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¿Te has sentido atraído/a alguna vez por las llamas de una hoguera? Ese estado de hipnosis que provoca el fuego en adultos y niños es, probablemente, uno de los gestos que más nos acerca a nuestros antepasados. Y es que el fuego, desde que fue “domesticado”, es decir, desde su uso controlado por el ser humano, ha formado parte activa de nuestra vida. Fue, sin duda, una de las mayores innovaciones tecnológicas en la Historia de la Humanidad, ya que enseguida se volvió una herramienta esencial para cocinar, iluminar, calentar o, incluso, proteger al clan en mitad de una noche pleistocena cerrada. Pero fue, también, un punto y aparte en la socialización humana, en la narración de historias, en la transmisión de conocimientos, en la generación, en definitiva, de una memoria colectiva. Una memoria que identificara a los miembros de un grupo generando el mayor éxito en la evolución humana: la cohesión social y la colaboración.
¿Y qué puede quedar de una hoguera que se encendió en el pasado? Podríamos pensar que con el tiempo todo desaparece, pero aquí es donde entra en juego el papel de la arqueología. Donde hubo fuego, brasas quedan. Y además de poder conservarse elementos quemados como piedras o restos óseos de animales consumidos, suelen estar presentes los carbones, es decir, fragmentos de la leña utilizada en su día como combustible. La antracología es, precisamente, la disciplina arqueobotánica que se encarga de estudiar estos restos (a menudo muy pequeños), que podemos rescatar de los sedimentos de yacimientos arqueológicos. A pesar de que se trata de madera, materia orgánica que no suele llegarnos debido a los procesos de biodegradación, el fuego actúa como elemento conservador si la combustión se paraliza en la fase de carbonización o pirólisis, paso anterior a que la madera se convierta en ceniza. Esta es la clave de la disciplina antracológica: la carbonización preserva la anatomía interna de la madera permitiendo la identificación de la especie mediante la observación en el microscopio de sus planos anatómicos.
Si bien la antracología no es una disciplina nueva en la ciencia arqueológica, ha sido en las últimas décadas cuando se ha producido su consolidación metodológica dando lugar al surgimiento de nuevas aplicaciones y el refinamiento de protocolos y procedimientos de análisis. Así, se ha pasado de la recogida puntual de carbones de buen tamaño procedentes de contextos arqueológicos específicos durante la primera mitad del siglo XX al establecimiento de métodos estadísticamente válidos para la recuperación de carbones arqueológicos y la interpretación de los datos. Estos métodos se los debemos a la Escuela de Antracología de Montpellier donde, durante los años 80-90 y bajo la dirección de J.L. Vernet, se formó una buena generación de antracólogas que fueron creando escuela en distintas universidades europeas. Gracias al camino emprendido por aquellas pioneras, la disciplina antracológica cuenta, hoy en día, con un excelente porvenir.
Tras el trabajo de recuperación de carbones en la excavación arqueológica, y ya de vuelta en el laboratorio, se suceden meses de trabajo realizando la identificación microscópica de los fragmentos de carbón. Esta fase es posible gracias a la creación de colecciones de referencia por medio de la combustión en un horno de mufla (un tipo de horno utilizado para realizar procesos que requieren altas temperaturas de forma controlada y uniforme) de especies vegetales de la zona de estudio, utilizando este material como herramienta comparativa. A menudo necesitamos acudir al microscopio electrónico de barrido para realizar fotografías de detalles anatómicos y observar aspectos tafonómicos, es decir, indicadores de posibles procesos que han tenido lugar en la madera antes de su uso como leña (selección de madera sana o muerta), durante su uso (condiciones específicas de la combustión) o después (hiper-fragmentación por pisoteo humano o de animales, procesos de hielo-deshielo, etc).
Figura 1. Fotografías tomadas en el microscopio electrónico de barrido de la estructura anatómica de la madera de pino canario (a: plano transversal; b: plano longitudinal tangencial; c: plano longitudinal radial) y de brezo (a: plano transversal; b: plano longitudinal tangencial; c: detalle de un vaso en el plano longitudinal tangencial).
La antracología se ha convertido en una disciplina esencial en los proyectos de arqueología ya que aporta una información valiosa y variada para la interpretación del pasado. La identificación de las especies leñosas utilizadas como combustible nos permite aproximarnos al paisaje y sus dinámicas a lo largo del tiempo, ya fuera por eventos climáticos y/o por el impacto antrópico en el medio. A menudo identificamos carbones muy adecuados para ser datados por Carbono 14 (por ejemplo, ramas de pequeño calibre o especies leñosas de vida corta), que nos aportan información cronológica sobre secuencias arqueológicas y, también, sobre posibles refugios climáticos con la presencia de especies bioindicadoras datadas en el tiempo. Por otro lado, nos habla de aspectos vinculados con el uso de las plantas por las sociedades humanas pasadas: ¿qué maderas se utilizaron como leña?, ¿qué criterios de selección guiaron las actividades de recolección?, ¿podemos distinguir, aun con dificultades, algún tabú cultural que impedía la recolección de determinadas especies?, ¿se observan evidencias de impacto humano en el entorno local? Estas y otras preguntas son las que tratamos de responder para el archipiélago canario en el marco del proyecto de investigación Forest Impact, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Tras el análisis de carbones de yacimientos aborígenes sabemos, por ejemplo, que el fayal-brezal y la laurisilva fueron formaciones vegetales presentes en los alrededores del poblado de la Cueva Pintada en Gáldar (Gran Canaria), pero probablemente ya bastante diezmadas en momentos anteriores a la conquista del siglo XV. Este y otros datos nos alejan de la visión idealizada del “buen salvaje” dibujándonos un escenario donde, tras casi 1500 años de ocupación aborigen continuada con un modo de subsistencia basado en la agricultura y la ganadería, es previsible encontrar evidencias del impacto de estas sociedades en el medio. No obstante, cabe reconocer que la empresa no tuvo que ser fácil ya que, además de producirse un proceso necesario de adaptación a recursos naturales desconocidos desde la llegada de estas comunidades a las diferentes islas, debieron desarrollar estrategias mínimamente sostenibles para evitar el agotamiento de recursos esenciales para su subsistencia. De nuevo, la necesaria colaboración social para garantizar un futuro más allá del presente.
Figura 2. Esquema de la información que se obtiene con la antracología y localización de los yacimientos arqueológicos de Canarias donde se está aplicando esta disciplina en el marco del proyecto Forest Impact (Tenerife: Cueva de Los Cabezazos, Gran Canaria: la Cueva Pintada y Fuerteventura: Cueva de Villaverde y El Junquillo).
Autora: Paloma Vidal Matutano
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 17 Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna
Geografía e Historia
pvidalma@ull.edu.es
Licenciada en Historia (2011) y Doctora en Historia (2016) por la Universitat de València, donde realizó el Máster Universitario en Arqueología (2012). Su investigación está focalizada en el análisis de restos arqueobotánicos (madera y carbones). Desde 2013 estudia las estrategias de recolección del combustible leñoso en grupos cazadores-recolectores de yacimientos arqueológicos de España, Italia, Montenegro, Armenia y Marruecos. A partir del 2017 y hasta la actualidad, se ha focalizado en el análisis del uso de la madera con distintos fines por las poblaciones aborígenes del archipiélago canario, aplicando metodologías experimentales que contribuyen a comprender mejor los criterios de adquisición de esta materia prima en el pasado. Tras la lectura de su Tesis Doctoral ha disfrutado de cuatro contratos postdoctorales consecutivos de carácter autonómico (APOSTD, Generalitat Valenciana, 2017-2019), nacional (Juan de la Cierva – Formación y Juan de la Cierva – Incorporación, Ministerio de Ciencia, 2019 – 2021; 2022 – 2025) y europeo (Marie Sklodowska-Curie, Comisión Europea, 2021 – 2022). Esta financiación continuada le ha permitido realizar diversas estancias de investigación en el extranjero (Arizona State University, CEPAM-CNRS, University of Basel) y desarrollar su investigación en universidades españolas (Universitat de València, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Universidad de La Laguna), siendo miembro del equipo investigador y colaborador de diversos proyectos internacionales y nacionales. Premio a Jóvenes Investigadores Destacados de la ULPGC en la rama de conocimiento de Artes y Humanidades (2020).