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El fin del Sistema Solar, de la vida en la Tierra y de la especie humana

lunes 8 de enero de 2024 – 00:00 GMT+0000


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Hace unos 4.600 millones de años nuestro Sistema Solar comenzó a formarse a partir de una tenue nube de gas y polvo interestelar que giraba lentamente y que fue contrayéndose debido a la atracción gravitatoria, aumentando así su temperatura y su velocidad de rotación. La mayor parte de la materia se acumuló en el centro de la nube formando una protoestrella que pronto tendría la capacidad de llevar a cabo reacciones termonucleares de fusión. Surgió así el Sol, una estrella más bien modesta en comparación con otras, mucho más masivas. La acreción de pequeñas cantidades de los materiales más densos, que quedaron más próximos al centro de la nube, dio origen a cuatro planetas rocosos: Mercurio, Venus, Tierra y Marte. Por su parte los materiales más ligeros formaron dos gigantes gaseosos, Júpiter y Saturno y dos mundos helados, Urano y Neptuno, por su mayor distancia a la estrella. El Sistema Solar consta no obstante de más miembros. Están los planetas enanos (el degradado Plutón, Ceres, Eris, Haumea y Makemake), muchas lunas, que orbitan sobre todo alrededor de Júpiter y Saturno, asteroides y los cometas de la nube de Oort, que se mueven en las proximidades del límite exterior del Sistema Solar donde el Sol deja de ejercer su dominio gravitatorio.

Nuestra estrella lleva produciendo ener gía radiante a expensas de su masa desde entonces, sustentando la vida en la Tierra, siendo también en parte responsable del modelado del relieve del planeta. Pero las estrellas no son eternas; de hecho, algunas, como las gigantes azules, consumen su combustible nuclear (hidrógeno) en “tan sólo” 10 millones de años para terminar su existencia de forma violenta, con una gran explosión conocida como supernova. Nuestro Sol, en cambio, evoluciona mucho más lentamente y tras 4600 millones de años se encuentra aproximadamente en el ecuador de su vida.

 

«Nuestra estrella lleva
produciendo energía radiante
a expensas de su masa desde
entonces, sustentando la vida en
la Tierra, siendo también en parte
responsable del modelado del
relieve del planeta».

 

¿Cómo prevé la ciencia que será el final de nuestra estrella, de su séquito planetario y sus otros pequeños acompañantes, satélites,
planetas enanos, cometas y asteroides? En unos 5000 millones de años el Sol habrá agotado el hidrógeno que le sirve de combustible, iniciándose entonces la síntesis por fusión de helio y de otros elementos químicos más pesados. Su núcleo se contraerá, pero sus capas corticales se enfriarán y expandirán, transformándose en una gigante roja que arrasará a los planetas más próximos: Mercurio, Venus, la Tierra y quizás Marte.

Las altas temperaturas harán que la vida en la Tierra no sea posible mucho tiempo antes de ese momento. El final del Sol llegará en la siguiente fase en la que se transformará en una enana blanca, con un tamaño similar al de la Tierra, aunque mucho más densa.

«Desde nuestra concepción
antropocéntrica del Universo,
a menudo nos planteamos
preguntas sobre el futuro de la
humanidad que, en este contexto
apocalíptico pero absolutamente
natural, se tornan inquietantes».

 

Este complejo escenario tiene su reflejo en la Desde nuestra concepción antropocéntrica del Universo, a menudo nos planteamos preguntas sobre el futuro de la humanidad que, en este contexto apocalíptico pero absolutamente natural, se tornan inquietantes. Pero no debe ser así: el ocaso de Sistema Solar no debe preocuparnos simplemente porque para entonces la especie humana no estará allí para verlo. Y es que aún siendo optimista con las gestiones ambientales que podemos hacer para no comprometer nuestra supervivencia en el presente, mucho tiempo antes de que el Sol dé síntomas de agotamiento y comience a engullir a los planetas interiores, nuestra especie se habrá extinguido; extinción que, de nuevo, hay que enmarcar en la evolución natural y que por tanto no nos debería resultar extraño; al fin y al cabo, éste es el destino final de las especies.

Homo sapiens lleva formando parte de la biosfera desde hace unos 300.000 años y el género Homo desde mucho antes, unos 2,5
millones de años. Pero por enormes que nos puedan parecer estos intervalos de tiempo, son realmente apenas un suspiro, si tenemos en cuenta la escala de tiempo en la evoluciona nuestro Sistema Solar. Desde sus comienzos, la vida en la Tierra ha estado sometida a continuos cambios evolutivos, por lo que parece razonable suponer que, en cuestión de cientos de miles de años habremos evolucionado dejando paso a especies nuevas que deberán prevalecer a las grandes extinciones que están por venir.

Esto último parece inevitable si tenemos en cuenta que sólo desde el comienzo de la Era Primaria (Paleozoico), que comenzó
hace 640 millones de años (apenas el 17 % de la historia de la vida en la Tierra), ha habido cinco grandes extinciones que produjeron cambios drásticos en la flora y fauna del planeta. Aun sin llegar a ser la de mayor impacto sobre la biodiversidad, la extinción masiva del Cretácico-Terciario, que tuvo lugar hace 65 millones de años, terminó con el dominio de los grandes reptiles mesozoicos; entre ellos los dinosaurios. Si los dinosaurios hubieran tenido conciencia y algo de nuestros conocimientos del Universo quizá se hubieran planteado cómo sobrevivir al ocaso estelar. Pero es evidente que hubiera sido una preocupación inútil ya que no vivieron para verlo. Como tampoco lo hará ninguna las aproximadamente 10.000 especies actuales de aves, sus descendientes evolutivos, ni tampoco nosotros.

Quizá los comienzos del declive estelar sean presenciados por otras especies con la que estemos remotamente emparentados o
quizá la aportación de los humanos no llegue tan lejos y nuestro linaje, como muchos otros, suponga sólo un hito puntual en la dilatada historia natural del planeta.

 

No obstante, teniendo en cuenta el rápido desarrollo tecnológico que hemos tenido en las últimas décadas y a la abrupta irrupción
de la inteligencia artificial en nuestros días, ésta podría ser una visión sesgada:

¿Sería posible que el Ser Humano trascendiera a la evolución? Si admitimos que los seres vivos no somos más que sistemas complejos basados en la química del carbono, muy ricos en información, no hay en principio ningún impedimento para aceptar que dicha información pueda replicarse en otro sistema basado en elementos semiconductores como el silicio. Si dicho sistema pudiera tener conciencia de sí mismo y capacidad para autoperpetuarse, ¿no habríamos alcanzado la inmortalidad?

 

REDACCIÓN LUCAS P.

ILUSTRACIÓN HIPÓTESIS


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 16, Artículo, Ciencia y TecnologíaLucas P , Revista HipótesisUniversidad de La Laguna 

Lucas P.