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martes 8 de enero de 2019

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Los niños son como esponjas. Si usted lee, ellos también lo harán; si trabaja, intentarán dibujar concienzudamente para parecerse a usted; y si dice un taco, efectivamente, ese pequeño o pequeña dedos años también lo reproducirá y lo hará mejor que cualquier otra palabra que haya podido articular a lo largo de su corta vida. Por eso, este claro mecanismo de supervivencia requiere del mejor referente, especialmente para que no acabe pagando las consecuencias de las malas decisiones de sus padres.

El aprendizaje comienza en la placenta. Cuando el feto empieza a habituarse a ciertos sonidos. Un método que los humanos tenemos para no sobresaltarnos con miedo ante cualquier estímulo. Imagínese usted que cada vez que cerraran una puerta de un portazo tuviera que correr a esconderse. No es viable. Nos acostumbramos a reconocer aquellos elementos que pueden ser perjudiciales para nosotros y descartamos los que no lo son. Más que nada, para vivir tranquilos. 

Esta memoria comienza a gestarse intraútero, junto al desarrollo del cerebro. Nieves Luisa González, catedrática de Ginecología y Obstetricia, profesora e investigadora de la Universidad de La Laguna (ULL) y del Hospital Universitario de Canarias (HUC), ha dedicado prácticamente toda su vida profesional en conocer cómo funciona ese desarrollo primario en los neonatos y cómo cualquier alteración durante el embarazo puede llegar a afectar a su vida, incluso a largo plazo.

¿DÓNDE QUEDÓ EL RECUERDO?

Los primeros pasos de la línea de investigación comienzan en los años 80. “Vimos que los fetos eran capaces de habituarse a los sonidos y que tenían memoria”, explica la obstetricia. Lo descubrieron al ubicar dos grupos de neonatos -uno que había recibido el estímulo durante el embarazo y otro que no- en una piscina con condiciones similares a las de la placenta. “Los niños estimulados intraútero poseían memoria y no respondían al estímulo, mientras que los recién nacidos que nunca habían lo habían recibido, mostraban una respuesta refleja”, afirma la experta.

A la vista de estos datos, los profesionales decidieron dar un paso más y aplicar la misma experiencia a los niños de madres que padecían diabetes previamente. Los datos mostraron “alteraciones en la dificultad para aprender intraútero de los fetos de las pacientes con peor control glucémico”. Unas alteraciones que se manifestaban en una dificultad para

aprender y una menor memoria. Gracias al apoyo del equipo de neuropediatras neonatólogos del HUC más tarde pudieron comprobar con datos “numéricos, grabados y analizables”, que existía un daño en el cerebro, que provocaba “una diferencia madurativa” de alrededor de dos semanas con respecto a un recién nacido de la misma edad gestacional. Pero, ¿se trataba de un retraso madurativo o un daño que persistiría a largo plazo? El afán de Nieves Luisa González por encontrar más respuestas la llevó a plantear un Proyecto de Investigación en Salud al Instituto de Salud Carlos III. “Queríamos saber qué pasaba en esos cerebros”, recuerda González, quien entonces asumió la ardua tarea “emocionar” con su proyecto a científicos dedicados a investigación básica para empezar a experimentar con animales.

 DESMONTANDO EL CEREBRO

El modelo de experimentación se basaba en convertir a ratones hembras a punto de ser madres en diabéticas y esperar a que crecieran sus crías para comprobar si el estado de su progenitora les había influido. Y así fue. Cuando se sometió a estos ratones a pruebas de estrés y de memoria, su rendimiento era mucho peor que el del grupo de control. 
 
“Los hijos de las madres diabéticas, cuya patología era grave, mostraron un déficit de memoria y una menor tolerancia al estrés”, concreta la investigadora. El siguiente paso fue estudiar los cerebros de estos ratones más de cerca “para ver qué estaba pasando” en su interior. El análisis del hipocampo halló un daño en la zona donde se centralizan los procesos de memorización y aprendizaje, además de una alteración neuronal.
 
“Estos cerebros tenían disminuido el número de neuronas, la capacidad de las neuronas maduras y de neurogénesis, es decir, había menos neuronas jóvenes”, explica. Los ratones, ya adultos, habían recibido un daño importante derivado del mal control de la patología de su madre durante la gestación, y en este modelo experimental, se llegó a la conclusión de que las lesiones eran permanentes.
 
“No nos pudimos quedar ahí”, afirma entusiasmada González, que explica que era necesario un nuevo proyecto para saber “qué le ocurre al feto para que la hiperglucemia materna condicione estos daños”. Para esta nueva aventura se apoyaron en otra línea de investigación: las lesiones en los neonatos más pequeños. Desde finales de los años 90 se sabe que las personas que sufren más infartos y fallecen más jóvenes también son aquellas que nacieron más pequeñas.
 
“Los fetos que nacen pequeños experimentan lo mismo intraútero que aquellos que son más grandes”, insiste González, porque “los mecanismos fisiopatológicos, es decir, los procesos que llevan al daño, son comunes en muchos tipos de agresiones”. Según la investigadora, estos recién nacidos, a la larga, tienen un mayor riesgo de ser hipertensos, padecer un síndrome metabólico, ser obesos, tener el colesterol alto o padecer alteraciones cardiovasculares que deriven en un infarto. 
 
HABLAMOS DE GENES 
 
Al final, todo tiene relación con la genética. El daño “provoca cambios en los genes que pueden permanecer silentes toda la vida o no”, explica, y serán los mismos genes los que finalmente determinen si el daño que ha sufrido durante el periodo gestacional acaba afectando a la persona. “Concluimos que la hipótesis que nos planteamos en un principio, en la que afirmamos que los cambios bioquímicos que ocurren en la gestante diabética pueden producir alteraciones en la placenta o en el propio feto, era correcta”, afirma González. 
 
El último paso, al que se está enfrentando actualmente el equipo de investigadores es un más ambicioso: la secuenciación genética. “Creemos que los cambios de los genes tienen que ver con una alteración de las funciones del eje del hipotálamo hipofisario del cerebro y de los órganos que se gobiernan a través de él, lo que tiene relación con el desarrollo neuronal”. El camino es encontrar esos genes pues, el daño ocasionado puede derivar en un mayor riesgo de padecer un déficit del aprendizaje
y la capacidad motora y, a largo plazo, alteraciones de la conducta, como depresión o trastorno del espectro autista. “No es que todas las madres con diabetes mal controladas vayan a concebir a niños con esta patologías, pero deben saber que corren mayor riesgo que el resto de la población”, insiste la facultativa. 
 
La diabetes solo es uno de los muchos factores que pueden determinar la salud de una persona durante el embarazo. El estrés, la inadecuada nutrición o la obesidad son algunas de ellas, por lo que Nieves Luisa González insta a, sobre todo, cuidarse. Acudir a las consultas pregestacionales y planificar la gestación son algunas de las recomendaciones de esta obstetra que ha dedicado su vida a investigar para poder mejorar la vida de sus pacientes.
 

REDACCIÓN VERÓNICA PAVÉS

ILUSTRACIÓN PATRICIA DÍAZ


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 3, Artículo, Biomedicina y Salud, Hipótesis, Verónica Pavés, El Día

Verónica Pavés
Periodista científica y redactora de El Día

Periodista especializada sobre Sanidad, Ciencia y Medioambiente en el periódico local El Día. Premio Concha García Campoy de Periodismo Científico en su VII Edición y autora del libro ‘Blas Cabrera, una vida magnética’.

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