VERÓNICA PAVÉS
ILUSTRACIÓN PATRICIA DÍAZ
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 3, Artículo, Biomedicina y Salud, Hipótesis, Verónica Pavés, El Día
Periodista especializada sobre Sanidad, Ciencia y Medioambiente en el periódico local El Día. Premio Concha García Campoy de Periodismo Científico en su VII Edición y autora del libro ‘Blas Cabrera, una vida magnética’.
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